Paz en Medellín desde las cárceles colombianas

Heroínas y Héroes

Es
una sensación extraña: bajar del coche así nomás en Barrio
Kennedy. He conocido otros tiempos. Durante décadas, los barrios
populares construídos en las laderas montañosas que rodean la
ciudad de Medellín se conocieron por la violencia brutal con la que
las organizaciones armadas se combatieron. Solían arrastrar los
cadáveres de sus rivales atados a la parte trasera de sus
motocicletas por las calles para marcar su territorio con una
frontera invisible.

Tenemos
una cita con Martha Macías Querubín. En aquellos tiempos vivía en
parques, cementerios y casas abandonadas. Durante años la
drogadicción determinó el rumbo se su vida. A los 13 años ya
pertenecía a una de las bandas. Sus familiares no se salvaron
tampoco. Cuando su propia banda asesinó a su hermano decidió salir.

Se
acuerda de los muertos y los horrores como si fuera ayer. “Fue una
época horrible,” me cuenta mientras miramos las fotos en la pared.
“En los años 1990-1991 asesinaron aquí a siete mil jóvenes. En
los años 2008-2009 hubo otro pico de cuatro mil muertos, todos
jóvenes”. Hizo “limpiar” el edificio que alberga la
Corporación de Heroínas y Héroes del Amor para que los espíritus
de los jóvenes torturados, violados y asesinados en este lugar por
fin descansaran en paz. Ella fue testigo.

Hace
unos 16 años, Martha reunió a un grupo de ocho mujeres con
preocupaciones afines y fundaron la Corporación. Con el tiempo se
han unido algunos hombres también y ahora ya son veinte. Todos
llevan “una mochila pesada”. Para los que viven enredados en un
mundo de violencias, drogas y extorsiones, es importante poder dar
sentido a la vida. Las Heroínas y Héroes lo hacen trabajando en su
autoestima, su bienestar mental y la reconciliación. A partir de
este proceso de crecimiento personal, logran contribuir al desarrollo
de un barrio más digno conjuntamente con trabajadores pastorales,
maestros locales y funcionarios de buena voluntad.

Pactando
para enterrar a los muertos

Martha
misma ha seguido una trayectoria impresionante. A trancas y
barrancas ha logrado pasar de lo que ella llama “el mundo malo”
al “mundo bueno”. Las Heroínas y Héroes actúan como
intermediarios en los contactos con las bandas. “Trabajamos con las
bandas, pero no para las bandas,” enfatiza ella. “Somos los
mensajeros de los habitantes del barrio.” Y los hechos indican que
lo hacen bien.

Los
pactos de ya no vender drogas en las puertas de las escuelas o de no
traficar en los parques de día cuando los niños están jugando, se
respetan. “Pero no solamente eso, y lo que voy a decir ahora puede
sonar cruel,” me advierte. “No siempre logramos detener los
asesinatos, pero sí hemos logrado que las bandas dan a las familias
de sus rivales la oportunidad de enterrar a sus muertos en toda
tranquilidad.”

El
17 de octubre de 2024, Martha Macías, como representante de las
Heroínas y Héroes, firmó la “Hoja de Ruta para la Participación
de la Sociedad Civil en el Proceso de Paz Urbana en Medellín y el
Valle de Aburrá”. Ahora su firma aparece oficialmente junto a las
de reconocidas organizaciones de la sociedad civil y la de Otty
Patiño, el Alto Comisionado para la Paz. “Nosotros ayudamos a
escribir la Hoja de Ruta,” explica no sin orgullo. “Con las
Heroínas y Héroes pertenecemos a un sector de la sociedad civil
fuertemente estigmatizado, pero todos saben que somos necesarios para
poder implementar eficazmente la agenda acordada.”

Donde
el crimen sustituye al Estado

Martha
Macías no es una desconocida para Jorge Mejía Martínez que muestra
su aprecio cuando mencionamos su nombre. El Gobierno Nacional le ha
encomendado coordinar el diálogo socio-jurídico con las
organizaciones criminales de Medellín y el Valle de Aburrá. “Es
la primera vez en la historia colombiana que la Paz Urbana es parte
integral de una política nacional de paz,” aclara con
satisfacción.

“En
el transurso de las últimas décadas Colombia ha experimentado
profundos cambios cuya causa está en el conflicto armado
prolongado,” explica Jorge. “El 80 % de la población vive ahora
en las ciudades y la violencia también se ha concentrado ahí.
Durante más de cuarenta o cincuenta años el Gobierno ha intentado
erradicar las organizaciones criminales con medidas represivas, pero
está claro que esta estrategia ha fracasado.”

“Las
bandas en Medellín han evolucionado con el tiempo y han demostrado
una gran habilidad de adaptación. Disponen de una enorme capacidad
para mantener el control territorial, social, económico,
institucional y también político,” enfatiza.

El
85% de Medellín está bajo el control de lo que en Colombia se
llaman “las estructuras armadas ilegales,” un término general
que distingue a las guerrillas, las milicias, los paramilitares y el
crimen organizado de las “estructuras armadas legales”, siendo
las FF.AA. y la Policía. En los territorios controlados ilegalmente,
las organizaciones criminales predominan. Tienen nombres como la
Oficina, los Triana, la Terraza, los Pachelly, los Pesebreros, los
Chatas, los Mesa y son 17 en total. Operan a través de 350 bandas o
“combos” que en conjunto tienen 8.000 integrantes, en su mayoría
jóvenes.

