El
Dr.
Martin Luther King hijo
escribió
en 1964 un célebre libro titulado Why
We Can’t Wait?
[Por qué no podemos esperar] en el que además de abordar el crimen
de la esclavitud y de las humillaciones diarias que padecen las
personas
afroestadounidenses, también dedicaba varias páginas a examinar lo
que se puede denominar el «choque de civilizaciones» de
los siglos XVI al
XIX entre los emigrantes europeos y los 70 millones de personas
originarias que vivían en el continente
de América del Norte y del Sur.
Colón
no «descubrió»
las
Américas,
había
otras
personas que
vivían
aquí desde hacía decenas de miles de años.
Lo
que se iba
a conocer
como «América» no era una
«terra
nullius»,
sino
que pertenecía
a cientos de pueblos originarios diferentes, que tenían sus propias
culturas y lenguas, las «primeras
naciones»
del continente de América del Norte.
En
el territorio que ocupan ahora Estados Unidos y Canadá vivían unos
diez millones de algonquins,
apaches,
cayugas,
cherokees,
cheyennes,
chippewas,
comanches,
coyotes,
crees,
dakotas,
delawares,
hopis,
iowas,
iroquois,
lakotas,
micosukees,
mi’kmaqs,
mohawks,
mohegans,
mojaves,
muscogees,
narragansetts,
omahas,
oneidas,
pawnees,
pequots,
pueblos,
quechans,
saginows,
seminoles,
senecas,
shawnee,
shoshones,
sioux,
spokanes,
squamish,
tlingits,
unangans,
utes,
wichitas,
yuroks,
zunis,
etc.
El
Dr. King escribió:
«Nuestra nación nació de
un genocidio cuando aceptó
la doctrina de que las personas originarias americanas, las
y los indios, eran una raza
inferior. Incluso antes de
que en nuestras tierras
hubiera gran cantidad de
personas negras,
la cicatriz del odio racial ya había desfigurado a
la sociedad colonial.
La sangre fluyó
desde el siglo XVII en adelante en las batallas de supremacía
racial. Quizá
somos la única nación que, como
política nacional, trató
de eliminar a su población originaria.
Es más, elevamos esa
trágica experiencia a la condición de noble cruzada.
De hecho, ni siquiera hoy
nos hemos permitido rechazar este bochornoso episodio o sentir
remordimiento por él.
Nuestra literatura, nuestro
cine, nuestro teatro y nuestro folclore lo exaltan» (1).
En
efecto, durante mi infancia
en Chicago en la década de
1960 tenía muy claro que en la lucha entre los cowboys
y los indios, los cowboys
eran los buenos y los indios los malos.
Me costó muchos años darme
cuenta de quién era el opresor y quién el oprimido, de quién
era el ladrón y quién la víctima del asesinato,
la expoliación y la humillación.
¿Ha
cambiado nuestra mentalidad?¿Estamos
dispuestos a rechazar la filosofía del «destino manifiesto»?¿Hemos
desarrollado nuestra facultad de autocrítica y empezado a darnos
cuenta de la enormidad del crimen cometido contra
las
personas originarias
de América del Norte y del Sur? ¿Somos capaces de practicar el
cristianismo y mantener un mínimo de humanidad hacia otros
pueblos? ¿Qué significa
«Primero Estados Unidos»?
¿Significa la opresión del
resto del mundo? ¿Qué quiere decir Trump con su
consigna «Hacer que Estados
Unidos sea grande otra vez»?¿No sería mejor hacer que Estados
Unidos sea querido y respetado?¿No
sería mejor para Estados Unidos y para el resto del mundo que las
órdenes ejecutivas provenientes
del Despacho Oval estuvieran en consonancia con las tradiciones
cristianas de Estados Unidos? ¿No
sería mejor revivir el legado de Eleanor Roosevelt y redescubrir la
espiritualidad de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
Por
desgracia, si observamos cómo actúa el presidente Donald Trump,
dudo que el resto del mundo nos considere «grandes». La mayoría de
las personas civilizadas del mundo podrían tener motivos para
temernos e incluso para odiarnos. Trump
parece poner en práctica la máxima de Calígulaoderint dum metuant:
«siempre
y cuando
me teman, que me
odien» (2). ¿Por
qué cambiar el nombre de Monte
Denali en
Alaska por
Monte
McKinley (3)?
