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García Linera y los retrocesos del progresismo latinoamericano

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García Linera y los retrocesos del progresismo latinoamericano

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Por Álvaro Verzi Rangel | 27/03/2025 | América Latina y Caribe

Fuentes: Rebelión

El gran problema del progresismo es que no ha sido capaz de ofrecer un nuevo modelo, afirmó el exvicepresidente boliviano Alvaro García Linera, y sostuvo que si bien gobiernos de este signo en Latinoamérica han modificado la estructura de clases, no han ofrecido un nuevo modelo. El progresismo está en huelga de ideas, graficó.

Mucho se ha
escrito sobre el agotamiento o el fin de ciclo progresista y el actual giro
conservador. La reflexión sobre los progresismos realmente existentes en
América Latina nos inserta en otro escenario político, bastante pesimista, que
nos advierte sobre las derivas, límites y mutaciones de los proyectos
progresistas.

Durante su disertación que realizó en el Centro Cultural de la
Cooperación de Buenos Aires, el intelectual boliviano hizo un examen de los
avances y retrocesos que ha tenido el progresismo latinoamericano donde ha
gobernado. Recordó que en los últimos 40 años creció la economía popular, porque
la mitad de la población no tiene empleo formal hoy, ni lo va a tener en 20 o
40 años.

Habló de la necesidad de “superar los horizontes históricos” heredados
de las viejas irrupciones plebeyas y advirtió que los cambios producidos por esas
experiencias modificaron profunda y positivamente las sociedades, logrando transformar “las
estructuras de clase” pero su mismo éxito obliga a renovar la agenda, así
como las formas y tácticas de lucha, enfrentándose sin remilgos a los agentes
del viejo orden.

García Linera sostuvo que la tibieza y el denominado “centrismo” político
son seguras rutas hacia el fracaso. Ejemplificó los casos del MAS boliviano y
del peronismo argentino para señalar que en ambos las propuestas de regresar al
poder para volver a hacer lo de antes están condenadas al fiasco.

Se requiere diseñar un “nuevo horizonte de cambios” que capte
la nueva realidad del universo popular, su sensibilidad y sus aspiraciones
actuales, afirmó, tras recordar la primera oleada exitosa de transformaciones
sociales, “que vino acompañada de un plan de acción que permitió la
implementación de esas grandes transformaciones”.

Recordó que en ese periodo “el progresismo en América Latina sacó a 70
millones de latinoamericanos de la extrema pobreza, les permitió comer tres
veces al día”.

Insistió en que será la militancia la que, desde abajo, conviviendo día a
día con el pueblo, sus sufrimientos y sus sueños, ofrecerá a sus líderes los elementos
para la gestación de una nueva propuesta transformadora y no al revés. Esta no
podrá ser la creación intelectual de un líder o una líderesa sino el resultado
de un nuevo ciclo de movilización del campo popular.

El teórico boliviano acotó que ese progresismo “tiende a
convertirse en prisionero de su propia obra”, al ser incapaz de gestionar
la transición entre aquella primera oleada exitosa, y la siguiente. “Las
primeras reformas cumplieron una función, en un contexto. Pero quedarse solo repitiendo
lo bueno que hicimos, fue un error estratégico grave”, dijo.

Señaló que las transformaciones sociales, “no necesariamente llegan
por un recambio generacional. El líder conduce, expresa la experiencia
histórica de lo popular, porque de allí emanan, del pueblo. Y permanece hasta
que haya otra efervescencia popular de la que surja otro gran líder. Por eso
Cristina (Kirchner) y Evo (Morales) permanecen. Por eso, la izquierda en la
Argentina nunca ha podido avanzar, porque no supo entender el olor plebeyo de
lo popular que tiene el peronismo”.

En su artículo “Un mundo brutal”, García Linera señaló que EEUU protegerá
a occidente del comunismo, o ahora del asiatismo bárbaro y que está bien para
los seguidores de Walt Disney que se fascinan con las historias de fantasías.
Hoy, el poder duro de las armas de disuasión es un negocio más, como vender
cerveza.

