Europa -desde Tarifa a los montes Urales-
es una pequeña península del gran continente euroasiático: una
realidad material ineludible para cualquier proyecto político de
largo alcance, con posibilidades razonables de éxito; como supo
anticipar, con indudable visión estratégica, el general De Gaulle.
Necesitamos una Unión Europea capaz de
fundamentar su estrategia en su evidente realidad continental; de lo
contrario, tenderá a desgarrarse, como consecuencia de sus
contradicciones internas, focalizadas por su humillante subordinación
al imperialismo USA, que la desprecia.
Europa es cuna de civilización, patria de
la Ilustración y de la Revolución francesa, que nos legó los
derechos del hombre y los valores de libertad, igualdad, fraternidad.
Abrió el camino a la revolución industrial y cruzó el Atlántico
llevando en su mochila la racionalidad del método científico. Más
adelante, la Revolución rusa, liderada por Lenin e impulsada por el
movimiento obrero, puso en práctica la ciencia política basada en
los escritos del genial judío alemán Carlos Marx, que dio lugar a
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hoy extinta.
Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas que, en cuatro décadas, logró sacar de la miseria y la
ignorancia a decenas de millones de personas, transformando al pueblo
ruso en uno de los más cultos y avanzados del planeta.
Rusia puso en órbita el primer satélite
artificial de la historia en 1957 y en la primavera de 1961 llevó al
primer hombre al espacio, Yuri Gagarin; astronauta que, desde su
atalaya en el cosmos, contempló estremecido la inmensa soledad del
Universo, y nos informó cabalmente de que allí no había ningún
Dios. Lo recuerdo bien porque en aquella primavera del 61 yo tenía
17 años y era alumno de primer curso en la Escuela Naval de Marín,
con las inquietudes propias de mi generación.
También por aquellos días, como el
sediento va a la fuente, recurrí insaciable a mis lecturas para dar
respuesta a los interrogantes que mi percepción de joven adolescente
se planteaba: de dónde venimos y hacia dónde vamos. Y aplaqué en
parte mi sed de conocimiento en un libro de historia natural escrito
por Charles Darwin, “El origen de las especies”. Y en los versos
del poeta Miguel Hernández, “Vientos del pueblo me llevan”,
obtuve una respuesta certera a mis inquietudes: vamos de la vida a la
nada.
Dos años después, en el verano del 63,
Valentina Tereshcova se convertía en la primera mujer cosmonauta de
la historia de la Humanidad. Lo recuerdo vivamente, porque en
aquellos días conocí en Pontevedra a mi futura compañera de lucha,
Rosa, una joven adolescente de 16 años, hoy madre de mis seis hijos,
abuela de mis doce nietos y bisabuela de mi bisnieto Senda.
Un año antes, en octubre de 1962, se producía la “crisis de los misiles”, cuando los despliegues estadounidenses en Italia y Turquía fueron respondidos por los despliegues soviéticos en Cuba, lo que llevó a la Humanidad al borde del abismo. La URSS retiró finalmente sus misiles, a fin de evitar una conflagración nuclear.
Extinta la antigua Unión Soviética en
1991, el imperialismo USA dominó la esfera internacional, impulsando
la expansión de la OTAN hacia el Este de Europa, lo que incrementó
peligrosamente la tensión, alcanzando un punto de ruptura con el
golpe del Maidán, seguido de la persecución y asesinato de parte de
la población rusa de Ucrania.
La pretensión del presidente Zelensky de
llevar la OTAN hasta las fronteras de la Federación de Rusia fue la
gota que colmó el vaso.
En efecto, de haberse llevado a cabo tal
pretensión, Rusia hubiese quedado al alcance de misiles nucleares
hipersónicos, con tiempos de vuelo hacia Moscú de menos de 15
minutos, desestabilizando de ese modo el equilibrio estratégico,
conocido como Destrucción Mutua Asegurada (DMA). Esa explosiva
contradicción dio lugar a la “operación militar especial”,
ordenada por el presidente Putin, que desencadenó la guerra de
Ucrania.
Ante ese panorama desolador resulta
indignante el recuerdo del “banderista” presidente Zelensky,
admirador del colaboracionista nazi Stepán Bandera, aplaudido en pie
por la inmensa mayoría de los representantes de la “soberanía
europea”, hoy humillada por el “gran hermano” americano.
La humillante situación actual es
evidente, los USA exigen ahora el final de la guerra de Ucrania y
pretenden:
- Que Ucrania pierda el 20 % de su territorio.
- Que Ucrania ceda a los USA, para su explotación en exclusiva, la riqueza minera en tierras raras, elementos clave para la producción de nuevas tecnologías, en particular de microchips.
- Que la Unión Europea asuma los costes de la guerra, en particular el coste económico de la reconstrucción.
- Que la Unión Europea envíe tropas permanentes a Ucrania, que no estarían cubiertas por el artículo 5 de la OTAN: “las partes convienen en que un ataque armado contra una o contra varias de ellas, acaecido en Europa o en América del Norte, se considerará como un ataque dirigido contra todas ellas (…)”.
Esto último significaría el relevo del
averiado ariete llamado “Ucrania” por el nuevo y más potente
ariete llamado “Unión Europea”. Aunque, eso sí, sin la
cobertura del citado artículo 5. Lo que posibilitaría a los USA
instrumentalizar a la UE contra la Federación de Rusia, sin correr
el riesgo de estar obligada a implicarse directamente en una posible
guerra, que arrasaría Europa.
En efecto, no serían los USA quienes
estarían en guerra con Rusia, sino la Unión Europea, incluida
Ucrania; es decir, nuestros hijos y nietos, que serían carne de
cañón de intereses foráneos.
La Unión Europea debe liberarse del
humillante y peligroso vasallaje, haciendo avanzar un proceso
constituyente capaz de dotar a la Unión Europea de una estructura
federal, auténticamente democrática.
Creada la base democrática de su unidad federal, lo demás se dará por añadidura; en particular, una industria pública de defensa, junto a una defensa unificada más eficaz y menos costosa, con capacidad de disuasión militar multihorizonte, potenciada por su enorme capacidad económica, cultural, científica y tecnológica.
Solo así será posible conjurar el peligro que para Europa representa la nueva oligarquía tecnofascista que, amenazante, vocifera desde la otra orilla del Atlántico.
Manuel Ruiz Robles. Capitán de Navío (r) de la Armada, fue miembro de la autodisuelta Unión Militar Democrática (UMD).
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