Y ahora les duele Gaza: Europa ante el genocidio

¿Qué hacemos con este individuo que está llevando a la ruina nuestro gran proyecto “histórico” en Oriente Medio? Es la gran pregunta que se hacen los dirigentes occidentales desde hace unos meses, en primer lugar los europeos. No saben qué hacer con el primer ministro del régimen de Tel Aviv, ni con su Gobierno, plagado de energúmenos zafios e inconsistentes que gritan a los cuatro vientos lo que el sionismo (“histórico”) ha tratado de ocultar o al menos disimular desde hace lustros.

Le habían dejado un margen de meses para culminar la tarea de arrasar Gaza
y reimponer la pax israeliana que estaba cerca, o eso pensaban allá por
septiembre de 2023, de culminar la inserción del proyecto sionista en
la región y naturalizar su existencia como potencia predominante. Luego
vino el imprevisto —o no— golpe de Hamás y se entró en esta nueva etapa
que comienza a resultar excesivamente larga. Y sin final previsible.

Colonización y neutralización

El
proyecto sionista en Palestina, un artefacto ideológico y operativo
inspirado e incoado por las élites europeas económicas y políticas de
finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se basó en dos grandes
pilares: la colonización por parte de un grupo racial-religioso
diferenciado; y la neutralización de la hostilidad de los pueblos
circundantes a la Palestina ocupada, en concreto los árabes, en los
cuales se englobaba al pueblo palestino.

Todo esto se llevó a cabo
mediante una estrategia de espejo organizativo; es decir, con el
reflejo del modelo institucional europeo en aquellas tierras
subdesarrolladas, “a-modernas”. De ahí los lemas propagandísticos sobre
la “única democracia de Oriente Medio”, el milagro “político y
económico” israelí o el respeto de los valores humanos básicos mientras
todo el aparato jurídico y legal del aparato sionista se ponía en
servicio del primer gran pilar, la colonización. Esto último se llevó a
cabo a través de la expropiación de tierras, siempre de forma muy legal e
impecablemente justificada según su corpus jurídico “democrático”. Las
familias palestinas fueron sustituídas por elementos traídos del
exterior, elegidos en función de su pertenencia étnico-religiosa, con la
generosa financiación de una red de asociaciones, centros culturales,
personalidades y gobiernos (occidentales).

La cosa no marchaba mal, porque el segundo pilar, la
eliminación de la supuesta amenaza sustanciada en los países árabes del
entorno, iba camino de completarse la víspera del 7 de octubre. Cerca de
la mitad de los países árabes habían firmado, o parecían dispuestos de
hacerlo, acuerdos de paz con el régimen de Tel Aviv.

La cuestión
palestina quedó ausente del discurso político en el interior de estas
naciones, cuyos gobiernos, en la tónica de sus pares occidentales, se
mostraban convencidos de que un nuevo modelo dirigido por Israel sería
beneficioso para ellos. Sin embargo, había un problema: los proyectos
colonialistas precisan de eso, de colonos, máxime cuando se trata de una
propuesta basada en la excelencia racial de una comunidad determinada.
Mas en la Palestina de 2023 ya había casi una paridad entre judíos y no
judíos (árabes, en su inmensa mayoría) contando los territorios ocupados
de 1948, Gaza y Cisjordania. Los asentamientos seguían creciendo y
salvo algunas voces aisladas, nadie en Occidente, ni en ese mundo árabe
casi domesticado, protestaba por las acciones contra el pueblo
palestino. No obstante, hacía falta algo más.

La oportunidad que estaban esperando

Entonces
llegó el 7 de octubre. Con independencia de las teorías más o menos
conspirativas que tienden a pensar que el propio régimen israelí
inspiró, o al menos permitió, el ataque; surgió la oportunidad que los
representantes genuinos del sionismo religioso ultraortodoxo,
representado por sujetos como los ya tristemente célebres Smotrich y Ben Gvir, estaban esperando.

Había
llegado el momento de pasar a la etapa final, la deportación del mayor
número posible de palestinos, en pos del gran objetivo: un Israel
habitado por una población con una mayoría racial irreversible. Lo
estamos viendo en la actualidad: no solo las hordas del ejército israelí
han asesinado, hecho desaparecer o herido de gravedad al 10% de la
población de Gaza; también han iniciado una depuración étnica en amplias
zonas de Cisjordania, la mayor desde su ocupación militar en 1967. El
sionismo se ha desatado y camina sin pudor hacia la gran apuesta de un
todo o nada que preocupa seriamente a sus valedores occidentales.