¿Por qué apoyar la
limpieza étnica y el genocidio del pueblo de Gaza (4)
y de Palestina (5)
que está llevando a cabo ahora Israel? ¿Por
qué negar al pueblo palestino su derecho a la autodeterminación, su
derecho a su
patria (6), en la que sus
antepasados han vivido durante miles de años?
También en este caso se
han invertido los papeles,
está claro que Israel es el ocupante y el opresor, y está claro que
el pueblo palestino es la víctima y lo ha sido desde la Nakba de
1947-1948. La
guerra genocida en Gaza no empezó el 7
de octubre de
2023, sino
76 años antes.
Pero en vez
de tratar de
hacer justicia al pueblo de Palestina que
sufre desde hace
tanto tiempo, el presidente
Trump pretende robarle
sus tierras, «trasferir»
a la población
palestina
fuera de sus hogares y hacer una «Riviera» mediterránea (7)
para los oligarcas de Israel y Estados Unidos. ¿Tenemos
tan metido en nuestro ADN el genocidio de las Primeras Naciones de
Estados Unidos que podemos apoyar entusiasmados la limpieza étnica y
el genocidio en Palestina?
El «descubrimiento» de
América»
Cada
12 de octubre muchas
personas celebran en Estados Unidos las aventuras de Cristóbal
Colón. ¿Qué aprendemos
en los libros de historia acerca de la colonización de América del
Norte y del Sur?¿Qué entendemos bajo el término «historia»?
Como señaló
Herodoto, escribir historia significa «investigar», una vocación
que Tuicídides desarrolló y aplicó mucho más.
Ahora
bien, ¿los europeos llegaron a un continente vacío en el
que después se asentaron y que desarrollaron, o más bien nuestros
antepasados fueron «emigrantes» a
nuevas fronteras? Examinemos Europa durante la «era del
descubrimiento». Nuestros
antepasados europeos eran bastante pobres, nuestras ciudades eran
míseras, estaban superpobladas y
en ellas reinaban
el paro, las enfermedades y la violencia. Los emigrantes de los
siglos XVI, XVII, XVIII
(españoles, portugueses,
británicos, franceses, holandeses, alemanes, polacos, irlandeses y
otros «colonizadores)
eran aventureros, inconformistas dispuestos a enriquecerse
rápidamente, y a ellos les
siguieron personas sencillas
que tenían
la esperanza de empezar de cero.
El hecho histórico es que lo que hoy conocemos como América
del Norte
(el hemisferio occidental al norte del Río Grande) era una tierra
rica, equilibrada desde el
punto de vista ecológico,
habitada
por unos 10 millones de seres humanos que se ocupaban de sus propios
asuntos y no suponían
amenaza alguna
para los europeos, cuando en 1492 Cristóbal Colón desembarcó en
Guanahani, una isla de las Bahamas, creyendo haber encontrado una
ruta occidental hacia la India. Colón continuó
a Cuba y las Antillas, y emprendió cuatro viajes a las Américas,
pensando aún que sus
habitantes eran «indios».
A
diferencia de los españoles, que «cristianizaron» a las
poblaciones indígenas y las utilizaron como mano de obra barata,
nuestros antepasados anglosajones tenían poca estima por las
personas
originarias,
a las que
calificaban de «demonios»
y «lobos», y consideraban
que no valía la pena
asimilarlas
a nuestra sociedad superior. Los puritanos de Massachusetts, que
también quemaban a las
brujas, acabaron
prácticamente con los «indios» originarios
que les habían enseñado a
sobrevivir, mientras que el reverendo John Cotton, de la primera
Iglesia de Boston, y el reverendo Cotton Mather, de la segunda
Iglesia de Boston, justificaban la
empresa como voluntad del
mismo
Dios. Deus vult.
En
tres siglos el 98% de la población originaria norteamericana no solo
fue desplazada debido a la política
oficial del «destino manifiesto», sino que fue exterminada
deliberadamente. Los padres
fundadores de la «tierra de los libres y el hogar de los valientes»,
Benjamin Franklin («el designio de la Providencia de extirpar a
estos salvajes»), George Washington («bestias de presa»),
John Adams («sabuesos de sangre»), Thomas Jefferson («despiadados
indios salvajes»), James Madison, James Monroe, Andrew Jackson («hay
que atacar al lobo en su
guarida»), pidieron todos ellos
la extinción del «indio» americano. Hay
pruebas contundentes de que Lord Jeffrey Amherst emprendió una
guerra bacteriológica contra la población indígena distribuyendo
deliberadamente mantas contaminadas de
viruela (8). Esos
hechos históricos atroces duermen en los archivos, si alguien se
toma la molestia de consultarlos, pero la mayoría de los
historiadores y de los medios de comunicación dominantes prefieren
recordar únicamente
el «Día de Acción de Gracias» y la historia de Pocahontas.
