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Falacias del rearme y pacifismo

por Redaccion
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Selección de notas de Radio Victor Jara

Primero, EEUU no está interesado en abandonar o liquidar la OTAN. Sigue siendo un instrumento útil para reforzar su hegemonía mundial. Lo que pretende, junto con su fiel aliado, el Reino Unido, es doble. Por un lado, subordinar a Europa en el cumplimiento del incremento de su aportación y gasto militar -hasta el 5% del PIB desde el actual 2%-.

Por otro lado, la
reorientación de su función complementaria hacia sus propios
intereses geopolíticos de su prioridad asiática del eje
Indo-Pacífico, como ya lo hizo Biden con la OTAN en Afganistán y su
alianza asiática (con Australia, Japón, Corea del Sur y Reino
Unido). Tras esta tregua en Ucrania y su acceso a sus recursos,
espera que Europa ejerza de tapón de Rusia a medio plazo ante su
eventual colaboración estratégica con China, que es su adversario
principal.

Por tanto, EEUU, con la actual
administración trumpista y las siguientes demócratas, no se va de
la OTAN; es un chollo para su primacía político-militar y
económica; quiere que paguen más los europeos, compren su armamento
y sean más disciplinados. Lo que no está a la vista en los
gobiernos de la UE, por mucho que lo quiera Macron, es un plan para
sustituir el liderazgo militar de EEUU, autonomizarse respecto de la
jerarquía militar estadounidense con un brazo europeo de la OTAN o
salirse de esa alianza transatlántica.

Es más, la manifestación de
la inquietud europea por el supuesto abandono defensivo
estadounidense, además de mostrar debilidad de las fuerzas propias
dificulta ese -supuesto- ansiado reequilibrio de poder europeo,
imposible de concretar a medio plazo. La UE es, sobre todo, una
alianza económica. La alianza político-militar es la OTAN, bajo
dirección estadounidense. Hay un vacío institucional y
político-normativo autónomo, sin apenas estrategia exterior y de
seguridad y defensa comunitaria.

Por otra parte, la hipótesis
de un ejército europeo es eso, una hipótesis con una capacitación
militar muy limitada, ya que no se afronta la realidad y la
dificultad principal: que la suma del gasto militar europeo es muy
superior al de Rusia, que no representa una amenaza creíble para la
UE ni para la OTAN, y que no necesita más gasto militar. En todo
caso, necesitaría una reestructuración política y operativa, con
un papel geopolítico diferenciado, basado en un plan o unos
principios contrapuestos a este militarismo. Es decir, basado en los
llamados valores europeos de democracia, paz, multipolaridad y
negociación sobre el derecho internacional, aun admitiendo el poder
blando de su poderío económico-cultural.

Pero esta trayectoria
militarista que ha tomado la actual elite europea es la contraria a
ese ideal, que solo aparece retóricamente al servicio del rearme. Su
plan tiende a reforzar más la militarización consolidada por la
administración estadounidense y busca una adecuación hacia una
hegemonía transatlántica, compartida a nivel mundial, con el puente
anglosajón, ahora laborista, por más señas.

Así, se puede hablar de la
interoperabilidad y el mando jerárquico del grueso de los ejércitos
de los veintisiete países; pero no se puede obviar la complicación
institucional de asociarlo entre sí y con otros países OTAN, como
Reino Unido o Turquía -o el propio Israel-, empezando por la
comunitarización de la fuerza nuclear francesa, cosa impensable.

Una trayectoria democrática
y pacifista

Por tanto, el obstáculo no
solo es el soberanismo particular de los grandes Estados y sus
respectivos ejércitos e intereses nacionales, por tener mayor peso
en el posible liderazgo colectivo (Francia, Reino Unido, Alemania,
sin olvidar Italia, Polonia y España).

La dificultad principal es el
sentido del objetivo de esa unidad político-militar, el para qué
conformar un nuevo bloque -imperial o cooperativo- diferenciado de la
deriva iliberal, expansionista y hegemonista de EEUU, que conforme un
actor geopolítico identificado con los valores democráticos,
solidarios y de modelo social. No obstante, la actitud gubernamental
europea ante la limpieza étnica y el genocidio palestinos auguran su
degradación insolidaria y su impotencia como referente ético y
político ante el Sur global.

El emplazamiento está ahí.
Asegurar mejor la paz mundial, empezando por la europea, con la
consolidación de la tregua justa en Ucrania y la negociación de la
coexistencia con Rusia, en vez de preparar la confrontación. Existe,
una larga tradición de más de medio siglo, desde la Ostpolitik del
socialdemócrata Willy Brandt y la Organización para la Seguridad y
la Cooperación en Europa (OSCE), debilitada por el expansionismo
otanista hacia el Este, desde los años noventa, y hundida con la
invasión rusa de Ucrania.

Frente al conflicto militar,
se trata de afianzar la multipolaridad mundial, el derecho
internacional y humanitario, así como los vínculos europeos de
colaboración con países de África, América Latina y Oriente
Próximo, así como con la propia China. Eso sí, existe una pugna
competitiva con los otros actores aspirantes a imperios
reaccionarios, prepotentes y militaristas. Es la raíz del conflicto
con el hegemonismo ultra de Trump, que no se explicita por la UE y
solo se amaga, sin atreverse a desarrollar una trayectoria
alternativa solidaria, sostenida y coherente.

Sin esa perspectiva
democrática y pacífica, lo que queda del plan de rearme o de
seguridad armada, es el beneficio para las oligarquías del complejo
militar industrial, sobre todo estadounidense, el autoritarismo de
las élites gobernantes en un nuevo proceso de control social
securitario, la subordinación de las mayorías sociales a una
dinámica de reconstitución del ultraliberalismo neocolonial,
precarizador, racista y extractivo.

El retroceso es para los
derechos sociales, feministas y medioambientales y las condiciones
habitacionales y laborales, así como para la degradación de la vida
democrática y ética de las instituciones. Esa trayectoria va en
contra de un arraigado principio europeo; lo hemos llamado ‘seguridad
social’ y vital, en un marco de igualdad, libertad y solidaridad,
no de rearme e imposición de la fuerza.

En definitiva, tras la terrible experiencia fratricida de las dos guerras mundiales, el nazi-fascismo y el colonialismo, el impulso europeo de sus valores democráticos y pacíficos podría constituir una aportación universalista a un mundo más seguro y pacífico. Pero el motor debe ser la propia activación cívica masiva, frente a la degradación autoritaria y regresiva. La población europea -y mundial- tiene la palabra.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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