Veinte meses después de iniciadas las masacres en el
enclave, determinados dirigentes europeos se han dado cuenta de la
“situación insostenible” que sufre la población, inerme; algunos hablan
incluso de “acciones que podrían concurrir en crímenes de guerra”.
Otros, representantes de países con un peso específico menor, hablan de
genocidio y limpieza étnica y promueven sanciones en
el seno de la Unión Europea que pocos piensan terminen en algo concreto
debido a los enrevesados (cuando les conviene) sistemas internos de
decisión y ejecución de las resoluciones.

No han dejado de vender armas a este Estado “genocida”, ni de recibir su tecnología militar ni de trufar sus, hasta hoy, esporádicas críticas al engendro europeo en el Mediterráneo oriental, con el sacrosanto derecho a la defensa —seiscientos días bombardeando casas, escuelas y hospitales no parece tener mucho de defensivo—; tampoco han dejado de repetir el insoportable, por manido e incongruente, remoquete del antisemitismo.

Eso también lo han hecho algunos gobiernos árabes, como
el marroquí, que permiten que los barcos israelíes se aprovisionen en
sus puertos y refuerzan la colaboración militar con el régimen de
Netanyahu, a pesar de la manifiesta oposición de la mayor parte de su
población; o el de Emiratos Árabes, que no pierde ocasión para expresar
su apoyo a la visión sionista actual, bien enviando alimentos o
reforzando la colaboración comercial y financiera. Ni el gobierno
egipcio, que prohíbe las manifestaciones pro palestinas y tiene especial
interés, como el saudí, en destruir a Hamás y todo lo que huela a
Hermanos Musulmanes, el principal —y único, según parece— problema que
tiene el mundo árabe. Hay más interés en esto que en detener la
carnicería de un régimen que ha cruzado ya todas las líneas rojas. Pero,
al menos, estos últimos no pretenden darnos sermones sobre ética y
derechos humanos.

¿Qué hacer con el sionismo desbocado?

Los
amigos europeos de Israel se preguntan: ¿Qué hacemos con este sionismo
desbocado? ¿Cómo salvar a Israel de sus impulsos autodestructivos? Cómo
salvar al pueblo palestino de la muerte, la desolación o el hambre no
importa; resulta secundaria, porque, aunque no lo digan, mucha gente por
aquí, en los círculos de poder, sobre todo, piensa que la ciudadanía
israelí vale más que la palestina. Al fin y al cabo, Israel sigue siendo
“nuestro gran proyecto”.

Europa está preocupada porque los gobernantes israelíes
están desmontado las bases del Estado democrático. O sea, la separación
de poderes, la alternancia política, la independencia judicial, la
diversidad cultural, social o sexual. Todas esas cosas que hacían a
Israel, según ellos, tan democrático y defendible, tan “chic” para
participar en cosas como la de Eurovisión. Tenemos que buscarles un
asidero, una salida para que se reencuentren consigo mismos y podamos
seguir justificándolos. Un alto el fuego y negociaciones determinantes
para zanjar el gran asunto, el futuro inmediato de Hamás y compañía,
¡qué necesario es!

El repentino ataque de humanidad que sufren gobiernos como el británico, el francés o hasta el italiano van más en la línea de asistir a un aliado “histórico” en horas bajas que en hacer justicia a los derechos humanos y el padecimiento de una nación que lleva tantos años sufriendo un proyecto colonialista atroz. Amagamos con sanciones, lazamos declaraciones inéditas, por su tono condenatorio, con el objeto de permitirle una salida digna. “Está bien”, dirá el régimen de Tel Aviv, “paramos la guerra pero queremos contrapartidas”: que alguien se lleve al mayor número posible de palestinos de Gaza; callad ante las presiones ejercidas sobre los habitantes de Cisjordania para que abandonen sus tierras; dadnos cobertura para bombardear Irán; haced la vista gorda ante nuestras aventuras militares en Líbano y Siria. Hay un tic extraño en el gesto, en las palabras, de muchos dirigentes europeos, alentados por los aparentes tumbos del presidente Trump, hoy crítico con Netanyahu, mañana fiel amigo. ¡Cuánto les gustaría volver a decir aquellas palabras sentidas sobre el gran amigo israelí!

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/opinion/ahora-les-duele-gaza-europa-genocidio

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