Lo
que conocemos como Mesoamérica y Sudamérica también era una tierra
rica, densamente poblada con unos 60 millones de seres humanos, con
ciudades magníficas como la
capital del reino azteca, Tenochtitlan (hoy Ciudad de México); con
pueblos y
aldeas, una
arquitectura, acueductos, instalaciones deportivas, ciencia,
astronomía y
arte impresionantes,
y vastas tierras agrícolas que
producían de alimentos tan
maravillosos como el aguacate (aoacatl
en azteca, originario del valle de Tehuacán, cerca de Oaxaca),
judías, arándanos, cacao, anacardos, mandioca, cayena, chiles,
arándanos (originarios de la región de Edmonton, Alberta, en
Canadá), calabazas, jalapeños, maíz (mahiz
en lengua arawak), azúcar de
arce y sirope de arce
(producidos por los pueblos ojibwe y algonquin del noreste de
Canadá), fruta de la pasión, cacahuetes, pacanas, piña, quinina
(¡agua tónica! ), girasoles (helianthus),
pimientos dulces, patatas (papa
o patata
en lengua inca), calabaza, calabacín, tapioca, tomates (tomatl
en lengua náhuatl), topinanbour, vainilla, «arroz salvaje»
(anishinaabe manoomin,
recolectado
a mano por los pueblos anishinaabe del centro-norte de América),
etc, por no hablar de ese
producto importado
tan nocivo
para Europa, el tabaco (de la palabra arawakana o taína a la que se
refiere el fraile dominico, más tarde obispo, Bartolomé de Las
Casas), que hasta
entonces era desconocido
en Europa (hasta que Francisco Fernández lo introdujo en España en
1558).
Como
podemos leer en los escritos Bartolomé
de Las Casas, nuestros
antepasados españoles agredieron brutalmente a la población
indígena, asesinaron y esclavizaron a millones de hombres, violaron
a sus mujeres y finalmente se mezclaron con los supervivientes para
crear la sociedad «mestiza» que hoy conocemos en América Latina.
Si se viaja
a México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Venezuela,
Ecuador, Perú, Bolivia, se
verá a los descendientes de
los aztecas, los mayas y los incas. Los expresidentes Toledo de Perú,
Chávez de Venezuela y Evo Morales de Bolivia tienen apellidos
españoles, pero sin duda
tienen también muchos otros
antepasados indígenas. Adiós
a la idea del
«descubrimiento» de las Américas y a la ficción jurídica de la
«terra nullius».
Vale
la pena recordar que, lejos de ser
xenófobas, las “primeras naciones” de las Américas recibieron a
Cristóbal Colón con notable hospitalidad, como el propio Colón
reconoció en sus escritos.
Sin embargo, los recién
llegados europeos eran emigrantes armados de espadas.
Puede que
lo único bueno que se puede
decir de la colonización española es que las actividades en favor
de los derechos humanos de Fray Antonio de Montesinos («¿acaso
estos no son también
hombres?») y Bartolomé de las Casas ante el emperador Carlos V
hicieron que se adoptaran
las «Leyes Nuevas» de 1542 (9),
que reconocían la naturaleza humana de la población indígena, y
prohibían maltratarla y
esclavizarla.
Las grandes discusiones en la ciudad de Valladolid en 1550 y 1551 (10) [lo que se conoce como la «Controversia de Valladolid»] han pasado a la historia como un hito en el desarrollo del concepto de derechos humanos. Hay que reconocer que las leyes de Carlos V se violaron impunemente, lo que no hace sino ilustrar la evidencia de que no es lo mismo las normas y su aplicación. Con todo, si no tuviéramos normas, estaríamos sometidos totalmente a la ley de la selva, también conocida como «el poder del más fuerte».
No
puedo dejar de preguntarme cómo sería nuestro mundo si en vez de
que los europeos «hubieran
descubierto»
América, los iroqueses, los cree, los dakotas, los aztecas, los
incas, etc.,
hubieran cruzado el océano para «descubrir» Europa. ¿Habrían
masacrado a los europeos, como nuestros antepasados los masacraron a
ellos?
