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¡Claro que fue el Estado!

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Un análisis sobre el Estado, el paramilitarismo y algunas tareas urgentes para los comunistas

¡Claro que fue el Estado!

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Por | 27/03/2025 | México

Fuentes: Revista Germinal

Un hoyo sucio y humeante en la tierra de Techuitlán evidencia lo
que el Estado ha negado sistemáticamente mediante cifras mañosas y
discursos tramposos que buscan nublar nuestro juicio y nuestra
capacidad de reaccionar ante lo evidente: que las masas más hondas
del proletariado mexicano son sometidas a una guerra de exterminio
donde la desaparición forzada es la medida de disciplinamiento de
una sociedad que soporta lo intolerable para sobrevivir día con día,
acudiendo obedientemente a un empleo precarizado esquivando balas y
saltando cuerpos cercenados, inertes, calcinados.

Una coartada siniestra invocada por el Estado funciona nublando
nuestro discernimiento: «ahora las desapariciones forzadas las
realiza el “crimen organizado”, no el Estado». Y para el
reforzamiento de este falaz discurso, encontramos una videograbación
aparentemente realizada por el grupo paramilitar responsable de la
operación del Rancho Izaguirre, hoy habilitado como campo de
exterminio. Esa videograbación muestra, por una parte, un discurso
bien articulado (como si de un comunicado de secretaría de Estado se
tratara) y leído con una entonación enérgica y marcial, tal como
los discursos y consignas castrenses del Ejército mexicano.
Escuchamos a la “delincuencia organizada” hablando de ella misma
en tercera persona haciendo una defensa firme del “Estado de
derecho”, preconizando lo impecable de las investigaciones
jurídicas del gobierno, las que califican de “eficientes, eficaces
y apegadas a derecho”.

Para este grupo paramilitar los culpables de este “clima de
enrarecimiento” en torno a las matanzas del rancho jaliciense son
los mismos de siempre: el pueblo golpeado, entristecido, lastimado,
sufriente en su existencia por esa guerra de exterminio a la que han
sometido a sus familiares, nuestros familiares, proletarios en busca
de trabajo para ganar algo que les permita comer y quizá… sonreír.
Ahora los culpables son ubicados oportunamente: las madres y padres
que cargan sobre su espalda y sobre su conciencia la ausencia de
quien quizá está vivo por allí… o quizá yace muerta en una
zanja, en un lote baldío o cercenado en un tambo con ácido, quién
sabe; ese es el punto: carecer de certeza… una incertidumbre que
mata.

El Estado y el paramilitarismo son la misma cosa, nada de
“narcoestado”, nada de “la delincuencia organizada infiltró el
Estado”, nada de “crimen organizado”. La “redes del
narcotráfico” son paramilitarismo creado, administrado y dirigido
por el Estado con la finalidad de disciplinar al pueblo mediante
campañas de terror, donde el miedo es primordial para ejercer con
consenso social la represión que siempre sufren y sufrirán –dentro
de este capitalismo podrido– las clases proletarias y los sectores
populares que ante el temor y la zozobra son capaces de aceptar la
eliminación de sus derechos elementales con tal de que el Estado
garantice una seguridad que, como hemos visto, jamás estará
garantizada bajo este sistema. Estos grupos reaccionarios organizados
por el poder político capitalista hoy se llaman “cárteles de la
droga”, pero ayer se llamaron Ejército Blanco en Rusia, Freikorps
en Alemania, Nacionalistas en China, Kaibiles en Guatemala, Contras
en Centroamérica o Rondas Campesinas en el Perú, entre muchísmos
otros nombres unificados por sus mismas bestiales prácticas
asesinas. Son los mismos, son asesinos de pueblos: de obreros, de
campesinos, de revolucionarios, de luchadores sociales, de
periodistas, de hombres, de mujeres y de niños.

Pero ¿quien los manda?, ¿cuáles son sus intereses específicos?
Y además, ¿qué podemos hacer ante tal despliegue de violencia?,
¿cómo enfrentar este poder inconmensurable?

Trataremos de profundizar sobre todo esto. Les compartimos
nuestros juicios y puntos de vista para quien quiera escucharlos,
analizarlos, debatirlos.

En el principio, el Estado

Muchas organizaciones revolucionarias o comunistas han repetido
insistentemente en su literatura que el Estado es un aparato de
dominación de clase, que su misión es mantener la dominación de
las clases dominantes por sobre las dominadas (en nuestro contexto
actual, la dominación de la burguesía sobre el proletariado);
empero, parece no quedar suficientemente claro. Las masas populares
no logran asimilar semejante concepción y terminan hundiéndose en
una confusión que les postra ante su asesino, el Estado –y todos
sus medios jurídicos–, con la esperanza de obtener de él algo de
justicia. Pero, ¿por qué no queda claro este carácter clasista y
represivo del Estado burgués entre el proletariado? Quizá porque no
se ha explicado pormenorizadamente esta afirmación que, ciertamente,
parece abstracta; o quizá porque en los hechos esas organizaciones
denuncian el carácter clasista del Estado pero en sus prácticas
ordinarias lo legitiman, solicitándole siempre mesas de diálogo o
negociación con la finalidad de que resuelva el daño, la represión
o la violencia que ha desatado en su ejercicio opresivo de
dominación; es algo así como pedir al verdugo que defienda también
a la víctima de su violencia negando su propia esencia y razón de
ser. Un sinsentido que, sin embargo, es actitud permanente en esas
organizaciones. Vaya, creemos que la correcta noción de Estado no ha
quedado clara porque estas organizaciones –conscientemente o no–
escinden las definiciones teóricas en las que creen de la práctica
que realizan, terminando siempre en la esfera de la petición o la
gestión de sus demandas ante el Estado; o sea, una práctica
reformista (p.e. mediante “pliegos petitorios” o a través de
“programas mínimos”) e incongruente que siempre terminará
colocando al proletariado –por el que dicen luchar y querer
emancipar– en la retaguardia del Estado.

