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¿La Europa del bienestar?

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¿La Europa del bienestar?

Sociedad 12 septiembre, 2025 Miguel Ángel Cerdán Pérez

¿LA EUROPA DEL BIENESTAR? 40 AÑOS DE RECORTES EN MATERIA SOCIAL.

Es realmente sorprendente la desvergüenza con la que las élites académicas de Europa, además, por supuesto, de las élites políticas, mediáticas y sociales, utilizan la “neo-lengua” para disimular la destrucción y el desmantelamiento del Estado de Bienestar, que una vez fue la seña de identidad de Europa Occidental. Hablan de “recalibración”, de “retrenchment”. Con total desparpajo utilizan el término “generosidad”, como si fuera una dádiva, para hablar de pensiones o de subsidios de desempleo. Y con el mayor de los descaros envuelven en una maraña de palabras el mayor ataque que se haya producido a la clase trabajadora occidental desde el siglo XIX. Por no hablar de su desfachatez cuando utilizan el término insiders para insinuar descaradamente unos supuestos privilegios de los trabajadores que quedan aún con derechos laborales.

Con esta desvergüenza suprema, ¿podemos extrañarnos del ascenso de los llamados “populismos”? ¿Puede ascender otra cosa cuando han sido las fuerzas políticas sistémicas, a derecha e izquierda, las que están dirigiendo este paulatino empobrecimiento, constante y sin pausa, de las clases medias y trabajadoras de Europa? Desmantelamiento del Estado de Bienestar que ha contado con la ayuda por supuesto de la superestructura ideológica, como bien señaló Gramsci, de académicos y de medios de comunicación.

Podemos empezar, por ejemplo, con Alemania. Su Ley Riester, aprobada en el 2001 por la coalición rojo-verde comandada por Schroeder, superó las más optimistas previsiones de la Democracia Cristiana alemana y redujo en buena medida las pensiones alemanas. Culpando a los costes laborales no salariales del declive de la competitividad alemana, a la clase política no le tembló el pulso a la hora de introducir una reforma que facilitaba mecanismos de ajuste para bajar la cuantía de las pensiones y retrasar la edad de jubilación de 65 a 67 años.

Siguiendo con las pensiones, Suecia, paradigma en su momento de la socialdemocracia, también modificó su sistema de pensiones con el acuerdo de los grandes partidos y la marginación total de unos sindicatos que se habían posicionado con una proverbial moderación histórica. Suecia, a partir de 1998, instituyó un sistema de pensiones llamado “nocional” que ligó e hizo depender los ahorros de la vejez al mercado, olvidando lo que habían sido las características típicas del sistema universalista socialdemócrata.

Respecto a la prestación por desempleo, y en un clima de “austeridad permanente” que ha sido la constante de Europa desde hace décadas, tendieron a reducirse las prestaciones, unificarse los conceptos de prestación y subsidio, y endurecerse el acceso al mismo. Estas reformas se legitimaron mediante la introducción de conceptos, como luego veremos, del tipo “flexiseguridad” y “activación”.

En sanidad, los recortes tuvieron una primera fase con la llamada Nueva Gestión Pública, popularizada y bendecida por el laborismo de Blair y Giddens. La Nueva Gestión Pública, que suponía introducir lógicas de mercado en los procedimientos y pautas de actuación del sector público, supuso una externalización de servicios sanitarios que implicó desde privatizar servicios de restauración hospitalaria hasta transformar hospitales públicos en fundaciones gestionadas de modo autónomo, privatizando así su gestión. De igual manera, se introdujeron copagos y se redujo la cartera de servicios. Se dificultó el acceso de determinados grupos sociales en condiciones de igualdad y equidad a las prestaciones sanitarias, y apareció en estos hospitales “privatizados” la llamada “selección adversa”, es decir la selección de los pacientes que planteaban menores riesgos mientras se redirigía a los de mayor riesgo y coste a otros plenamente públicos.