Lo que nos dicen los nombres originarios en América
Ahora
que se ha vuelto «políticamente correcto» condenar la
discriminación y la humillación que
sufren las
personas
afroestadounidenses,
¿abordarán
por fin los historiadores y los medios de comunicación la
discriminación, la exclusión y las agresiones sufridas
por las Primeras Naciones de
las
Américas?
¿Cuándo reconocerán los principales medios de comunicación los
crímenes cometidos contra las
personas
originarias,
los cientos de tratados incumplidos, incluido el tratado de Laramie
de 1864 que había reconocido las Colinas Negras de Dakota del Sur
como propiedad sioux a perpetuidad y que
se dejó
de lado en
cuanto se encontró oro allí? También
ahí
se produjo
la masacre de Wounded Knee y
se esculpieron en las montañas sagradas de Monte Rushmore las cuatro
cabezas de los presidentes estadounidenses blancos, dos de los cuales
fueron
propietarios de esclavos y los cuatro odiaban a las
personas
«indias»
(11).
Todos
estamos de acuerdo en que el racismo endémico contra las
personas afroestadounidenses
es criminal, [y también] el
hecho de reducirlos a la
esclavitud y a la condición
de pueblos segregados, los
linchamientos de negros por parte
del Ku
Klux
Klan
y otros. Sin embargo, cuatro siglos de masacres y explotación de las
Primeras Naciones de Norteamérica no han provocado
la indignación general, ni siquiera el interés general.
No hay disculpas o
remordimientos por la continua
discriminación de
Alas, continúa el choque de
civilizaciones de los siglos XVI al XX, cuando los emigrantes
europeos destruyeron los medios de vida
de 70 millones de personas
originarias de América del
Norte y del Sur. Y, sin embargo, el genocidio físico y cultural que
se perpetró contra esas
personas sigue siendo un
tema tabú.
Si se
están derribando
monumentos dedicados a
altos cargos
confederados estadounidenses, ¿se
derribarán también las
estatuas de los asesinos de las
personas originarias
americanas,
incluidos el
presidente Andrew Jackson y el general William Sherman, y el general
Philip Sheridan, autor de
la frase «el único indio bueno es un indio muerto»?
Detengámonos a pensar qué nos dicen los topónimos indígenas: Adirondack, Alabama, Alaska, Algonquin, Allegheny, Apache, Apalachee, Appalachia, Appomattox, Arkansas, Biloxi, Calumet, Calusa, Canada, Caribou, Cayuga, Chatanooga, Chautauqua, Chepanoc, Cherokee, Chesapeake, Cheyenne, Chicago, Chickasaw, Chilliwak, Chinook, Chipola, Chippewa, Chiwawa, Choctaw, Clatsop, Coloma, Colusa, Comanche, Commack, Connecticut, Coquitlam, Cree, Curyung, Cuyahoga, Dakota, Delaware, Denali, Detroit, Erie, Hackensack, Hawaii, Hialeah, Hiawatha, Hopi, Huron, Idaho, Illinois, Inola, Inyo, Iowa, Iroquois, Kalamazoo, Kanab, Kansas, Kelowna, Kenosha, Kentucky, Keweenaw, Klondike, Kuskokwim, Lillooet, Mackinac, Mackinaw, Malibu, Maliseet, Manatee, Manhattan, Manitoba, Mantou, Mattawa, Massachusetts, Meramec, Merrick, Merrimac, Metoac, Miami, Miccosukee, Michigan, Michipicuten, Micmac, Milwaukee, Minnesota, Minnewanka, Mississippi, Missouri, Moab, Moccasin, Modoc, Mohawk, Mohegan, Mohican, Mojave, Monache, Montauk, Muscogee, Muskegan, Muskimgun, Muskoka, Muskwa, Nakota, Nanaimo, Nantucket, Napa, Narragansett, Natchez, Naugatuck, Navajo, Nebraska, Niagara, Norwalk, Ocala, Ohio, Okanagan, Okeechobee, Oklahoma, Omaha, Omak, Oneida, Onondaga, Ontario, Oregon, Orono, Osage, Oswego, Ottawa, Palouse, Pamlico,Panola, Pataha, Pawnee, Pennacook, Pennamaquan, Pensacola, Penticton, Peoga, Peoria, Peotone, Pequot, Pocahontas, Poconos, Pontiac, Potomac, Potosi, Poughkeepsie, Quebec, Rappahannock, Roanoke, Sarasota, Saratoga, Saskatchewan, Saskatoon, Savannah, Sawhatchee, Scituate, Seattle, Sebago, Seneca, Sequoia, Seminole, Sewanee, Shannock, Shawnee, Shenandoah, Shetucket, Shiboygan, Shoshone, Sicamous, Sioux, Siska, Sonoma, Sowanee, Spokane, Squamish, Squaw, Stawamus, Sunapee, Susquehanna, Swannanoa, Tacoma, Taconic, Tahoe, Takoma, Tallahassee, Tampa, Tecumseh, Tennessee, Texarcana, Texas, Tichigan, Ticonderoga, Tippecanoe, Tomahawk, Topawingo, Topeka, Toronto, Tucson, Tulsa, Tunica, Tuscaloosa, Tuscarora, Tuskegee, Tuya, Utah, Ute, Wabamun, Wabasca, Wabash, Waco, Wadena Walla Walla, Wallowa, Wanakit, Wanchese, Wannock, Wapota, Wasco, Watauga, Watonga, Waupaca, Wausau, Wenatchee, Wenonah, Wichita, Willamette, Winnebago, Winnimac, Winnipeg, Winona, Wisconsin, Wyoming, Yakutat, Yazoo, Yosemite, Yuba, Yukon, Yuma …
¿Qué
lenguaje hablan estos sonoros nombres?¿Qué mensaje nos transmiten?