Si algo ha desenmascarado la lucha del proletariado revolucionario
a lo largo de su historia en todo el mundo es, justamente, el
carácter burgués y represivo del Estado, particularmente en los
momentos de mayor elevación de la lucha de clases que no pocas veces
ha abierto coyunturas revolucionarias. En esos momentos ha sido
nítida la brutalidad del Estado mediante sus aparatos de represión
“legitima”: la policía y el ejército; pero también mediante la
utilización de grupos paramilitares que, como una mascarada,
realizan los actos más abominables fuera de su legalidad, dando la
falsa impresión de que son grupos que actúan de manera
independiente al Estado, aunque sus principios y planteamientos sean
los mismos, desde luego. En estos contextos de confrontación, los
grupos paramilitares –junto a las fuerzas represivas
“institucionales”– se han batido a muerte contra el
proletariado revolucionario respaldándose en las más inhumanas y
bestiales prácticas represivas con el fin de aniquilar a los
revolucionarios y cualquier tipo de disidencia.

México ha conocido abiertamente esta cara del Estado: la funesta
etapa histórica conocida como Guerra Sucia. A lo largo de la
historia mexicana del siglo XX atestiguamos cómo el Estado emanado
de la Revolución Mexicana se esforzó por delinear el actual sistema
político mexicano –incluyendo a los dos últimos gobiernos– que
históricamente se ha ocupado en ofrecer una aparente amplia gama de
organismos legales para la lucha política donde los partidos
políticos burgueses han sido la única vía de competencia
gubernamental para administrar el Estado. Todo aquello fuera de este
sistema electoral ha sido manejado como una disidencia social que
debe ser duramente combatida mediante la represión, no importando ni
su carácter de clase ni la simpleza o no de sus demandas
reivindicativas.

Con gran pragmatismo y una diluida definición ideológica se ha
conformado el actual sistema de partidos en el México contemporáneo
y son éstos, precisamente, las instituciones legales de
manifestación política mediante las cuales se debe participar
dentro de los parámetros que el Estado impone. Sin embargo, fuera
del sistema legal también se desarrollaron movimientos de lucha
política revolucionaria caracterizados por su vida clandestina y la
vía armada como factor de transformación social. Estos grupos no
fueron, ni han sido, expresiones aisladas o ajenas a la realidad
mexicana; por el contrario, han respondido a momentos concretos de la
historia de México. Las organizaciones político-militares han
acompañado la historia política mexicana por más de medio siglo
siendo, hasta cierto punto, ocultos protagonistas de sus
significativas transformaciones.

La lucha armada por el socialismo ha tenido una historia de
difícil acceso masivo pues, en las décadas de los años setenta y
ochenta del siglo XX, fueron sometidos a una durísima represión por
parte del Estado; así, su historia –fuera de círculos de
estudiosos, académicos y algunos activistas– ha quedado
desconocida particularmente para el proletariado más joven. En ese
periodo se estableció una batalla feroz entre revolucionarios,
policías y soldados que en las calles de las principales ciudades
del país, así como en inhóspitas zonas serranas del sureste
mexicano, dejaron tras de sí verdaderos baños de sangre con saldos
negativos para las organizaciones insurgentes, sus bases sociales y
hasta para las poblaciones de algún modo ajenas a esta
confrontación. Es este periodo de Guerra Sucia el que ha mostrado la
cara más atroz y sanguinaria de la política de terrorismo de
Estado, expresión fundamental de la estrategia de Guerra de Baja
Intensidad (GBI), doctrina totalizadora de la contrainsurgencia [1],
o sea, una política militar para sofocar cualquier tipo de
resistencia popular o lucha revolucionaria conducida en términos
ideológicos. El Estado se lanzó al despiadado ataque a través de
sus fuerzas represivas “institucionales” –el Ejército mexicano
y la cruel Dirección Federal de Seguridad, hoy extinta–, pero
también mediante la creación, entrenamiento e instrumentación de
grupos paramilitares que ejecutaron los más execrables crímenes
contra los revolucionarios.

Con el pasar de los años, estas experiencias fueron condenadas al
silencio, al olvido. Pero, a pesar de todo, muchos se han negado a
callar y han traído al presente la real significación de esa etapa
de lucha mexicana. Hoy las secuelas son evidentes y siguen contándose
en historias de horror, desesperanza y tristeza… la huellas de la
represión, de las masacres, de la desaparición forzada. Historias
que delinean el funesto presente lleno de muerte y violencia como una
táctica de terror para combatir a los revolucionarios, para golpear
a activistas y luchadores sociales, para concretar la dominación
ideológica de la burguesía sobre nuestro alicaído proletariado,
para garantizar la acumulación capitalista de la riqueza, para
deshumanizar a los obreros, para devastar a los campesinos pobres,
para despojar posesiones comunitarias, todo con la finalidad de
acrecentar las tasas de ganancia del capitalismo imperialista y su
oligarquía financiera.

Pero no siempre atestiguamos la elevación en la lucha de clases,
hoy parece lejano que la lucha del proletariado ofrezca alguna
coyuntura revolucionaria pues se encuentra ahogado ideológicamente
por la aristocracia obrera –correa de transmisión de la ideología
burguesa en el seno del proletariado [2]– y dominado políticamente
por la socialdemocracia gobernante del partido MORENA; así, parece
verificarse en la realidad una desactivación de la lucha de clases.
Sin embargo, aún en estos momentos de descenso de la lucha de
clases, en estos tiempos de “normalidad democrática”, el
ejercicio de dominación hegemónica del Estado se encuentra presente
mediante la violencia ideológica y el terrorismo de Estado
instrumentado de forma selectiva [*]. Aquí es importante destacar
que durante los momentos de menor lucha de clases, el Estado no
privilegia la coerción, sino la construcción de su consenso entre
las amplias masas (p.e. con el “sufragio universal”, con las
“transiciones democráticas”, con el “gasto social” o con
gobiernos de corte populista corporativista, entre otros elementos)
para que la dominación sea aceptada por el proletariado de manera
natural y cotidiana, como una forma natural de ser, como sentido
común, como concepción del mundo.