A raíz de la crisis de 2008, además, con las llamadas políticas impuestas bajo el eufemismo de “consolidación fiscal”, se redujo en países como España el personal, las camas UCI, la inversión, y demás. Así, Alemania contaba en 2020, cuando nos golpeó la Pandemia del COVID, con un 123% más de enfermeras que España, así como un 250% más de camas UCI. Las consecuencias que han tenido estos recortes en el retraso de diagnósticos, y en los llamados “efectos de segunda ronda” en la salud de los países que sufrieron mayores recortes, todavía están por estudiar de forma completa y exhaustiva.

En cuanto a las pensiones, en Europa Occidental se han implementado una serie de medidas, que bajo términos como “reformas” y “recalibración”, esconden profundísimos recortes. Han consistido en una ampliación del periodo de cálculo para la futura pensión, normalmente a toda la vida laboral, el retraso de la edad de jubilación, una indexación de las mismas al IPC en lugar del salario medio, así como distintos “factores de sostenibilidad” que rebajan directamente las pensiones en función de la esperanza de vida o de otros aspectos demográficos. Como consecuencia de ello, así como de diversos intentos de abordar recortes más profundos, la llamada Tasa de Sustitución, es decir, la relación entre la pensión y el último salario se situaba en la Unión Europea en una media del 46,2%. Ello supone que por cada 100 euros que se cobraban en el último salario sólo se cobrarán de pensión poco más de 46 euros. Además, en el 2070 está prevista por la propia Comisión Europea en su “Ageing Report”, que sólo se cobrarán 40 euros de pensión por cada 100 euros cobrados en el último salario. Actualmente, según la propia Comisión Europea un 18,5% de ancianos está en riesgo de pobreza y de exclusión. Y esta es la realidad de las cosas, por mucho que influencers andorranos y diversos “académicos” intenten presentar a los jubilados como unos privilegiados extractivos.

Por lo que respecta a las políticas de protección por desempleo, además de los recortes en las cuantías de las prestaciones, en la igualación de ese concepto con el de subsidio, se llevó a partir de los ochenta una única política en la que coincidió el neoliberalismo pleno y la supuesta Tercera Vía de la socialdemocracia: la política de activación. Bajo ese eufemismo, se hizo responsable de su situación al desempleado, y se le empujó bajo el paraguas ideológico del individualismo ser “competitivo” y a “activarse”. Para ello, además de obligarle a aceptar puestos de trabajo determinados, se redujo las diferentes cuantías de las percepciones. Todo ello se completó con la reducción generalizada de las indemnizaciones por despido. Todo ello también con la cobertura de los eufemismos habituales de “flexibilidad” (es decir, facilitar el despido) o “flexi-seguridad” (donde la seguridad brillaba por su ausencia en beneficio de la aceptación de la precariedad y demás).

Podríamos seguir con diversos sectores, pero lo cierto es que los sistemas de bienestar han acabado expresando dinámicas de privatización y de mercado, y que responde a la estricta lógica del neoliberalismo. Así pues, se ha dado en los últimos decenios un proceso de recortes y de desmantelamiento del llamado Welfare State, con una mayor incidencia incluso en el modelo nórdico, donde ha descendido un importante porcentaje de su gasto social.

Bien, y ¿por qué se ha dado esto? Pues para entenderlo hay que hablar de la Globalización, de su aceptación, incluso entusiasta en algunos casos, por las diversas fuerzas políticas sistémicas de Europa, y por el abandono del keynesianismo y su sustitución por la llamada política económica neoliberal, también conocida como Economía de la Oferta. Este pensamiento neoliberal se impuso en Europa a partir de la señora Thatcher. Ya no habría sociedad, solo individuos. Y aunque se ha incidido en que su mayor triunfo fue, como la propia “Dama de Hierro” indicó, Blair y sus terceras vías, pocas veces se ha señalado las transformaciones sociales que se dieron y que eran necesarias para su triunfo y consolidación como pensamiento hegemónico.