Los nombres indígenas son vestigios de las Primeras Naciones que
vivieron y prosperaron en las ricas tierras de las
Américas.
Los antropólogos calculan
que en América del Norte vivían unos diez millones de seres humanos
cuando los europeos los «descubrieron».
Les pertenecía este
vasto continente, lleno de aldeas, wigwams,
tipis,
de risas
y de vida.
¿Dónde están ahora estas
personas? ¿Adónde han ido todas ellas? Están desaparecidas y
olvidadas, arrastradas por
el viento y las nubes.
¿Qué
nos dicen las palabras
Chapultepec, Chichen Itza, Cuba, Machu Picchu, Tikal y
Ushuaia? Que al sur del Río
Grande
el continente estaba habitado por millones
de seres humanos, quizá
hasta
unos 60 millones. Su
tierra no era una terra
nullius. En
las poblaciones de América Central y del Sur todavía podemos
reconocer
a los aztecas, a los mayas, a los incas y a los quechuas.
Gracias a los escritos de
los frailes dominicanos Bartolomé
de las Casas y
Antonio de Montesinos sabemos
que se masacró y se convirtió en esclavos a los arawacs,
siboneyes
y tainos.
¿Con cuántas vidas
indígenas acabaron deliberadamente los colonizadores
europeos?¿Cuántos
murieron debido a las
enfermedades y privaciones?
¿Diez millones? ¿Veinte?
La
«cristianización» de América Latina y la política anglosajona
del «destino manifiesto»
probablemente fueron
la mayor catástrofe
demográfica de la larga historia de la humanidad, quizá
el siglo XXI recupere
a estos dignos
pueblos y los
milenios que tienen a sus
espadas de comprender
y cuidar
la naturaleza.
Alaska
significa
«la tierra grande»
en
la lengua aleutia
Allegheny
significa «el hermoso
arroyo» en la lengua
lenape
Apalachee
significa «al otro
lado del río» en muskogeano
Chesapeake
significa «la gran
bahía de marisco» en algonquino
Chicago
significa «el lugar
de la cebolla silvestre» en algonquino
Cuba
significa «la tierra
fértil» en la lengua
taína arawakan
Illinois
significa «el hablante
ordinario» en algonquino
Iowa
significa «los dormilones»
en algonquino
Kansas
significa «el viento
del sur» en la lengua
sioux
Kentucky
significa «la pradera»
en shawnee
Manhattan
significa «la isla»
en la lengua
lenape
Massachusetts
significa «el lugar
de vastas
colinas» en algonquino
Mississippi
significa «el gran
río» en algonquino
Missouri
significa «el pueblo
de las grandes canoas» en algonquino
Nebraska
significa «el río
tranquilo»
en lengua sioux
Niágara
significa «el agua
atronadora» en iroqués
Ohio
significa «el buen
río» en iroqués
Ontario
significa «el hermoso
lago» en iroqués
Ottawa
significa «el centro
de intercambios»
en algonquino
Pensacola
significa «las personas con
pelo» en muskogeano
Potomac
significa «algo que se
trae» en algonquino
Quebec significa
«estrecho» en micmac
Toronto
significa «el lugar
de encuentro» en hurón
Ushuaia
significa «la bahía
profunda» en yagán
Wallowa
significa «el agua
cantarina»
en la lengua
sahaptin
Winnipeg
significa «el agua
sucia» en algonquino
Wyoming significa
«en las grandes llanuras» en algonquino.