Ambas “esferas”, por así decir, consenso y coerción, son
elaboradas por los más importantes ideólogos de la burguesía,
especialistas en guerra militar, política, económica, psicológica
y de control social. Especialistas de altísimo nivel que delinean, a
través de la investigación y experimentación científica y
tecnológica, las actividades de dominación y subordinación
necesarias para construir una doctrina de seguridad: doctrinas
contrainsurgentes tanto en el ámbito de la prevención (consenso)
como de la reacción (coerción). Es aquí donde el Estado burgués
se vuelve hegemónico. Ciertamente, para que su posición hegemónica
funcione debe predominar el consenso sobre la coerción, el
convencimiento “democrático” sobre la violencia represiva. Para
que la hegemonía del Estado burgués se consolide, es necesario que
la clase capitalista asegure el soporte del proletariado y de todos
los sectores y fuerzas sociales importantes. Tal soporte no brota
sólo de la “falsa conciencia”, sino que está enraizado en la
incorporación de ciertos intereses y aspiraciones del proletariado
en la ideología dominante. La habilidad del Estado para conservar su
hegemonía depende de su éxito de articular las luchas
popular-democráticas con una ideología que sustente el poder de la
burguesía y de las fracciones dominantes.

Por último, debemos tener en cuenta que el aparato de Estado se
concreta objetivamente en un régimen de gobierno. El gobierno de tal
o cual país no es otra cosa que ese grupo de burócratas
profesionales que administran y conducen la política de Estado,
siempre bajo los lineamientos de las necesidades de la gran burguesía
imperialista. Una estructura de gobierno es algo muy complejo, nos
recuerda Engels: «Este Poder público especial hácese necesario
porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible
una organización armada espontánea de la población. Este Poder
público existe en todo Estado; no está formado solamente por
hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las
cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la
sociedad gentilicia no conocía (…)» [3]. Ciertamente, el Estado
no sólo está formado por hombres armados (cuerpos represivos), sino
por una serie de instituciones que se encargan de mantener la
dominación en todas las esferas de la vida del proletariado. Entre
estas instituciones se encuentran las estructuras legislativas, las
judiciales, las administrativas, las comerciales, las de política
económica, las educativas, las productivas, las de salud, de
cultura, deportivas, etc. Todas con un contenido ideológico definido
que refuerzan la dominación ideológica y política; todas ellas
operan en razón directa a la dominación de clase. Desde nuestro
punto de vista y de forma general, es así que opera y se consolida
el Estado burgués como aparato de dominación de clase.

El paramilitarismo y la coartada del “crimen organizado”

Los intereses económicos de las enormes corporaciones
imperialistas en territorio mexicano transitan por una política de
despojo y enajenación de amplias zonas geográficas con la intención
de concretar la exportación de sus capitales y el usufructo de los
diversos bienes contenidos en esas regiones. Estos intereses
imperialistas van desde la utilización masiva de fuerza de trabajo
precarizada para someterla a súperexplotación laboral; la
construcción de rutas y vías estratégicas para un mayor y
eficiente flujo comercial; hasta la apropiación de amplias zonas
geográficas poseedoras de vastos recursos naturales, energéticos y
minerales: «Mientras el capitalismo sea capitalismo, el excedente de
capital no se dedica a elevar el nivel de vida de las masas del país,
ya que esto significaría mermar las ganancias de los capitalistas,
sino a acrecentar estas ganancias mediante la exportación de
capitales al extranjero, a los países atrasados. En estos países
atrasados las ganancias suelen ser generalmente elevadas, pues los
capitales son escasos, el precio de la tierra es relativamente
pequeño, los salarios bajos y las materias primas baratas. La
posibilidad de exportación de capital está determinada por el hecho
de que una serie de países atrasados ha sido ya incorporada a la
circulación del capitalismo mundial, se han construido las
principales líneas ferroviarias o se ha iniciado su construcción,
se han asegurado las condiciones elementales de desarrollo de la
industria, etc. La necesidad de exportación de capitales obedece al
hecho de que, en algunos países, el capitalismo está ya “demasiado
maduro”, y al capital le falta (dados el desarrollo insuficiente de
la agricultura y la miseria de las masas) campo para su inversión
“lucrativa”.» [4]

Desde luego, tanto la súperexplotación de la fuerza de trabajo
como el despojo de territorios comunales engendran, necesariamente,
luchas de resistencia obrera y/o comunitaria [5]. Esta lucha
resistencialista de las comunidades afectadas por el establecimiento
de industrias o corporativos trasnacionales experimenta una serie de
actividades –tanto jurídicas como de movilización política y
hasta de acción directa– tendientes a detener los proyectos
productivos perfilados en esas zonas geográficas. Casos como la
lucha reivindicativa de los obreros de maquiladoras automotrices
organizados en el Movimiento Obrero Matamorense 20/32 en año 2019
[6], o los indígenas nahuas organizados por «la defensa del
territorio, por la promoción y el ejercicio de su libre
determinación como pueblos indígenas ante la llegada de empresas y
proyectos que intentan industrializar sus tierras» y que se
articulan en el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua
de Morelos, Puebla y Tlaxacala, activos desde el año 2012 [7], entre
muchos otros, son ejemplos de cómo la introducción de proyectos
industriales de corporaciones imperialistas generan la oposición y
resistencia de los pueblos afectados.

Todos estos “obstáculos” resistencialistas a la instauración
de proyectos industriales o de infraestructura retrasan su
funcionamiento. El Estado muchas de las veces se ve imposibilitado a
ejercer la represión directa –ya por coyunturas electorales, ya
por aparentar respeto a sus leyes burguesas o, de plano, por el costo
político y mediático que le reporta la coerción contra pobladores
de esas regiones– contra esas comunidades en lucha de resistencia.
Es aquí donde el poder político echa mano del paramilitarismo
denominado “crimen organizado” o “cárteles del narcotráfico”
[8].

