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Campos de exterminio: lecciones desde Teuchitlán y Reynosa

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Campos de exterminio: lecciones desde Teuchitlán y Reynosa

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Por Óscar Misael Hernández | 22/03/2025 | México

Fuentes: A dónde van los desaparecidos – Imagen: Crematorio clandestino en Jalisco.

Durante esta semana, Teuchitlán, Jalisco, fue noticia internacional debido al hallazgo de lo que se llamó un “campo de exterminio”. Agencias de noticias como Reuters, The Guardian y Le Parisien cubrieron la nota. En México, gran parte de los medios hicieron lo mismo. El Rancho Izaguirre fue el epicentro de la noticia. Ahí, el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco encontró ropa, calzado, libretas, fotografías, una carta, identificaciones, cargadores y casquillos de bala… y restos óseos, al parecer incinerados. Más allá de eso, se dice que el Rancho Izaguirre estaba controlado por un grupo delictivo, reclutando y adiestrando ahí a personas jóvenes para sus comandos. El campo funcionaba para entrenar a personas para ejercer la muerte, para morir o asesinar a otras.

También esta semana Reynosa, Tamaulipas, fue noticia. El colectivo
Amor por los Desaparecidos, en un baldío ubicado entre colonias al
poniente de la ciudad, encontró restos óseos calcinados en supuestos
crematorios, así como pantalones de mezclilla, una hebilla de cinturón,
un rosario, equipo táctico, cartuchos percutidos, tambos y una pared con
impactos de bala. Casi a la par, otro colectivo, Lazos Unidos por
Encontrarlos, en un ejido de Reynosa, también informó del hallazgo de
restos óseos.

Además de miedo o terror, los casos nos provocan un sentimiento de
dolor al pensar en las víctimas y en sus familiares, pero también un
sentimiento de impotencia por vivir en un país donde la inseguridad y la
violencia han escalado, aunque los gobernantes poco lo reconocen. Más
allá de ello, hay algunas lecciones que nos dejan Teuchitlán y Reynosa.

La primera es el espectáculo que se ha hecho de los casos en sí. Las
representaciones de la violencia y el terror claramente tienen un uso e
interés mediático que concluirá cuando otros nuevos casos provean un
rating más lucrativo. De los casos se ha hecho lo que el antropólogo
Philippe Bourgois llamó “pornografía de la violencia”, es decir, se han
omitido las causas estructurales de la muerte y el dolor, privilegiando
más el morbo, la sangre, los huesos. No significa que no existan,
significa que hay que cambiar la lente de reflexión y análisis y
comprender que se trata de casos de violencia y crueldad sistémica.

La segunda es la remembranza histórica que los casos de Teuchitlán y
Reynosa han suscitado en los medios con los campos de concentración y
exterminio nazi. Los testimonios de escritores como Primo Levi y otros
sobrevivientes del holocausto dan fe de ello y sirven para encontrar en
el presente paralelismos con un periodo fascista del pasado. A mí más
bien me recuerda a las masacres en San Fernando y otros lugares. Pero no
hay que olvidar que en hoy en día se vive una época de posfacismo, en
la que los enemigos no son los judíos, sino los migrantes, las mujeres y
jóvenes vulnerables; donde los campos de concentración ahora se llaman
centros de detención, casas de seguridad, en donde la degradación humana
se da a través del enjaulamiento, la separación familiar, la tortura,
la muerte al cruzar la frontera México-Estados Unidos o al desaparecer
en fronteras mexicanas y aparecer en campos de exterminio o fosas
clandestinas.

La tercera es la angustia por nombrar. Antígona González, el
personaje de la novela de Sara Uribe, por ejemplo, dice que hay que
“Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría ser el mío. El cuerpo
de uno de los míos”. La referencia es a las personas que pueden
desaparecer forzadamente o a quienes ya fueron y yacen en fosas. Los
colectivos de búsqueda de Teuchitlán, de Reynosa y de otras latitudes de
este país, se angustian por buscar y nombrar a los suyos para no perder
la esperanza de encontrarlos, vivos o muertos. Pero la angustia de
nombrar no se limita a sus “tesoros”; también hay que nombrar las
geografías y arquitecturas de la muerte, de la maldad, sean campos de
adiestramiento para la muerte, o bien, campos, zonas, sitios, lugares o
casas de exterminio.

La cuarta y última lección que nos dejan los casos es que, después de tantos años de desapariciones, asesinatos y crueldad en México, el Estado no sólo es omiso, sino también insensible, construyendo hasta la fecha un falso positivo de la seguridad en el país. En Teuchitlán, por ejemplo, las autoridades federales y estatales sabían del rancho Izaguirre desde septiembre pasado, pero casualmente no habían identificado restos humanos. En Reynosa, por otro lado, después del anuncio del hallazgo, la Fiscalía del Estado comunicó que “no había elementos para establecer la existencia de supuestos centros crematorios o de exterminio en esa propiedad”. Parece ser que, como diría el antropólogo Claudio Lomnitz, en México existen dos soberanías: una legal, representada por el ejecutivo del Estado, y otra ilegal, representada por el crimen organizado. El problema es que a veces no se sabe cuál de las dos soberanías es la que gobierna, o si existen fronteras difusas entre ambas.

Óscar Misael Hernández: Doctor en Antropología Social e investigador en El Colegio de la Frontera Norte. Sus líneas de investigación son migración, género y crimen organizado.

Fuente: https://adondevanlosdesaparecidos.org/2025/03/15/campos-de-exterminio-lecciones-desde-teuchitlan-y-reynosa/

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