Quizá
la nueva conciencia del horror de la esclavitud y de
la opresión de las
personas afroestadounidenses
nos abra
los ojos ante el genocidio contra las
personas originarias
americanas,
a las
que equivocadamente
llamamos «indios»,
nos motive para
abordar
al saqueo que se está
cometiendo de los recursos
naturales de las
personas originarias
de América del Norte y del Sur, se
reconozcan
las tremendas
injusticias cometidas contra ellas
y nos lleve
a considerar cómo garantizar una reparación adecuada y una
rehabilitación duradera.
Lo
esencial es que la colonización europea de las Américas no acabó
nunca, no hubo un proceso de descolonización
como
en África o Asia. A día de
hoy los pueblos
originarios
de América del Norte siguen viviendo bajo
una forma de sometimiento
colonial y, a diferencia de los pueblos de África y Asia, las
naciones
originarias
de Estados Unidos, Canadá, Mesoamérica y Sudamérica nunca
recuperaron la independencia y la prosperidad, en
parte porque las naciones
originarias
fueron víctimas de genocidio físico y en parte porque los colonos
europeos (que en
realidad eran emigrantes
no invitados)
llegaron a ser tan numerosos que los pueblos
originarios
se convirtieron en minorías en sus propias tierras, y
solo
permanecen los
nombres originarios
de los ríos, montañas, lagos, ciudades y pueblos
como testimonio de su
existencia.
Martin
Luther King trató de
llamar la atención sobre la tragedia de las
personas originarias
americanas
y lo calificó
de genocidio
sin tratar de
suavizarlo.
Las palabras del Dr. King son duras de escuchar,
pero desgraciadamente no es
una hipérbole. Quizá sea
esa la razón por la que los medios de comunicación ignoran
sistemáticamente este aspecto del legado del Dr King y por la que no
se enseña
en los institutos y universidades.
Espero
sinceramente que un día la historia reconozca al Dr King por haber
defendido la causa de las personas originarias.
Sesenta
años después de que el Dr. King escribiera su acusación
persiste el racismo sistémico hacia
las
personas originarias
estadounidenses, y muchos no olvidan los carteles expuestos
en las tiendas de Dakota del Sur, en Arizona, cerca de la «Reserva»
Navajo, y en muchos
otros lugares del Oeste estadounidense: «No
se admiten perros ni indios»
(12).
Este
tipo de humillación es
difícil de olvidar.
Esperemos
que los políticos escuchen, reconozcan la inmensidad del crimen
cometido contra
los pueblos originarios
de América del Norte y del Sur y hagan un esfuerzo por rehabilitar a
los supervivientes otorgándoles como mínimo los derechos enunciados
en la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos
Originarios
(13).
La población «india»
americana y la palestina
El
genocidio de las Primeras
Naciones
de las Américas
no es un hecho aislado, después hubo muchos otros genocidios. Hoy
estamos siendo testigos de un genocidio en Gaza y nos
sentimos asqueados por la
vergonzosa propuesta del presidente Trump de echar
a la población palestina y convertir Gaza en un paraíso
inmobiliario para superricos y sus flamantes propiedades frente al
mar. El cinismo no tiene
parangón.
La
Corte Internacional de Justicia ha dictado
dos opiniones consultivas referentes
a Israel y Palestina, la Opinión Consultiva del 9 de julio de 2004
sobre el Muro (14)
y la Opinión Consultiva del 19 de julio de 2024 sobre las
Consecuencias Jurídicas derivadas de las Políticas y Prácticas de
Israel en el Territorio Palestino Ocupado, incluida Jerusalén
Oriental (15),
en las que la Corte sostuvo:
«que es ilegal la continua presencia
del Estado de Israel en el Territorio Palestino Ocupado»,
«que el Estado de Israel tiene la
obligación de poner fin lo antes posible a su presencia ilegal en el
Territorio Palestino Ocupado»,
«que el Estado de Israel tiene la
obligación de cesar inmediatamente todas las nuevas actividades de
asentamiento y de evacuar a todos los colonos del Territorio
Palestino Ocupado»,
«que el Estado de Israel tiene la
obligación de reparar los daños causados a todas las personas
físicas o jurídicas afectadas en el Territorio Palestino Ocupado»,
«que todos los Estados tienen la
obligación de no reconocer como legal la situación creada por la
presencia ilegal del Estado de Israel en el Territorio Palestino
Ocupado y de no prestar ayuda o asistencia para mantener la situación
creada por la continua presencia del Estado de Israel en el
Territorio Palestino Ocupado»,
«que las organizaciones
internacionales, incluida la ONU, tienen la obligación de no
reconocer como legal la situación creada por la presencia ilegal del
Estado de Israel en el Territorio Palestino Ocupado»,
«que la ONU, y especialmente la
Asamblea General, que solicitó esta opinión [consultiva], y el
Consejo de Seguridad, deben considerar las modalidades precisas y las
próximas medidas que se requieren para poner fin lo antes posible a
la presencia ilegal del Estado de Israel en el Territorio Palestino
Ocupado».