La operación conjunta del Estado, la burguesía y el
paramilitarismo con la finalidad de arrebatar y enajenar tierras,
ejidos y hasta pueblos enteros para desarrollar sus actividades de
apropiación de los recursos naturales es elocuente: el Estado
proporciona a la gran burguesía concesiones para la explotación de
los recursos naturales de alguna zona específica. Esto genera la
inmediata organización para la lucha de resistencia de los
pobladores directamente afectados por tales proyectos económicos. La
movilización política y los recursos legales de los afectados
logran detener la realización del proyecto. Aquí es cuando entran
las actividades de grupos paramilitares quienes se encargan de
sembrar intensas campañas de violencia, crímenes y terror en la
población con absoluta impunidad y coordinados con las fuerzas
represivas institucionales. La población incapaz de hacer frente a
semejante despliegue de violencia, horrorizada por los crímenes más
deleznables, abandona sus tierras y poblaciones dejando el camino
abierto a las grandes corporaciones para la implementación de sus
actividades extractivas o industriales. Las poblaciones que se habían
organizado, luchado y resistido contra estos proyectos quedan
prácticamente sitiadas y dominadas por los grupos paramilitares
denominados “delincuencia organizada”.

En el discurso del Estado la denominación “delincuencia
organizada” se ha convertido en una coartada perfecta para avanzar
en esta política de despojo y opresión. El paramilitarismo ha sido
utilizado por la burguesía y su Estado desde hace muchos años con
la finalidad de destruir procesos organizativos, tanto
revolucionarios como resistencialistas. El paramilitarismo también
ha servido para realizar funciones de “ejércitos particulares o
privados” tanto de la burguesía como de los cacicazgos políticos
regionales para enfrentar a las disidencias políticas o, incluso, a
las insurgencias armadas sin que, aparentemente, el Estado tenga que
ver directamente en esta política de guerra y represión contra el
proletariado y estratos populares. El paramilitarismo es una medida
contrainsurgente que se inserta en la política de GBI y de
terrorismo implementada por el Estado contra la clase obrera que se
organiza y lucha.

Ante este desolador panorama gran cantidad de organizaciones
políticas, sociales y de derechos humanos han denunciado por años
esta táctica asesina del Estado y han logrado generar la presión
política suficiente para situar este tema en la opinión pública,
tanto del país como del extranjero, logrando con ello visualizar tan
lamentable realidad. Sin embargo, el Estado aprende rápido y ahora
su política de paramilitarismo es disfrazada de “delincuencia
organizada”; esta situación le permite confundir a gran parte de
la población. Es una coartada que le ha funcionado para ocultar su
política de guerra y represión contra el pueblo.

Y es que hablar de “delincuencia organizada” es dar la
apariencia de que ésta es una fuerza despolitizada y externa al
Estado, o sea, una expresión que, en apariencia, “el Estado ha
sido incapaz de combatir de manera adecuada y se le ha salido de las
manos”. Complementa esta idea la aparente “infiltración de la
delincuencia organizada en los diferentes niveles de gobierno”, de
ello se desprenden nociones tales como “Narco-Estado” o “Estado
infiltrado por el narco”, por ejemplo.

Consideramos que la realidad no es así. Admitir la idea de la
“infiltración” es, primeramente, aceptar que la función del
Estado burgués es garantizar justicia y seguridad a la sociedad,
algo así como un árbitro neutral que concilia las contradicciones
entre la burguesía y el proletariado –situación a todas luces
falsa, como hemos visto–, pero que “en este momento histórico,
producto de la corrupción, la impunidad y el tráfico de
influencias, el Estado ha sido infiltrado por los intereses de la
delincuencia organizada y ahora opera como un Narco-Estado”,
cuestión que no pocas veces han “analizado” los medios de
propaganda burgueses.

Es el conocido subterfugio de la “corrupción” como origen de
todos los males. Entonces, con estas definiciones, tendríamos que
aceptar que el gobierno ha sido infiltrado por corrupto. De lo que se
deduciría que el “Estado ha sido corrupto, incapaz de
autocontrolarse y por ello el narco sigue creciendo e influyendo en
las decisiones de gobierno”. De esta lógica se desprendería que
“con un gobierno incorruptible, ajeno a los intereses de la clase
política tradicional y con reformas jurídicas y sociales las cosas
podrían cambiar, pero como han sido tantos años del régimen de
privilegios e impunidad, costará más tiempo limpiar la corrupción
en el gobierno y de las fiscalías” (¿nos suena de algo?).

Desde nuestra percepción estos razonamientos son falsos. El
Estado no es el garante de la paz, ni de la justicia, ni de la
seguridad social. El Estado es el aparato de dominación de la
burguesía sobre el proletariado y sectores subordinados; el derecho
positivo que lo edifica no es otra cosa que la forma en que se
organiza su poder político; el derecho penal como una técnica de
control social con fines represivos –y como ejemplo tenemos a
cientos de presos, ejecutados y desaparecidos por motivos políticos
en el país–. Así que el Estado toma partido y ejerce la violencia
de la clase dominante para garantizar sus intereses económicos,
políticos e ideológicos.

