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¿Qué significa la elección de Albert Ramdin a la cabeza de la OEA?
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Por Alejandro Frenkel | 22/03/2025 | América Latina y Caribe
Fuentes: Nueva Sociedad
Con el patrocinio de los países de América Latina y el Caribe, el surinamés Albert Ramdin fue ungido como nuevo jefe de la organización regional. La herencia de Luis Almagro, el activismo de Lula da Silva, el apoyo caribeño, un Trump 2.0 contra todos y la paciencia china son algunas de las claves para comprender el proceso.
El canciller de
Surinam, Albert Ramdin, fue elegido «por aclamación», el 10 de marzo
pasado , como nuevo secretario General de la Organización de Estados
Americanos (OEA) hasta 2030. Con una larga trayectoria diplomática,
Ramdin llegó a la jefatura de la OEA tras una contienda con el canciller
paraguayo, Rubén Ramírez Lezcano, quien terminó retirando su
candidatura por no haber conseguido los apoyos suficientes.
Durante la «campaña electoral» para reemplazar al
uruguayo Luis Almagro, las divergencias entre ambos contendientes en
algunos temas decisivos se hicieron ostensibles: mientras que Ramdin
rechazaba las sanciones y proponía la negociación como solución a la
crisis venezolana, Ramírez Lezcano planteaba que la OEA debía impulsar
un cambio de régimen en Venezuela, así como también en Cuba y Nicaragua.
De igual forma, Ramdin se ha mostrado reacio a transformar a la OEA en
una plataforma «anti-China», al tiempo que Ramírez Lezcano se mostraba
alineado con las preocupaciones de Estados Unidos, principal sostén
económico de la OEA. En este marco, el apoyo de los países
latinoamericanos y de la Comunidad del Caribe (CARICOM) a Ramdin y la
poca voluntad de Washington para tratar de imponer al candidato
paraguayo sellaron la suerte de la contienda a favor del diplomático
surinamés.
En su primer discurso como secretario general
electo, Ramdin -quien fue en el pasado secretario adjunto de la OEA-
instó a fomentar el diálogo entre para resolver los desafíos regionales,
puso en primer plano la necesidad de actuar frente al cambio climático y
prometió trabajar para que el organismo interamericano vuelva a ser
relevante. No obstante, el escenario, como ya es habitual señalar, no es
el más favorable: a la presión sistémica que impone la creciente
rivalidad entre China y Estados Unidos se suma el retorno de Donald
Trump a la Casa Blanca.
En tan solo dos meses, el líder republicano ha dado
algunos indicios concretos de su impronta internacional: rechazo al
multilateralismo y amenazas de aranceles, anexiones territoriales y
deportaciones masivas. Por otro lado, al sur del Río Bravo los proyectos
de integración y concertación regional navegan en piloto automático o
languidecen hacia una virtual disolución, mientras que la polarización
entre gobiernos progresistas y de (extrema) derecha consolidan la
fragmentación. Dicho esto, a continuación se planean cuatro factores
claves para comprender la elección de Ramdin y el futuro de las
relaciones interamericanas.
1. Una gestión divisiva
Luis Almagro asumió como secretario general de la
OEA en mayo de 2015, tras dos períodos del socialista chileno José
Miguel Insulza al frente de la organización y Ramdin como segundo al
mando. La llegada de Almagro coincidió con el declive de la llamada
«marea rosa» progresista latinoamericana, el estallido de la crisis
venezolana y el final del gobierno de Barack Obama.
Bajo el lema «Una OEA del Siglo XXI», Almagro asumió
con la promesa de modernizar el organismo y volver a convertirlo en un
actor clave para resolver los problemas del hemisferio, luego de una
etapa de descrédito y surgimiento de instancias alternativas de
concertación regional, como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y
la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Ex-canciller del gobierno de José «Pepe» Mujica, Almagro se fue alejando
del Frente Amplio y de la izquierda, con un estilo de agitador en las
redes sociales.
Uno de los temas que Almagro puso como como
prioridad de su gestión fue la defensa de la democracia en la región.
Sin embargo, el enfoque de la crisis venezolana recibió serios
cuestionamientos por no haber actuado como mediador: la OEA se alineó
abiertamente con la posición de Estados Unidos, apoyando los intentos de
cambio de régimen en Caracas. La invocación del Tratado Interamericano
de Asistencia Recíproca (TIAR) en 2019, con el objetivo de aumentar la
presión sobre el gobierno de Nicolás Maduro, fue otro momento
controvertido.