Como ciudadano
estadounidense, espero del presidente de Estados Unidos que acate
esta opinión consultiva y deje de proporcionar ayuda militar,
política, económica, diplomática y propagandística a un Estado
genocida. Como estadounidenses, debemos alzarnos todos y afirmar «¡no
en nuestro nombre!». Si no protestamos, somos cómplices del
genocidio.
Es
probable que el caso
pendiente ante la CIJ Sudáfrica
contra Israel [16], al
que se han unido Belice, Bolivia, Chile, Colombia, España, Irlanda,
Libia, Maldivas, México, Nicaragua, Palestina y Turquía, sea
el caso más importante
que ha
tratado
la CIJ. O
bien somos civilizados o no lo somos.
Están en peligro la
autoridad y la credibilidad de la CIJ, y de la propia ONU.
Cualquier
persona
que haya leído los alegatos de Sudáfrica y los haya comparado con
las respuestas dadas
por Israel constata
que el crimen de genocidio ha
quedado demostrado más allá
de cualquier
sombra de duda. La CIJ no tiene más
opción que emitir una sentencia que confirme que Israel ha
perpetrado un genocidio y que se
ha demostrado
la cuestión de la «intención». Se
trata de una continuación de la Nakba (17), una continuación del
sueño sionista de apoderarse
de todo el territorio para
la población israelí y expulsar a la población palestina
originaria, como si no fueran seres humanos, como si no importaran,
como si no tuvieran derechos. ¿Les suena familiar? Así se trató a
las personas originarias de América: fueron expulsadas,
exterminadas, expoliadas y olvidadas.
La
Corte Penal Internacional emitió el
21 de noviembre de 2024 órdenes de detención contra Benjamin
Netanyahu (18)
y su exministro de Defensa Yoav Gallant por su responsabilidad en
crímenes contra la humanidad en virtud del Artículo
7 del Estatuto de Roma. ¿Qué
ha hecho el presidente
Trump? Imponer sanciones a
la Corte Penal Internacional (19) y recibir con
todo boato a Netanyahu
en la Casa Blanca
(20).
Estamos ante
una
rebelión abierta contra el derecho y la moralidad
internacionales.
Tanto Trump como Netanyahu son culpables del crimen, en el mundo
civilizado se debería
aislar a ambos, aunque
para ello necesitamos un relato mediático diferente, debemos
alejarnos de las noticias falsas, de la historia falsa, de la ley
falsa y de la diplomacia falsa que recibimos a diario de los
principales medios de comunicación. Debemos exigir ética en el
gobierno.
Como
hemos señalado y escribió el Dr. King en su libro Why
We Can’t Wait?,
nuestros antepasados cometieron genocidio contra las Primeras
Naciones de Estados Unidos. Hoy Estados Unidos es cómplice del
genocidio israelí contra la
población palestina.
Lo es no solo Donald Trump, sino que también lo fueron ya Bill
Clinton, George W. Bush, Barack Obama y Joe Biden. ¿Realmente
tenemos
en nuestro ADN el virus
del genocidio?