El problema fundamental no es la
“corrupción del Estado”, el problema fundamental es el carácter
histórico del Estado actual, y su carácter es plenamente burgués,
su función histórica es mantener el poder y los intereses de
acumulación de riqueza de la burguesía por todos los medios,
consensuales o coercitivos. Así podemos afirmar que el Estado no fue
“infiltrado” por el narcotráfico, ni es un “Narco-Estado”;
Estado y narcotráfico actúan orgánicamente, el narco –como todo
paramilitarismo– es creación de aquel y actúa como elemento de
aseguramiento de los intereses ideológicos, políticos y económicos
del imperialismo: «El narco no florece ante la ausencia del Estado o
cuando este resulta “fallido”, por el contrario, las
empresas criminales requieren del Estado para su pleno
funcionamiento
, de la
complicidad de funcionarios de todos los niveles del aparato estatal,
políticos, gobernantes, burócratas, jefes policiales y militares,
etc. Por ello los afanes de las empresas criminales superan en muchos
casos el mero interés mercantil, les importa convertir su poderío
económico y comercial en poder político, se trata, en muchos casos,
de burgueses que buscan
adueñarse de espacios de poder en lo local y regional
y
lo hacen no sólo mediante la violencia directa contra sus
competidores inmediatos, sino también, al estilo de las empresas
legales, mediante la incidencia directa o indirecta en las elecciones
y gobiernos locales, hostigando a defensores de los derechos humanos
y a periodistas, violentando a vecinos organizados, etc. Es
el Estado el que con su acción u omisión configura el espacio
propio del narco
, la
frontera entre lo legal y lo ilegal aparece como el terreno donde las
empresas criminales despliegan la violencia y el terror social que
les permiten asegurar rentas monopólicas y poder político.» [9]

¿Cómo enfrentar esa violencia? ¿qué podemos hacer?

Primero, nosotros pensamos que no se puede mirar para otro lado
mientras el proletariado y los sectores populares somos masacrados
por la depredación imperialista. No debemos eludir la
responsabilidad histórica de transformar revolucionariamente nuestra
realidad, una realidad de despojo, violencia, abandono y marginación,
como hemos podido ver. No debemos ser indiferentes ante el
sometimiento y el expolio a que son sometidas las clases
trabajadoras, mucho menos al atraso ideológico y político del
proletariado que se encuentra sometido a los mezquinos propósitos de
la burguesía imperialista. Creemos firmemente que, quienes
reivindicamos la ideología y la teoría revolucionarias –el
marxismo, por supuesto–, los comunistas, debemos cuestionarnos
seriamente si queremos luchar sólo por remozar el estado actual de
cosas a través de reformas o si de verdad queremos anular y superar
todo lo existente para construir un mundo mejor. De responder
honestamente esta disyuntiva podrán emanar las tareas que debemos
realizar para revolucionar nuestra sociedad.

El problema de las
desapariciones forzadas y del paramilitarismo es muy grave y
seguramente nos interpela a hacer algo para tratar de remediar esta
situación. Pero como podemos ver, esta problemática es irresoluble
bajo el capitalismo; por más que nos empeñemos en solucionarlo es
imposible si no barremos con todas las relaciones sociales que
estructuran este sistema de opresión burguesa. Nosotros consideramos
que el problema más urgente, de fondo, que debemos comenzara
resolver, es cómo enfrentar todo este sistema de dominación con
posibilidades reales de vencerlo. En este sentido, debemos apuntar
nuestros esfuerzos de lucha contra esa poderosa máquina especial de
represión: el Estado. Nunca dejaremos de insistir que el Estado
burgués «es un órgano de dominación
de clase, un órgano de opresión
de una clase por otra, es la
creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión,
amortiguando los choques entre las clases.» [10]

Vistas así las cosas, lo
urgente no es cómo enfrentar al paramilitarismo –aunque
efectivamente resulte intolerable su acción criminal–, para ello
colectivos y organizaciones de búsqueda y hasta de autodefensa se
las apañan para intentar resistir sus criminales embates. Creemos
firmemente que de lo que se trata es de cómo enfrentar al Estado
burgués, pues de él depende todo el entramado de dominación
ideológica y política sobre el proletariado. Así las cosas, es
necesario comprender que el Estado burgués sólo puede ser
destruido mediante la revolución
,
no hay otro camino, no hay otra manera.

Sin embargo, el avance hacia un proceso revolucionario se muestra
lejano e incierto. Esto debido al grado de consolidación del
capitalismo y sus instituciones y, sobre todo, a la forma en que la
burguesía –mediante el Estado– ha integrado al proletariado a
las relaciones burguesas tanto ideológicas como políticas y
económicas. Así, la burguesía es quien dota de direccionalidad a
la clase obrera sirviéndose particularmente de la aristocracia
obrera que funciona como correa de transmisión de los intereses
capitalistas en el seno del movimiento obrero, convirtiéndose en un
dique infranqueable para que el proletariado desate su potencial
revolucionario.

Lamentablemente, los comunistas poco hemos logrado incidir para
que la situación sea diferente. El atraso político e ideológico
del proletariado es, fundamentalmente, responsabilidad de los
comunistas quienes nos hemos mostrado impotentes para generar
movimiento revolucionario, y nuestra “acción política” siempre
termina a la retaguardia del movimiento espontáneo de las masas. Los
comunistas hemos sido incapaces de incidir en el proletariado para
transformarle en movimiento revolucionario.

Como podemos ver, la historia reciente del comunismo es de crisis,
de derrota, que se evidencia en el sometimiento de los comunistas a
la espontaneidad de su clase. Aunque nominalmente nunca han dejado de
existir organizaciones y colectivos que nos reivindicamos comunistas;
el comunismo, como ideología revolucionaria del proletariado,
realmente ha desaparecido del combate desde hace mucho tiempo
dejando, con ello, sometida a la clase obrera a su espontaneidad.

Esta época del imperialismo ha permitido a la burguesía refinar
sus métodos de dominación ideológica, particularmente a través de
las reivindicaciones económicas del proletariado, consolidando su
hegemonía con una fuerza nunca antes vista.

Las gigantescas ganancias que obtiene la burguesía monopolista
permite que una pequeña parte de ellas se distribuya en ciertos
sectores del proletariado para convertirlos en agentes de la
dominación burguesa; este es el primer obstáculo con que se topa la
lucha espontánea reivindicativa (incremento salarial, mejora
contractual, legalidad laboral, democracia sindical, etc.) de la
clase obrera en la actual fase de desarrollo del imperialismo y, en
consecuencia, también es óbice para los comunistas.

