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Sí, queremos «memoria completa»
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Por Alberto Nadra | 27/03/2025 | Argentina
Fuentes: Rebelión
La Plaza, las plazas de toda la Argentina, desbordaron de una multitud multicolor que arrasó con los viejos, pero renovados intentos negacionistas.
Sin presencia policial, es decir sin provocaciones, no hubo “incidentes”, como muchos medios gustan llamar a la brutal represión del régimen.
Cientos
de miles sembraron de alegría el territorio del dolor y la
resignación. Si “la esperanza es la luz que alumbra el camino”,
como hoy escribió alguien que sabe del horror en carne viva, el
periodista Luis Bruschtein, en las calles estuvieron quienes pueden
rescatarla y protagonizar el cambio.
El
gobierno miente cuando reclama “memoria completa”. Somos nosotros
quienes la reclamamos desde aquel “digan
que han hecho con los desaparecidos”
que coreábamos en los días finales de la dictadura. O la denuncia a
la “miseria planificada” para engordar a los privilegiados, que
gritó Rodolfo Walsh, antes de ser asesinado.
¿Qué
es “memoria completa”?
Memoria
completa es juzgar, como no se hizo, a la “pata civil” de la
dictadura, que en realidad fue su cerebro: el bloque dominante, ese
entramado de grandes empresarios, financistas, la patronal rural o la
garra imperial, los que decidieron siempre, en dictadura en forma
brutal, o guardando las formas durante los gobiernos elegidos por el
voto.
Siempre
lo han hecho, a través de toda nuestra historia y cada vez que ven
amenazados sus privilegios por el aumento y radicalización de la
resistencia popular, de su propia incapacidad de encauzar la crisis
que ellos mismos generan.
Ese
fue el objetivo de la dictadura y es hoy el de este gobierno
entreguista y represor.
Memoria
completa es reivindicar a los 30.000, pero evitar el cerrojo numérico
con el que nos quieren encerrar: reinstalar, con fuerza en el debate
público, el plan sistemático de robo de bebés, las torturas, los
cuerpos arrojados al mar en los vuelos de la muerte.
Memoria
completa es gritar, como lo hizo la mayor movilización por el Nunca
Más en democracia, rechazar a las actuales marionetas de los
artífices de aquel marzo de 1976. Este gobierno de entrega y hambre.
Negacionismo
y resistencia popular
El
negacionismo que repudiamos no se reduce a los crímenes ni al
ocultamiento de la pata civil de la dictadura.
Desde
1983 tuvimos gobiernos serviles de esos intereses, pero también
los que dieron pasos en la búsqueda de justicia social, pero por
temor o vacilaciones no fueron a fondo en los cambios para
desplazarlos.
¿Por
qué digo que el negacionismo no se limita a los crímenes de la
dictadura y la responsabilidad civil?
¿Qué
es lo que todavía falta? ¿Qué es lo que algunos niegan, otros
ocultan, lo que muchos ignoran o prefirieren no ver?
Pues
bien, lo que ocultan los herederos de la dictadura y no reconoce la
mayoría de la dirigencia tradicional es la persistente resistencia
popular.
Los
herederos de la dictadura acusan -hoy como ayer- de subversiva o
desestabilizante toda protesta frente al ajuste y la miseria, y
encima se indignan cuando nos defendemos de la violencia represiva.
Por
su parte, la dirigencia tradicional teme ser desabordada por la
movilización popular.
Jamás
se ha propuesto, incluso entre quienes intentaron reconocer
conquistas y derechos, asumir lo que debería ser el rol principal
de un partido o frente popular: promover esa movilización,
coordinarla, organizarla y darle un horizonte político, que es
marcar el objetivo de cambiar el poder de manos.
La
otra historia
Hoy
no asumen el crecimiento de la protesta social, como ayer no
asumieron la resistencia a la dictadura.
La
dictadura y sus herederos reducen aquella resistencia a la heroica
gesta de las Madres, a las que intentaron ridiculizar con el mote de
“Las locas de Plaza de Mayo”.
Aunque
no lo quieran, a ellos les hacen el juego los que desconocen los
hechos heroicos de miles de argentinos, por ignorancia o para ocultar
su propia cobardía.
Admito
la cobardía, aunque no la comparta. No fueron fáciles aquellos
tiempos sangrientos. Pero rechazo a los que se paran en un banquito
para señalar desde sus presuntas alturas a los que nos jugamos en
aquellos años, los que aquí nos quedamos y luchamos como pudimos.
30.000
de esos luchadores fueron desaparecidos y asesinados. Otros,
sobrevivimos e intentamos dar testimonio, muchas veces en medio del
preciso ocultamiento de enemigos y adversarios, pero en ocasiones,
también, el silencio o la indiferencia de algunos compañeros.