“Los «valores de Occidente» que engatusaron a las antiguas generaciones
ahora son una vulgar mercancía que se exhibe en el escaparate del supermercado
como la pasta dentífrica o el tocino”, sostuvo.

El político y teórico marxista boliviano señaló que si hasta hace
poco la expansión de la OTAN, la guerra por encargo en Ucrania o la invasión de
Libia y Afganistán se las justificaban con la retórica de combatir las
autocracias, hoy descaradamente se anuncia que es solo un método para controlar
territorio y someter fuerza de trabajo barata.

“Cínicamente y ante los ojos de millones de ciudadanos Trump les echa en
cara a los ucranianos que occidente paga por cada joven muerto que tienen en
combate y, encima, sin rubor alguno, les reclama que sus muertos valen menos de
lo que han recibido y que deben devolver parte de ese dinero con la entrega de
sus minerales. La moral bucanera ha sustituido a la ilusión universalista”,
concluye.

La extrema derecha es un fenómeno estructural y no hay que tenerle miedo;
“Hay que abandonar la ilusión de que la gente no va a aguantar. La gente no
aguanta cuando, además de tener un deterioro de sus condiciones de
vida, hay una esperanza por la cual vale la pena unirse, reunirse, gastar
tiempo, caminar, marchar y protestar”.

Ese nuevo modelo debe contener reformas de segunda generación, agregó,
que contenga un nuevo estado de
situación posible, porque las experiencias de los progresismos latinoamericanos
sacaron a mucha gente de la pobreza, y eso implica que ahora esas personas
tienen aspiraciones nuevas de ascenso social, distintas a las de quince años atrás.

La investigadora argentina
Marístella Svampa señalaba en 2017 que los diferentes gobiernos progresistas
aumentaron el gasto público social, lograron disminuir la pobreza a través de políticas
sociales y mejoraron la situación de los sectores con menos ingresos, a partir
de una política de aumento salarial y del consumo. Sin embargo, afirmó, no
tocaron los intereses de los sectores más poderosos.

Las desigualdades
persistieron, al compás de la concentración económica y del acaparamiento de
tierras. En esta línea, los progresismos realizaron pactos de gobernabilidad
con el gran capital, más allá de las confrontaciones sectoriales que marcaron
la agenda. Sólo realizaron tímidas reformas del sistema tributario, cuando no
inexistentes, aprovechando el contexto de captación de renta extraordinaria,
añade.

También en 2017, el periodista y comunicólogo uruguayo Aram Aharonian
escribió el libro “El progresismo en su laberinto. Del acceso al gobierno a la
toma del poder” con una provocación al análisis de lo sucedido, cuando algunos
gobiernos progresistas intentaron poner a los más humildes como sujetos de
política y no meros objetos de ella, encarrilando las ideas de democracias
participativas, dignidad e inclusión social, soberanía e integración regional.

Más allá de la imposición de medidas regresivas en lo económico y social,
la derecha se propone concretar un cambio cultural que rompa los valores progresistas
y los lazos solidarios que se habían tejido durante tres lustros. Y para
esta derecha del siglo XXI, el pensamiento crítico es un obstáculo para el
progreso, señalaba

Aharonian insistía en el rescate del pensamiento crítico y en la
construcción de nuevas democracias desde abajo, “abandonando la denunciología y
el lloriqueo, que intentan confundirse con resistencia popular”.

Pero tiene razón García Linera, que apela a la acción de la sociedad
civil movilizada, a la que definió “en un preocupante estado de parálisis. Si
nos quedamos viviendo sólo del pasado, queriendo repetirlo en contexto que han
cambiado, nos desfasamos. El gran problema del progresismo es que no ha sido
capaz de ofrecer un nuevo modelo en la actual coyuntura histórica”.

Álvaro Verzi Rangel. Sociólogo y analista internacional, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista seniordel Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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