Bibliografía selecta:
Bartolomé de las Casas, Brief History of the Devastation of the Indies, Johns Hopkins University Press, 1992; Castro, Daniel. “Another Face of Empire: Bartolomé de Las Casas, Indigenous Rights, and Ecclesiastical Imperialism.” Durham, North Carolina: Duke University Press, 2007; David Stannard, American Holocaust, Oxford University Press, 1992; Richard Drinnon, Facing West, University of Oklahoma Press, 1997; Frederick Hoxie (ed.) Encyclopedia of North American Indians, en particular la entrada “Population: Precontact to Present”, pp. 500-502 de Russell Thornton: Carl Waldman’s Atlas of the North American Indian , New York, 1985: Francis Jennings, The Invasion of America, Chappel Hill, 1975; Nicholas Guyatt, Providence and the Invention of the United States, Cambridge 2007; R. W. van Alstyne, The Rising American Empire, Oxford 2010; Reginald Horsman, Expansion and American Indian Policy 1983-1812, Michigan State University Press, 1967; Noam Chomsky, Hopes and Prospects, Penguin 2010, pp. 16-24; Ward Churchill, Struggle for the Land: Native North American Resistance to Genocide, Ecocide and Colonization, San Francisco, City Lights Books, 2002; Tamara Starblanket, Suffer Little Children, Clarity Press, Atlanta 2019; Martin Luther King, Why we can’t wait (1964), New York: New American Library (Harper & Row). ISBN0451527534, pp. 118-9; Ilan Pappe, La Propagande d’Israel, Investig’Action, 2016; Ilan Pappe, The Ethnic Cleansing of Palestine, One World Publications, 2006.
Notas:
(1) Why we can’t wait,
p. 141, véase también una edición anterior (New American Library,
Signet Book, Nueva York,
p.120)https://www.peoplesworld.org/article/dr-king-spoke-out-against-the-genocide-of-native-americans/
(2) Suetonius,
https://www.poetryintranslation.com/PITBR/Latin/Suetonius4.php
(3)
https://apnews.com/article/trump-denali-mount-mckinley-alaska-2fbff88e1845e066a65cbabfa17284ae
(4) Norman Finkelstein, Gaza, University of California Press,
Oakland, 2018.
US Airman Aaron Bushnell’s Self-Immolation Outside the Israeli Embassy In Washington D.C.
(6) https://www.alfreddezayas.com/Articles/crimlawforum.shtml
“The Right to the Homeland, Ethnic Cleansing, and the
International Criminal Tribunal for the Former Yugoslavia”,
Criminal Law Forum, vol 6, (1995) pp 257-314. Alfred de Zayas,
“Forced Population Transfer” en Wolfrum (ed.) Max Planck
Encyclopedia of Public International Law, Vol. IV, 2012.
(7) https://edition.cnn.com/2025/02/05/politics/trump-gaza-takeover-analysis/index.html
https://www.msn.com/en-us/politics/government/t
(8) https://www.nativeweb.org/pages/legal/amherst/lord_jeff.html
(10)
https://www.historytoday.com/archive/months-past/valladolid-debate-rights-indigenous-people
(11)
https://blog.nativehope.org/six-grandfathers-before-it-was-known-as-mount-rushmore.
https://indiancountrytoday.com/archive/theodore-roosevelt-the-only-good-indians-are-the-dead-indians-oN1cdfuEW02KzOVVyrp7ig.
Le Courrier de Genève, “Sacré mont Rushmore”, 2 de
agosto de
2012.https://www.startribune.com/the-real-history-of-mount-rushmore/388715411/
(12) https://www.hcn.org/issues/49.17/opinion-racism-against-native-americans-persists. https://www.columbiagorgenews.com/archive/the-story-has-another-chapter-first-indigenous-peoples-day-observed/article_ef115dbe-b3b4-596e-9e35-7b9b95f5f112.html
https://www.latimes.com/archives/la-xpm-2004-nov-02-na-trailmix2-story.html
(14) https://www.icj-cij.org/case/131
(15)https://www.icj-cij.org/case/186
(16) https://www.icj-cij.org/case/192
(17) https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/13675494241310778
https://press.un.org/en/2024/gapal1467.doc.htm
https://apnews.com/article/gaza-trump-nakba-isra
(18) https://www.icc-cpi.int/defendant/netanyahu
(20)
https://www.washingtonpost.com/world/2025/02/03/netanyahu-trump-white-house-gaza/
Alfred de Zayas es
profesor de derecho en
la Geneva School of Diplomacy y desempeñó el cargo de Experto
Independiente de la ONU para la Promoción de un Orden Internacional
Democrático y Equitativo 2012-2018. Ha
escrito doce libros, entre los que se incluyenBuilding
a Just World Order(2021),
Countering Mainstream Narratives (2022)
y The Human Rights Industry (Clarity Press, 2021).
Texto
original:
https://www.counterpunch.org/2025/02/13/genocide-files/
Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar
su integridad y mencionar al
autor, a latraductora y Rebelión como fuente de la traducción.