En
mi caso, formé parte de un conjunto de dirigentes que, desde el
mismo mes de marzo de 1976, reconstruimos las Juventudes Políticas
en medio del terror.
Esa
fue la dirección política que impulsó la reconstrucción del
arrasado movimiento juvenil, desde el sindical al agrario, de los
estudiantes secundarios a los universitarios, en barrios, fábricas,
entre los artistas vecinalistas y deportistas.
Recuerdo
aquellos primeros encuentros con compañeros peronistas,
intransigentes, democristianos, socialistas y algunos radicales, en
citas clandestinas o temerarios encuentros en locales partidarios, la
mayoría de los cuales nos cerraban las puertas en la cara.
Al
frente se puso el movimiento obrero combativo, siempre en oposición
a los colaboracionistas.
En
ese mismo 1976 comenzaron jornadas de enfrentamiento como el Trabajo
a Tristeza,
de brazos caídos, jornadas que provocaron detenciones y secuestros
en los lugares de trabajo.
En
1979 creció la resistencia y se produjo la primera huelga general y
comenzaron las marchas obreras a la iglesia de San Cayetano.
“Paz,
Pan y Trabajo”
en la convocatoria pública, pero que las calles del barrio de
Liniers, enfrentando la represión, la convertíamos en “Paz,
Pan, Trabajo…la dictadura abajo”
Esos
mismos dirigentes juveniles, peronistas, comunistas, socialistas,
radicales, estuvimos en los primeros encuentros de los familiares de
desaparecidos en la sede de la Liga Argentina por los Derechos del
Hombre y, en abril de 1977, en la Plaza de Mayo, cuando nació la
leyenda de las Madres del pañuelo blanco, en medio de los gases y
las detenciones.
Esta
movilización fue creciendo y en 1982 se unió en los combates
callejeros del 30 de marzo, en la masiva movilización en la que
confluyeron todas las luchas tras la convocatoria de la CGT Brasil
del cervecero Saúl Ubaldini, enfrentada a la entonces cómplice CGT
de Azopardo.
Muy
poco se habla o se escribe, y menos se investiga acerca de estos
hechos y así se desdibuja lo más trascendente: la combatividad
creciente en nuestro pueblo, mucho antes de la derrota en Malvinas,
que a contramano del discurso dominante, no fue el único motivo de
la derrota dictatorial.
De
barros, lodos y esperanzas
Han
pasado 49 años y poco se dice acerca de cómo la cúpula de los
partidos tradicionales contribuyó al blanqueo del horror y a
generar y mantener la amplia base social que, sin duda apoyó o
calló frente a la dictadura.
Nada
menos que 310 dirigentes de la Union Cívica Radical fueron
intendentes en aquellos años; 192 surgieron de las filas del Partido
Justicialista; hubo 109 Demócrata Progresistas, 94 del Movimiento
de Integración y Desarrollo, 78 de la Fuerza Federalista Popular y16
Demócrata Cristianos, para citar los más numerosos.
Esto,
también, es “memoria completa”, pues estos políticos fueron los
protagonistas de la primera etapa de la democracia de la derrota, la
mayoría de los gobernantes y legisladores. Ellos, y casi ninguno de
los que protagonizaron la resistencia combativa.
Tampoco
fueron los periodistas que se plantaron, casi 200 de los cuales
continúan desaparecidos. En cambio, siguen dando cátedra sobre
democracia y República, editorializando en los medios gráficos y
televisivos, los mismos que escribían los panegíricos de Videla,
Massera o Bussi.
Aquellos
lodos trajeron estos barros, dice un refrán popular.
Mirar
para otro lado fue trágico en aquellos años.
Pero
también lo puede ser hoy.
No
solo la partidocracia tradicional, sino buena parte de la del
movimiento nacional y popular miran para otro lado mientras crecen
las luchas, pero aisladas, sin dirección política y muy a destiempo
con la destrucción de la economía y el trabajo argentino, la
miseria y el dolor de millones.
La
historia está para ser contada, pero para no repetirla y –sobre
todo- para cambiar el futuro.
El
futuro no es una promesa abstracta: es la multitud que este 24 de
marzo inundó las calles, heredera de quienes resistieron en los años
más oscuros.
Le
esperanza no es un deseo pasivo, sino la lucha organizada de quienes
hoy enfrentan el hambre, la represión y el saqueo.
La
pregunta acerca de si habrá dirigentes a la altura implica,
también, interrogarnos acerca de si seremos capaces de construir,
desde abajo, una fuerza política que no tema a la movilización
popular ni repita los silencios cómplices del pasado.
La
memoria completa no es solo recordar, sino actuar: como los jóvenes
en 1976, como las Madres en 1977, como los obreros de San Cayetano.
El
futuro no se mendiga, se conquista.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.