El
problema de los territorios es característico de toda Colombia y no
sólo de Medellín. “En Colombia hay más territorio que Estado,”
concluye Jorge Mejía después de explicarme el origen de los
territorios a lo largo de la historia. Esta historia nos enseña que
el espacio que se libera cuando una organización armada deja las
armas, es inmediatamente ocupado por otras estructuras ilegales
mientras el Estado colombiano sigue destacándose por su ausencia.

Hacer
historia en Medellín

Los
desafíos no son pocos. Los partidarios de la línea dura se oponen
ferozmente y el Alto Comisionado para la Paz se muestra reacio a dar
prioridad al crimen organizado en las ciudades.

Una
de las consecuencias es que aún no existe un marco jurídico claro
que establezca los márgenes dentro de los cuales se puede llevar a
cabo el diálogo con las organizaciones criminales. La ley establece
que con las organizaciones criminales no se puede negociar y que por
esto el diálogo debe limitarse a los aspectos sociales y jurídicos
del desmantelamiento de las estructuras.

Sin
embargo, Jorge Mejía mira hacia el futuro lleno de esperanza. Para
él, la aprobación de la Hoja de Ruta es un paso gigantesco en la
buena dirección. Se elaboró ​​en concertación con los
representantes de la sociedad civil y se habló con los voceros de
las organizaciones criminales en la cárcel de Itagüí. Representan
entre el 85 y el 90% del total de las estructuras armadas ilegales en
Medellín. Una decisión previa de trasladar a todos los voceros a la
misma cárcel ha facilitado considerablemente el proceso.

La
Hoja de Ruta se centra en temas como el derecho a la paz, las causas
de la violencia, la vinculación de menores, la búsqueda de la
verdad, el desarrollo integral de los barrios que actualmente están
bajo el control de las bandas y la desarticulación de las
estructuras criminales. Aún queda por concretar los detalles, así
como elaborar los instrumentos de seguimiento, verificación y
evaluación.

Negociando
por ruta indirecta

Jorge
Mejía sabe que la Hoja de Ruta es ambiciosa y que en el camino se
enfrentarán con muchos obstáculos pero está convencido de que en
Medellín se está haciendo historia. “Como representantes del
Gobierno no es posible negociar con las organizaciones criminales,
pero sí con los representantes de la sociedad civil. Con éstos
podemos negociar las reformas sociales, económicas y políticas
necesarias para que el proceso de Paz Urbana tenga éxito.”

“Una
condición que pusieron los voceros de las estructuras en Itagüí
para aceptar que la agenda saliera de la Mesa de Itagüí y llegara a
la sociedad civil, es que parte de esa sociedad civil tendría que
ser las organizaciones que ellos influencian. ¡Juntamos
organizaciones, ONGs, que antes no se podían juntar por sus vínculos
con las estructuras ilegales!” “Ya hoy la agenda está en manos
de la sociedad civil, no está en manos de las estructuras, ni de la
Mesa de Itagüí. Es un cambio cualitativo muy importante en este
proceso.”

Se
siente la confianza

Durante
mi visita a Medellín hablo con muchos académicos y organizaciones
de la sociedad civil que de una u otra manera están involucrados en
el proceso de paz en Colombia. Escucho muchas reservas relacionadas
principalmente con la manipulación de los acuerdos de paz por parte
de los gobiernos anteriores, la reticencia del gobierno local en
Medellín, el boicot por las élites tradicionales en el Congreso, el
estancamiento de las negociaciones con la guerrilla y la creciente
omnipotencia de los paramilitares. Pero al mismo tiempo se siente en
todas partes la confianza en que esta vez sí la Paz Urbana se puede
lograr.

Los
voceros en la cárcel de Itagüí han demostrado que mantienen el
control firme sobre sus tropas y siempre han cumplido con los
acuerdos pactados. Se reconocen y valorizan plenamente las
contribuciones de organizaciones como las Heroínas y Héroes.
Algunos incluso sueñan en voz alta con que el modelo que
paulatinamente se va construyendo en Medellín, acabará con el
enfoque represivo de la megacárcel del Presidente Bukele en El
Salvador.

Desde
hace algún tiempo la situación en el Barrio Kennedy está
tranquila. Desde que el Gobierno de Gustavo Petro asumió el poder
con su proyecto de Paz Total, las tasas de criminalidad en Medellín
han ido disminuyendo de manera sostenida. “Por supuesto puede haber
un poquito de temor y un moderado escepticismo,” me dicen, “sin
embargo, quienes vivimos y habitamos aquí creemos que la Paz Urbana
sí es posible.”

Fotos: Marleen Bosmans, VerdadAbierta.com y Fundación Ideas para la Paz.

Traducción hecha por la autora. Versión original publicada en De Wereld Morgen, Bélgica, el 22 de mayo de 2025, bajo el sistema de Creative Commons: https://www.dewereldmorgen.be/artikel/2025/05/22/gewone-mensen-werken-vanuit-medellin-aan-vrede-voor-heel-colombia/

Marleen Bosmans es politóloga y lleva toda una carrera como experta en derechos humanos en distintas áreas de la cooperación internacional en América Latina y el Caribe, Africa y Asia.

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