Esta decisión evidenció las divisiones internas en
la OEA y la dificultad para construir consensos en temas sensibles. De
hecho, la activación del TIAR generó el rechazo del gobierno de Uruguay,
país natal de Almagro, lo que incluyó el retiro del país sudamericano del tratado.
Otro punto controvertido de la gestión almagrista
fue el accionar del organismo frente al golpe de Estado en Bolivia, en
noviembre de 2019. La posición de Almagro terminó echando más leña al
fuego: primero avaló la cuestionada posibilidad de reelección de Evo Morales -e incluso apareció en actos con el entonces presidente boliviano,
lo que le valió el rechazo de la derecha boliviana. Pero tras las
elecciones, en medio de la crisis, avaló un informe cuestionado sobre
las elecciones bolivianas que sirvió como justificación para el
derrocamiento del gobierno y luego no condenó con firmeza la
interrupción del orden constitucional, lo que afectó aún más la
credibilidad de la OEA.
Como balance, a pesar de haber logrado algunos
avances en áreas como ciberseguridad y cambio climático, el decenio de
Almagro terminó con críticas a su desempeño tanto por izquierda como por
derecha y dejó un organismo carente de legitimidad para abordar las
crisis regionales.
2. El retorno de Brasil y la puja caribeña
La segunda dimensión para entender la elección de
Ramdin se vincula con la política regional de Brasil tras el retorno de
Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia. El académico y ex-canciller
brasileño Celso Lafer explica en su libro A identidade internacional do Brasil e a política externa brasileira
(Perspectiva, 2021) que la «vocación suramericana» ha sido uno de los
rasgos fundamentales de la política exterior brasileña desde comienzos
del siglo XX. Como resultado de ello, Brasil ha intentado históricamente
constituir a América del Sur como algo más que una expresión
geográfica, transformándola en una entidad política y económica específica.
En las últimas décadas, fue
durante las gestiones de Fernando Henrique Cardoso (1995-2003) y los
primeros gobiernos de Lula da Silva (2003-2011) que Brasil diseñó un
proyecto de política regional con epicentro en América del Sur.
Un punto cumbre de este proyecto fue la creación de la Unasur en 2008.
Para ello, Lula promovió la inclusión de dos países tradicionalmente
alejados de la región: Guyana y Surinam, ex-colonias británica y
holandesa respectivamente. La idea no era concretar una unión meramente
geográfica sino configurar una entidad que fuera más allá de la
conjunción hispano-portuguesa. En la práctica, ello significó que Guyana
y Surinam participaran de la Unasur de manera activa. Así, por ejemplo,
Guyana asumió la presidencia pro témpore de la Unasur en 2011 y Surinam
hizo lo propio en 2013. La ex-colonia holandesa también tuvo un papel
destacado en el Consejo de Defensa Suramericano y, en 2015, se incorporó
al Mercosur como miembro asociado.
Ahora bien, luego de la etapa bolsonarista, en la que Brasil se retiró de proyectos regionales como la Unasur y la CELAC, el tercer Lula busca reinstalar a América del Sur como un eje fundamental de la política exterior brasileña. En palabras de su ministro de Relaciones Exteriores, Mauro Vieira, la «doctrina Lula» está centrada en la recuperación de la imagen y el protagonismo de Brasil tanto en el mundo como en la región.
Como reflejo de ello, el presidente brasileño
decidió el retorno de Brasil a la CELAC, volvió a priorizar el Mercado
Común del Sur (Mercosur) y propuso reactivar la Unasur.
Si bien es cierto que varias de esas iniciativas no pudieron
concretarse (el Mercosur se encuentra amenazado por la intención del
presidente argentino, Javier Milei, de firmar un acuerdo de libre
comercio con Estados Unidos y el restablecimiento de la Unasur sigue en stand by),
la agenda regional de Lula sigue siendo prioritaria y la elección de
Ramdin debe ser leída como un logro de la diplomacia brasileña. Por el
lugar que Lula ha intentado otorgarle a Surinam en la región y también
porque Ramdin, al igual que el gobierno brasileño, promueve el diálogo y
la negociación con el gobierno de Nicolás Maduro. De hecho, Lula
aprovechó la asunción de Yamandú Orsi en Uruguay para discutir el tema
con otros presidentes de izquierda de la región, buscar apoyos para el
canciller surinamés y aislar al paraguayo, hasta entonces favorito.