Es así que en la época del imperialismo, el sindicalismo, el
reformismo u otras expresiones políticas que aparecen como un
movimiento proletario genuinamente espontáneo son dirigidas, en
realidad, por la aristocracia obrera, por la burguesía o por la
pequeñaburguesía. Éstas usan al proletariado como herramienta
política, como carne de cañón, para renegociar prebendas y ajustar
cuentas entre ellas. Pero a pesar de lo que muchos comunistas creen,
este movimiento espontáneo-reivindicativo no representa avance
alguno en la construcción de su conciencia revolucionaria, sino que
en realidad evidencia falta de dirección comunista, lo que ocasiona
que tal movimiento termine reproduciendo también la ideología
burguesa y se condene a su disolución prácticamente inmediata.

La expresión de la lucha espontánea-reivindicativa es el
sindicato: «Hoy, los sindicatos mayoritarios son organismos
plenamente burgueses, entidades subsidiarias del Estado. He aquí la
razón por la que, en los últimos treinta años, el espontaneísmo
proletario se ha manifestado con mayor vigor en sus emanaciones
extralaborales. Y el Movimiento Comunista, encasillado todavía en
métodos caducos de organización, ha intentado darle una explicación
irónicamente reformista al reformismo laboral. Los sindicatos
habrían sido “corrompidos”, su dirección comprada por la
burguesía, y, en consecuencia, la solución pasaría por tomar por
asalto estas organizaciones. Las mariscadas de la cúpula sindical,
si son contrapuestas a la miseria de los trabajadores, parecen dar
cuenta de ello. Pero esto es sólo una apariencia. Si los sindicatos
no representan los intereses del proletariado raso y se dedican a
aplastarlo a cambio de grandes dosis de ácido úrico no es por
traición, sino por lealtad a su clase. Sucede que ésta no es la
proletaria.» [11]

Comprendiendo así las cosas, es posible afirmar que el
proletariado seguirá siendo incapaz de cumplir su misión histórica
revolucionaria de emancipar a la humanidad si se muestra
exclusivamente ocupado en sus estrechos intereses gremiales, si se
limita únicamente a luchar por mejorar su propia situación
económica, y sobre todo, si los comunistas seguimos a la zaga del
sindicato, a la retaguardia de la lucha económica reivindicativa y
renunciamos abiertamente a luchar por la revolución proletaria y por
la destrucción del Estado burgués y la instauración de la
Dictadura de Proletariado [12].

Algunas tareas urgentes para los comunistas

Por todo lo anterior, afirmamos que resulta evidente que la crisis
del movimiento comunista internacional ha dejado en la orfandad al
proletariado quien, en medio de la confusión y la desorientación en
sus propias luchas espontáneas, no ha logrado constituirse como el
sujeto revolucionario que con su propia emancipación, liberará a
toda la humanidad de la explotación y la opresión.

Es posible que la clase obrera busque un referente que guíe su
acción transformadora, pero no encuentra a ese destacamento
revolucionario que le conduzca a su emancipación, terminando
entonces postrado ante las propuestas reformistas y oportunistas que
sólo le afianzan a la ideología burguesa; y no encuentra ese
referente revolucionario sencillamente porque no existe en la
actualidad. Y, sin embargo, a pesar del crítico atraso del
proletariado, existe un segmento de comunistas consecuentes que,
lamentablemente, poco o nada han incidido en sacar al proletariado de
su postración. No tenemos duda que estos comunistas –solos o
agrupados en colectivos– han estado dispuestos a continuar la lucha
contra el capitalismo pero ante la crisis ideológica y política en
la que se encuentra sumergido el movimiento comunista su acción se
convierte en parálisis permanente (aunque se “hagan muchas cosas”
del activismo político) que sólo les hace retroceder sin
posibilidades reales de desafiar seriamente al Estado burgués y al
capitalismo mismo.

Los comunistas nos hemos entregado a los pulsos espontáneos de
las masas, sin perspectiva estratégica, aislados, fragmentados
debido a una desconexión total con las luchas del proletariado. A
pesar de nuestros esfuerzos, ningún comunista (o grupo de
comunistas) puede reclamar para sí la representación del
marxismo-leninismo en México. Ciertamente, muchos comunistas
participamos en las actividades políticas del país a través de
distintas agrupaciones gremiales o políticas, en pequeños
colectivos o de manera individual sin abandonar nuestras
convicciones, pero al carecer de un lineamiento político correcto,
nos vemos en la imposibilidad de avanzar en nuestra unificación a
través del desarrollo ideológico, político y organizativo en
función de las tareas revolucionarias que deberíamos realizar.

Actualmente, el movimiento comunista se encuentra lastimosamente
subyugado por el oportunismo y el reformismo, los que han cumplido
cabalmente la tarea de llevar a la ruina la praxis revolucionaria,
empujando las luchas proletarias a la esfera del legalismo y,
fundamentalmente, del sindicalismo que no son otra cosa que la
política bueguesa dentro del movimiento obrero. Gran parte de las
organizaciones comunistas terminan reafirmando al proletario como
capital variable, proveyendo contundencia ideológica a la esfera
reformista del Estado burgués, lo que se objetiva históricamente en
las concesiones económicas que otorga –a veces por su voluntad, a
veces de mala gana– al proletariado organizado en torno a sus
demandas inmediatas. Con esta práctica aparentemente “progresista”,
el oportunismo y el reformismo afianzan la postración de la clase
obrera ante las relaciones capitalistas y ante la aristocracia
obrera, facilitando con ello la corporativización de las masas por
el Estado y, desde luego, la amputación de su carácter
revolucionario.