El neoliberalismo o Economía de la Oferta implicaba grosso modo que había que aumentar la oferta del trabajo y la inversión, y que había que evitar los “desincentivos” en estos elementos. Con ello se pretendía fundamentalmente “ser competitivo” en el mundo globalizado. Pues bien, ¿cómo se hizo?

El aumento de la oferta de trabajo, que no tenía otro objetivo que abaratar la mano de obra, para así abaratar los costos y que las empresas europeas pudiesen vender en el mundo Global, se hizo de varias maneras. En primer lugar, con las llamadas políticas de “activación”. Bajo ese eufemismo, uno más, se hizo que personas que permanecían ajenas y al margen del mercado laboral regresasen y se incorporasen al mismo. En segundo lugar, se favoreció masivamente la incorporación de las mujeres en el mundo laboral para que se ocupasen los trabajos del sector servicios peor pagados y más precarios. Ese, y no una pretendida visión emancipadora, era el objetivo. En adelante trabajaron dos para cobrar lo que antes ganaba uno o una. Es decir, se doblaron las plusvalías. Y en tercer lugar, cuando eso no bastó, se aumentó por diversas vías “el ejército de reserva” del que hablaba Engels para que los salarios fueran lo más bajos posibles, el despido lo más fácil, y la precariedad y la plena disposición para aceptar las reglas de los poderosos fuese plenamente interiorizada.

En cuanto al aumento del capital, se hizo fundamentalmente primando las rentas de capital con rebajas de impuestos frente a las rentas del trabajo. Se bajaron los impuestos de sociedades, con la excusa de evitar deslocalizaciones de los grandes capitales. Se quitó de forma notable progresividad a los impuestos directos, los pagados en función de la renta, mientras subían los indirectos, es decir los que todos pagamos por igual. Y se llevó a cabo una política de “consolidación fiscal”, que consistió en reducir los gastos y en mermar lo máximo posible los servicios del Estado de Bienestar. Se trataba pues de una reforma fiscal en beneficio de los poderosos, de las élites europeas transnacionales. Las élites europeas han seguido a las norteamericanas al momento de justificar la acumulación de poder económico por medio de la llamada “economía del goteo”: si a ellos les va bien, si disponen de mucho, algo de eso caerá sobre el resto.

Triunfó la señora Thatcher y sus ideólogos; quienes afirmaban que no hay alternativa al neoliberalismo. Aunque sí hay alternativa, y desde un sector, es cierto que marginal, de la izquierda se defendió que la Unión Europea tuviese unos “aranceles sociales”. Estos “aranceles sociales” se dispondrían con los distintos países en función de los derechos sociales y económicos que tuviesen sus trabajadores. En tanto en cuanto fuesen más parecidos a los estándares de lo que fue la UE, más se reducirían. Se trataba de igualar por arriba. Sin embargo, se optó por todo lo contrario, por igualar por abajo, por desmantelar derechos sociales, el Estado de Bienestar construido tras la Segunda Guerra Mundial, para que Europa fuese “competitiva”, palabra sacrosanta de la época. Es decir, en lugar de “europeizar” el Tercer Mundo, se optó por “tercermundizar” Europa.

Pues bien, ¿y ahora? Ahora, aprovechando la fragmentación de la Globalización que ha evidenciado Trump, sería la gran oportunidad para que Europa retomase los “aranceles sociales”, aplicándolos a una buena serie de países, y entre ellos a Estados Unidos. Sería la oportunidad de huir del hegemón neoliberal. Para ello, no obstante, me temo que sería necesario que los países europeos estuvieran dirigidos por una nueva élite.

Mientras tanto, a lo que asistiremos es a la explotación del miedo por parte de los partidos sistémicos señalando a los partidos desagüe del mismo sistema como un gran peligro. Cuando en realidad son la otra cara del Dios Jano, cuando en realidad no harán nada que no hiciesen los partidos sistémicos. Ahí tenemos a Meloni, ahí tenemos a Trump, bajando impuestos a los ricos y subiéndoselos a las clases trabajadoras. Lo de siempre. Siguiendo la máxima lampedusiana; “para que todo siga igual, todo tiene que cambiar”.

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