El apoyo de los países del Caribe a la candidatura
de Ramdin también ha sido uno de los factores fundamentales en la
elección del nuevo mandamás de la OEA. Surinam es miembro de la CARICOM y
la elección del canciller de ese país marca una intención por parte de
los caribeños de tener una mayor gravitación en los asuntos
interamericanos. A ello hay que agregar dos elementos más.
En primer lugar, el voto de la mayoría de los
miembros del CARICOM ha sido decisivo para evitar la aplicación de
sanciones contra Venezuela en los últimos años. Vale resaltar que muchos
de estos países han recibido en las últimas dos décadas grandes
cargamentos de petróleo subsidiado enviado por Caracas. De igual forma,
aunque la CARICOM está alineada con Guyana en la disputa fronteriza que ese país mantiene con Venezuela
por el territorio del Esequibo, el organismo caribeño viene abogando
por una desescalada del conflicto y suele remarcar la importancia del
diálogo entre ambos países para asegurar la paz. En este marco, la
presencia de Ramdin al frente de la OEA puede facilitar el clima de
negociación, manteniendo una voz fuerte de los países caribeños.
En segundo lugar, los países del Caribe le otorgan
especial importancia a la agenda del cambio climático y la coordinación
de acciones frente a desastres naturales. En este escenario, el
negacionismo ambiental de Trump y las declaraciones de Ramdin en favor
de priorizar la agenda climática son aspectos que pueden haber reducido
el apoyo del CARICOM a la candidatura de Ramírez Lezcano.
3. Trump contra todos
La tercera variable a tener en cuenta es el retorno
de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. El Trump 2.0, como
muchos han catalogado al segundo gobierno del magnate inmobiliario,
tiene como un rasgo distintivo una intención de abandonar
definitivamente el compromiso estadounidense con el orden liberal
internacional. Concretamente, esto significa dejar de promover la
construcción de un mundo basado en mercados abiertos, reglas
consensuadas e instituciones multilaterales. Tal como explica John
Ikenberry, el orden liberal se basa (¿o basaba?) en la hegemonía global
estadounidense bajo la premisa de una «restricción estratégica». Esto es: el hegemón logra
que los demás Estados se comprometan a participar dentro del orden
internacional y, a cambio, se compromete a restringir el ejercicio su
poder. De esta forma, los Estados más débiles no temen ser dominados o
abandonados, se benefician de bienes públicos globales como seguridad y
comercio, y el Estado líder no necesita a hacer un uso coercitivo de su
poder para mantener el orden.
El desprecio de Trump por las instituciones
multilaterales y el derecho internacional, la pauperización de la
diplomacia, el proteccionismo económico, el desfinanciamiento de la
ayuda al exterior, el negacionismo climático y la política de amenazas
de anexión territorial y chantajes arancelarios contra sus propios
aliados son algunas de las expresiones más notables del divorcio de
Estados Unidos con el orden liberal internacional y sus premisas
básicas.
En el caso de América Latina y el Caribe, esto
dificulta la capacidad de Washington para liderar e influir sobre el
continente. En primer lugar, porque desaparecen los incentivos
«positivos» y las recompensas que generan consenso y queda, en su lugar,
una política de amenazas, sanciones y retaliaciones.
En segundo término, porque la política exterior estadounidense viene
siendo cada más ideologizada y dependiente de la agenda doméstica.
Ante este panorama, se configura una política
hemisférica estadounidense con tres características sobresalientes:
fragmentación (con países y temas marcadamente protagónicos y otros
completamente relegados); partidización (subordinada a la línea dura del
Partido Republicano, en especial, del Estado de Florida); y dogmatismo
(la única finalidad es contener la influencia china en la región,
desatendiendo los verdaderos problemas de América Latina), todo ello
condimentado con la incertidumbre que añade el estilo Trump.
El perfil de Leandro Rizzuto Jr., embajador ante la
OEA designado por Trump es una expresión elocuente de las
particularidades de la política de Washington hacia la región: Rizzuto
Jr. Es un empresario de la Florida ligado al sector de productos de
belleza, con un único y modesto antecedente diplomático como cónsul en
Bermudas y cuyo mérito parece ser el haber aportado mucho dinero al
Partido Republicano.