Estas condiciones en que se encuentra el movimiento obrero se
objetivan justamente en los comunistas que, imbuidos en el
practicismo más grosero o en el teoricismo más estéril, abandonan
de manera general –a veces de manera inconsciente y muchas otras
complacientemente– la lucha revolucionaria circunscribiéndola a
luchas de resistencia que terminan por profundizar aún más su
debilidad y dispersión. Los comunistas hemos perdido el rumbo
leninista y nos hemos dedicado a reproducir las formas y maneras de
hacer política que aprendimos de nuestros predecesores, llenas de
actividades artesanales, floclorismo y seguidismo; con ello,
terminamos ahogados en las minucias del sindicalismo y del movimiento
espontáneo de las masas. Con estos desastrosos y desalentadores
resultados producto de la crisis general del comunismo, el
proletariado está desarmado ideológica, política y
organizativamente situación que evidencia la grave crisis de su
conciencia de clase.

Por todo lo anterior, se hace ineludible el desarrollo consciente
de las siguientes tareas inmediatas:

  1. Los comunistas debemos
    abandonar la dinámica del
    movimiento espontáneo del proletariado y realizar la
    tarea primordial de elaboración teórica, asimilando
    conscientemente la doctrina comunista a través de la experiencia
    histórica de la Revolución Proletaria Mundial, así como el
    análisis del desarrollo actual del capitalismo. En otras palabras,
    los comunistas primeramente debemos separarnos del
    movimiento espontáneo de la clase obrera para dedicarnos de
    forma basta y profunda en asimilar la teoría comunista
    a través de la investigación y síntesis crítica de la historia
    de los procesos revolucionarios del proletariado; así como el
    desenvolvimiento histórico del capitalismo y sus contradicciones.
    Una vez recuperada y asimilada críticamente esta experiencia
    histórica del proletariado revolucionario, podremos insertarnos en
    la clase obrera desde una correcta línea de masas.
  2. Los comunistas debemos
    realizar un arduo y profundo trabajo agitativo y de difusión de la
    teoría marxista. Esta tarea de propaganda debe estar enfocada
    a aquellos elementos más
    avanzados del proletariado, a aquellos que aspiran a desarrollar
    un nivel de consciencia elevado;
    comunistas que participan en alguna organización revisionista o que
    carecen de ella. La propagación de la teoría revolucionaria tiene
    como finalidad inmediata re-situar hegemónicamente al marxismo como
    la teoría revolucionaria que es.
  3. Los comunistas debemos luchar por lograr el esclarecimiento
    ideológico y el análisis objetivo del capitalismo actual, lo cual
    sólo se puede lograr en lucha ideológica contra el revisionismo y
    con la mira puesta en reconstituir los vínculos ideológicos,
    políticos y organizativos con las masas proletarias: «La única
    línea marxista en el movimiento obrero mundial consiste en explicar
    a las masas que la escisión con el oportunismo es inevitable e
    imprescindible, en educarlas para la revolución en una lucha
    despiadada contra él» [13].
  4. El desarrollo de estas tareas urgentes e inmediatas tiene
    como objetivo cristalizar la unidad ideológica y la compactación
    de los comunistas más avanzados que tengan la voluntad de separarse
    del practicismo espontaneísta y centrarse en la discusión,
    análisis, debate, crítica y reorganización de un auténtico
    destacamento revolucionario. Es por ello que, fundamentalmente,
    nuestra propaganda y agitación debe ser dirigida a esos comunistas
    más avanzados. Para cristalizar esta compactación de comunistas
    consecuentes y avanzados es necesario despojarnos de todo fetiche en
    torno a siglas de organizaciones pasadas o presentes y en torno a la
    aceptación acrítica de tal o cual experiencia histórica
    revolucionaria del pasado; sólo las exigencias ideológicas y
    políticas, en suma estratégicas, de este proceso de reorganización
    comunista serán la auténtica ruta de una futura constitución del
    destacamento de vanguardia del proletariado revolucionario: el
    Partido Comunista.

Notas:

[1] La Guerra de Baja Intensidad (GBI) es una doctrina
contrainsurgente desarrollada y perfeccionada a partir de las guerras
intervencionistas estadunidenses desatadas en la segunda mitad del
siglo XX. La GBI se dirige fundamentalmente contra movimientos y
gobiernos revolucionarios. Esta doctrina se implementa cuando en el
conflicto bélico no puede ser eliminado el “enemigo” por medio
del exterminio físico, esto debido al gran respaldo popular que lo
sustenta. Este tipo de guerra se presenta como una opción menos
costosa en términos políticos, económicos y militares; es una
estrategia más completa o integral para enfrentar y superar los
conflictos que cuestionan y cimbran el sistema de dominación. La GBI
tiene una estrategia que combina aspectos militares, políticos,
económicos, psicológicos y de control de población. Esta guerra
“alternativa” también tiene como parte de su estrategia la
promoción de movimientos contrarrevolucionarios como punta de lanza
para resolver el conflicto. En este sentido una de las principales
distinciones de este tipo de conflictos con las guerras
convencionales es el tipo de fuerzas que se emplean y la estrategia
que las estructura y organiza. Muchas veces este tipo de fuerzas son
de corte paramilitar: «En una guerra de este tipo, la formación de
grupos paramilitares se traduce en una necesidad casi imperiosa para
los gobiernos que desean anular la base social de su adversario. Su
función suele ser doble: lograr legitimidad de las fuerzas armadas
en la población y causar debilitamiento político en la fuerza
enemiga. Uno de los resultados buscados es el incremento de los
conflictos y diferencias organizativas a modo de que se enfrenten
entre sí los grupos antagónicos internos; caos del que en el
momento propicio se aprovechará la parte promotora para aniquilar al
adversario rebelde política y militarmente». La GBI tuvo su etapa
de plena madurez en los conflictos centroamericanos (Guatemala, El
Salvador y Nicaragua) donde el paramilitarismo jugó un papel
sustancial en la desarticulación de los movimientos populares y en
la instauración del terror como mecanismo de inmovilismo político y
social. Cfr. Bermúdez Lilia, Guerra de Baja Intensidad. Reagan
contra Centroamérica, México, Siglo XXI, 1989.

