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Peligrosa ineptitud europea

por Redaccion
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La élite política europea se caracteriza por su ineptitud.
En casi su totalidad se trata de gente que durante décadas externalizó a
Estados Unidos la función de pensar políticamente, adoptando el
infantilismo político, el narcisismo y la arrogancia de unos “principios
y valores” que, desde luego, la Unión Europea no encarna, practicando
una política basada en la imagen, y creyéndose su propia propaganda
mediática sobre el motivo y origen del conflicto de Ucrania, a saber: el
deseo de un malvado dictador de ampliar su imperio y recrear una
especie de URSS.

La Unión Europea no puede resolver un conflicto cuyos
motivos no entiende. Es incapaz, por tanto, de negociar, porque
desconoce sus propios intereses: no los ha formulado, y se ha limitado a
seguir los de Estados Unidos, que ahora gira y la deja en la estacada.

Europa no quiere acabar la guerra de Ucrania,
porque su burocracia oligárquica ha encontrado en la confrontación con
Rusia la fórmula para consolidar su poder, su razón de ser. Este cúmulo
de circunstancias explica su actual despropósito: pretender ganar sin Estados Unidos una guerra, que en su actual estado y a lo largo de tres años ha perdido con Estados
Unidos. ¿De dónde van a salir los 800.000 millones anunciados para el
rearme? Alemania, su principal potencia, está a las puertas de otro año
de recesión. ¿De dónde saldrán los hombres dispuestos a morir en la
enésima cruzada de la historia europea contra Rusia? Sus principales
potencias militares –Inglaterra, Alemania y Francia– apenas cuentan,
cada una, con una decena de sistemas de defensa antiaérea y antimisiles,
pero para cubrir mínimamente el espacio ucraniano (ciudades e
industrias clave). En la época soviética, allí se disponía de centenares
de esos sistemas. Es solo un ejemplo.

Es verdad que los presupuestos de defensa combinados de
los Estados europeos suman cifras enormes, bien superiores a las de
Rusia, pero eso no cambia la realidad de un mosaico operativamente
incoherente de retazos de diferentes sistemas de armas, cuya complicada
interacción ha demostrado la estrategia militar occidental en Ucrania.
Respecto a la invocada “invasión rusa de Europa”, es una fantasía. Choca
con la propia realidad del lento y penoso avance militar ruso en
Ucrania y con la propia narrativa europea. Durante años, la UE ha
mantenido que la inclusión de Ucrania en la OTAN es la garantía de
seguridad, porque Rusia no se atrevería a atacar a la OTAN, pero al
mismo tiempo se afirma esa posibilidad al agitar el “que vienen los
rusos”.

Lo que deberían hacer los políticos europeos es abrir su
propia negociación con Rusia en lugar de mendigar un puesto en la mesa
de Trump. Antes, deberían reconocer que la única “garantía de seguridad”
para Ucrania es su neutralidad. Seguramente es pedirles demasiado…

A poco más de seis semanas desde que Trump asumió la
presidencia –cuando se escriben estas líneas– y en medio de una
desconcertante y a veces contradictoria sucesión de declaraciones y
anuncios, sigue sin haber apenas perspectiva para pronósticos y
conclusiones. Es difícil imaginar que se cumpla, por ejemplo, lo que
dice el ayudante presidencial Elon Musk de que Estados Unidos se vaya de
esa OTAN que el propio secretario de Defensa, Pete Hegseth, quiere “más
fuerte y letal”. Aún más que abandone Europa, pieza fundamental de la
proyección del poder americano en el mundo. Sin embargo, el mero hecho
de que el primero en la cadena de mando de la guerra entre la OTAN y
Rusia que se libra en Ucrania exprese comprensión hacia los intereses
rusos e insista en acabar la guerra, ha quebrado la narrativa occidental
sobre el conflicto y crea una enorme confusión en las filas europeas,
unidas en su hostilidad a Rusia, lo que abre una ventana de oportunidad a
Moscú.

En el Kremlin se preguntan hasta qué punto es firme esa
oportunidad. Tras décadas de deslocalización y desindustrialización en
busca del máximo beneficio cortoplacista, la dependencia de la economía
de Estados Unidos de sus suministradores es grande. Los castigos
arancelarios anunciados pueden crear rupturas y carestías. El mundo ya
conoció, en la Rusia de Boris Yeltsin de los años noventa, grandes
promesas de “volver a hacer grande” el país que se saldaron con un
fenomenal desbarajuste. En los inicios de Trump, el presidente
(recordemos que sufrió dos atentados durante la campaña electoral) tiene
a su favor la inercia del shock que provoca el frenético
anuncio de sus iniciativas políticas entre sus adversarios en Estados
Unidos y en Europa, pero su posición está lejos de ser firme. Su mayoría
en el Congreso es exigua, de solo tres votos. En el dossier ucraniano,
todo el partido demócrata y parte del republicano no sintonizan con el
giro hacia un acuerdo con Rusia. En el probable caso de que la economía
se le tuerza, Trump perderá en dos años la mayoría en las elecciones de midterm
y recibirá la suma de la energía opositora que ya se está gestando
contra él. Desconocemos también cuánto durará la unidad en su bizarro
equipo, formado por criterios de fidelidad.

Sea como sea, nadie puede garantizar que el siguiente
presidente de Estados Unidos se vuelva a parecer más a Joe Biden que a
Donald Trump. Ese escenario de “paréntesis anómalo” en Washington puede
ser la esperanza de futuro de los ineptos dirigentes europeos que buscan
en la continuidad de la guerra una loca salida a su debacle. ¿Podría
coordinarse ese loco belicismo europeo con la oposición a Trump en el establishment de
la seguridad de Estados Unidos y del Partido Demócrata para hacer
fracasar el vector de una negociación en Ucrania? Por supuesto, el
propio Trump parece consciente de tal peligro. En sus recepciones en la
Casa Blanca maltrató a Zelenski, pero se cuidó mucho de hacer lo mismo
con Macron y Starmer, gente que, aliada con sus enemigos en Estados
Unidos, puede ser peligrosa.

En términos históricos, parece que el hegemonismo occidental se está desmoronando en el mundo. La conducta de los que van a menos en el actual tránsito está plagada de peligros. Eso incluye a Rusia, pero en el ámbito de los objetivos, los de Moscú están claros: 1- restablecer la neutralidad de Ucrania y evitar allí el despliegue de bases y armas de la OTAN, 2- restablecer los derechos de la población rusófila de la región y 3- renegociar un sistema de seguridad europeo integrado en el que los intereses de Rusia sean tenidos en cuenta. Los objetivos estadounidenses están menos claros, aunque entre todo lo declarado, se extrae una lógica de economía de recursos para poder seguir dominando el mundo. En el caso de Europa, no hay objetivos definidos. Hay un partido de la guerra, con gran peso de bálticos, polacos y nórdicos, que arrastra al resto y que podría degenerar fácilmente en una guerra del norte en el área del Mar Báltico. Mientras todo eso se cuece, es indudable que se ha abierto una ventana de oportunidad para la distensión entre Estados Unidos y Rusia, en la que Moscú podría retirar sus tropas de Bielorrusia a cambio de una retirada de tropas americanas de Europa del Este, así como una retirada mutua de misiles de medio alcance de ambos espacios. El planeta tiene otras prioridades urgentes perfectamente claras y definidas. Europa debe dejar de ser la vanguardia del despropósito.

Fuente: https://ctxt.es/es/20250301/Firmas/48782/Rafael-Poch-ineptitud-europea-negocacion-Rusia-Ucrania-Trump.htm

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