4. La paciencia estratégica china
En cuarto lugar, está «el factor China». Es
importante destacar que uno de los temas que ocupó las discusiones y
plataformas informales de los candidatos a la Secretaría General fue el
creciente rol del país asiático en la región y su relación con la OEA
(China es miembro observador permanente del organismo desde 2004). Como
ya señalamos, contrarrestar la influencia China es el principio rector
de la política estadounidense hacia la región y, con esa meta por
delante, Washington se inclinó por la candidatura de Ramírez Lezcano. El
hecho de apoyar a un representante paraguayo puede ser interpretado sí
mismo como una actitud «antichina», en tanto Paraguay es el único país
sudamericano (y uno de los doce del mundo) que no tiene relaciones
diplomáticas con Beijing y sigue manteniendo estrechos vínculos con Taiwán. Además,
Lezcano ha tenido una intensa actividad como canciller para fortalecer
los lazos de su país con Taipéi -pese a la presión de sectores
económicos, como los ganaderos, para acercarse económicamente a la república Popular China– y disipar cualquier rumor de cambio de postura de Asunción.
En este marco, la falta de apoyo que recibió el
candidato paraguayo debe entenderse también como un triunfo de Beijing.
Ramdin, a su vez, se ha manifestado contrario a transformar a la OEA en
un eslabón de Estados Unidos en su política contra China. El día en que presentó su candidatura, el surinamés manifestó
que el rol del país asiático en la región «es cada vez más importante,
especialmente en términos de comercio e inversión, pero también en
términos de conexiones diplomáticas».
Frente a la política de amenazas y presiones que
impulsa Trump, China ha optado por un enfoque opuesto, basado en la
«paciencia estratégica». En la práctica, esto implica persuadir en lugar
de imponer, evitar interferir en los asuntos internos de las naciones
latinoamericanas y apostar por asociaciones a largo plazo, aun cuando
circunstancialmente haya gobiernos hostiles, como el caso de Jair
Bolsonaro en Brasil o Javier Milei en Argentina. Como señala Juan Gabriel Tokatlian,
China cuenta una ventaja: ofrece muchos recursos y, al menos por ahora,
exige pocos compromisos. Estados Unidos, en cambio, provee escasos
recursos y exige muchos compromisos.
Corolario: ¿Qué región a futuro?
La elección de un nuevo secretario general es una
buena oportunidad para que la OEA recupere algo de la legitimidad
perdida y vuelva a ser considerada como un instrumento apropiado para
resolver conflictos regionales. Sin embargo, para llegar a buen puerto
tanto Ramdin como la comunidad interamericana deberán sortear algunos
escollos. Uno de los principales es que la creciente rivalidad
entre Estados Unidos y China presiona a los países de la región y a los
organismos regionales a alinearse con los intereses de Washington.
Esta dinámica geopolítica restringe la capacidad de maniobra de los
Estados, empresas y demás grupos sociales latinoamericanos y dificulta
la construcción de consensos. A ello se suma la forma de ver el mundo de
Trump, su desprecio por el multilateralismo, las normas y reglas y su
ponderación de los regímenes y organismos internacionales desde una
lógica transaccional y cortoplacista. Para el líder republicano, si la
relación con un país o la pertenencia a un organismo no genera
beneficios económicos inmediatos, resulta prescindible. Esta visión,
sumada a una política exterior basada en amenazas y chantajes, pone en
jaque la confianza de los países latinoamericanos en el liderazgo
estadounidense y, por extensión, en la OEA.
Finalmente, la fragmentación política y económica de
América Latina, junto con la parálisis de los organismos de integración
regional, debilita la capacidad de los países para actuar de manera
coordinada y presentar una voz unida frente a los desafíos comunes.
Dicho esto, se pueden señalar algunos elementos que
podrían facilitar la revitalización de la OEA. Por lo pronto, la acción
conjunta de la mayoría de los países latinoamericanos y caribeños para
ungir a Ramdin representa en sí mismo un indicio alentador. Asimismo, de acuerdo con el último informe de Latinobarómetro,
en las sociedades latinoamericanas existe un altísimo apoyo a la
cooperación e integración regional. 83% de los latinoamericanos apoya
que su país coopere con otros dentro de América Latina y 78% respalda la
colaboración con el resto del mundo.
De igual forma, la mayoría de la población
latinoamericana tiene una opinión positiva de Estados Unidos, con un
promedio regional de 73%, lo que supera a otras potencias, como China
(54%), la Unión Europea (58%) y Rusia (37%). Si bien esta medición es
anterior al inicio del segundo período de Trump, todavía existe una base
de apoyo ciudadano favorable para intentar revitalizar las relaciones
interamericanas.