[2] Lenin ha caracterizado a la aristocracia obrera a partir de
las reflexiones de Federico Engels sobre el aburguesamiento de un
segmento del proletariado inglés. Engels distingue entre una
«pequeña minoría, privilegiada y protegida», en especial miembros
de los «viejos y conservadores sindicatos» por una parte, y la
«gran masa obrera» en la otra: «En la práctica el proletariado
inglés se está aburguesando cada vez más; de modo que esta nación,
la más burguesa de todas las naciones, aspira aparentemente a tener
una aristocracia obrera y un proletariado burgués además de una
burguesía. Para una nación que explota al mundo entero, esto es,
naturalmente, hasta cierto punto justificable» (Engels, F. La
situación de la clase obrera en Inglaterra).

De esta reflexión, Lenin profundiza –en Imperialismo, fase
superior del capitalismo– argumentando que «la exportación de
capital proporciona unos ingresos de entre ocho y diez mil millones
de francos anuales, a precios anteriores a la guerra y según las
estadísticas burguesas de entonces. Naturalmente, ahora los
rendimientos son mucho mayores. Es evidente que una súper ganancia
tan gigantesca (ya que los capitalistas se apropia de ella, además
de que la exprimen a los obreros de su “propio país”). Y esto es
justo lo que están haciendo los capitalistas de los países
“avanzados”, corrompiéndolos de mil diferentes maneras, directas
e indirectas, abiertas y ocultas. Esta capa de obreros aburguesados,
o “aristocracia obrera”, completamente pequeños burgueses en
cuanto a su manera de vivir, por la cuantía de sus emolumentos y por
toda su mentalidad, es el apoyo principal de la II Internacional, y,
hoy día, el principal apoyo social (no militar) de la burguesía.
Pues estos son los verdaderos agentes de la burguesía en el seno del
movimiento obrero, los lugartenientes obreros de la clase
capitalista, los verdaderos portadores del reformismo y del
chovinismo».

Ahora bien, el contenido y la forma actual de la lucha sindical
otorga la razón a Lenin, pues ésta obedece estrictamente a los
intereses de la aristocracia obrera que se encuentra integrada
ideológica y políticamente al pacto de Estado. O sea, la lucha
sindical mantiene al proletariado de base en posición pasiva y al
margen de la lucha política. La mayor prueba de esto es la forma en
que los sindicatos se encuentran plenamente integrados en el aparato
político-administrativo del Estado, integración pactada previamente
entre la burguesía y la aristocracia obrera.

[*] Decimos selectiva porque se puede apreciar como esta política
de represión está dirigida muy concretamente a sectores sociales
que han resultado “incómodos” para el Estado: jóvenes
proletarios reclutados de manera forzosa para el sicariato de las
organizaciones paramilitares llamadas “delincuencia organizada”,
ciertos activistas en defensa del territorio, integrantes de
organizaciones de madres y padres buscadores de personas
desaparecidas, integrantes de organizaciones sociales, periodistas y
hasta militantes de organizaciones político-militares.

[3] Engels, Federico. El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado
.

[4] Lenin, V.I. Imperialismo, fase superior del capitalismo.

[5] El colectivo
GeoComunes ha realizado un mapa interactivo que permite visualizar
información actualizada sobre amenazas a los bienes comunes en
México. Consultar: https://geocomunes.org/

[6] Consultar: “20/32:
el movimiento obrero que impactó en Matamoros”, en Pie
de Página
:
https://piedepagina.mx/20-32-

[7] Consultar: “Frente
de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua de Morelos, Tlaxcala y
Puebla (FPDTA-PMT)”, en Pbi
México
:
https://piedepagina.mx/20-32-

[8] Son muchas la investigaciones que dan cuenta de la incidencia
de los “cárteles del narcotráfico” en las zonas que presentan
conflictos en torno a la construcción de proyectos económicos
imperialistas. Aquí sugerimos algunas de estas lecturas:

Azamar Alonso, Adela (coordinadora), Disputa por los bienes
naturales. Militarización y fuerzas armadas en México, México,
Terracota, Universidad Autónoma Metropolitana, 2023.

Rodríguez Wallenius, Carlos A. “Proyectos autonómicos de las
resistencias socioambientales contra las obras de infraestructura en
el sureste de México”, en Revista Veredas, núm. 44, Universidad
Autónoma Metropolitana – Xochimilco, México, 2022, pp. 95-113.

Tejiendo Organización Revolucionaria, “Desgarrar y fragmentar
al pueblo. La estrategia de guerra capitalista”, en Revista
Palabras Pendientes, núm. 13, México, 2018, pp. 16-23.

Zavala, Oswaldo. Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura
en México, México, Editorial Malpaso, 2018.

Zavala, Oswaldo, La guerra de las palabras. Una historia
intelectual del narco en México, México, Debate, 2022.

[9] Tejiendo Organización Revolucionaria (TOR), Militarización, guerra contra el pueblo y empresas criminales en México, junio de 2024, consúltese en: https://tejiendorevolucion.

[10] Lenin, V.I. El Estado y la revolución.

[11] Kursant. Las
tareas de los comunistas
,
consúltese en: https://kursant.website/las-

[12] «La Comuna de París tuvo que reconocer desde el primer
momento que la clase obrera, al llegar al poder, no podía seguir
gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de
nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tenía, de
una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada
hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus
propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin
excepción, revocables en cualquier momento. (…)

En realidad, el Estado no es más que una máquina para la
opresión de una clase por otra, lo mismo en la república
democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, es
un mal que se transmite hereditariamente al proletariado triunfante
en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso,
lo mismo que hizo la Comuna de París, no podrá por menos de amputar
inmediatamente los lados peores de este mal, entre tanto que una
generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres,
pueda deshacerse de todo este trasto viejo del Estado.

Últimamente, las palabras “Dictadura del Proletariado” han
vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues
bien, caballeros, ¿queréis saber que faz presenta esta dictadura?
Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la Dictadura del
Proletariado!».

(Engels, Federico. Introducción a la guerra civil en Francia.)

[13] Lenin, V.I. El imperialismo y la escisión del socialismo.

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