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Mayo de 1810, soberanía popular e independencia
Por Daniel Campione | 28/05/2025 | Argentina
Fuentes: Rebelión
Hace 215 años se instauraba en la ciudad de Buenos Aires el primer gobierno que reclamaba autonomía frente a la metrópoli española. Se ponía en juego un principio nuevo, contrapuesto a la obediencia monárquica: La soberanía del pueblo. Y se desplegaba sobre el terreno el poder del pueblo armado; las milicias creadas entre 1806 y 1807. La revolución naciente interpeló a los pueblos indígenas en una muestra más de disrupción del orden colonial.
¿Por qué y para qué la revolución?
El
movimiento de mayo tuvo un componente emancipador. Hay que evaluar
cuánto había de propósito de liberación popular en la revolución.
Un impulso no sólo hacia el quiebre de la relación colonial con
España sino al establecimiento de una sociedad de base más
igualitaria, superadora de un ordenamiento de “castas”, que
coexistía con la esclavitud y con relaciones de producción
precapitalistas que afectaban sobre todo a los indígenas.
Gravitaba
la aspiración de autogobierno. Se trataba de la supresión del
régimen colonial con ella poner término a la sujeción a un
soberano absolutista. No obstante no hay que pensar que hubiera una
“nación argentina” constituida antes de 1810. Nadie sabía a esa
altura que iba a existir algo llamado “Argentina”, con el
territorio y el tipo de instituciones que adquirió mucho después.
Se
buscaba asimismo la correlativa supresión de los privilegios de que
gozaban los pobladores de la región de origen peninsular respecto a
los llamados “criollos”, nacidos en América. En la revolución
política rioplatense tuvo fuerte peso la modificación del sistema
económico, que conllevaba la búsqueda de una nueva inserción
internacional para el Río de la Plata.
Una
que rompiera con el monopolio comercial español, ya bastante
deteriorado. La “libertad de comercio” era una bandera de los
revolucionarios. Que la posibilidad de acumulación estuviera en
cabeza de los comerciantes y hacendados que actuaban desde el
territorio americano y no de los que usufructuaban los privilegios de
los puertos españoles.
Todo
el movimiento era también una respuesta a la crisis terminal que
atravesaba la monarquía hispánica, con las tierras de la península
casi totalmente ocupadas por Napoleón.
Poco
puede comprenderse de la revolución de mayo sin hacer alusión a la
grave crisis que sufría la corona española. Amenazada por el Reino
Unido y derrotada por esa potencia (Trafalgar) en 1805, pocos años
después, en 1808, es invadida por los franceses. Y el emperador
Napoleón suplanta al soberano español por un monarca francés.
En
el medio se desatan los dos ataques británicos sobre el Río de la
Plata (Buenos Aires y Montevideo), las llamadas “invasiones
inglesas” con la defección de los principales poderes coloniales
ante el invasor (virrey, cabildo de Buenos Aires, audiencia). Las
instituciones virreinales habían dejado en situación de indefensión
al conjunto de los habitantes rioplatenses. Éstos quedaban de modo
tácito habilitados para erigir sus propios medios de defensa.
Quienes
adoptaron la causa de la revolución tenían múltiples influencias
tanto en materia de concepciones como de acontecimientos que les
servían de precedentes. Jugaban un papel destacado las nuevas ideas
políticas y económicas provenientes en particular de Francia en el
siglo XVIII.
Las
revoluciones norteamericana y francesa eran el ejemplo a seguir en el
terreno de la práctica.Desde
los Artículos de Confederación y Unión Perpetua, de Estados Unidos
a la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano formaban
parte del bagaje cuestionador de quienes estaban por la
emancipación.
El
Contrato Social
de Jean Jacques Rousseau fue un libro de incidencia decisiva. Allí
se encontraba expuesto el concepto de soberanía popular que
inspiraba a los revolucionarios más decididos. La primera junta de
gobierno hizo una traducción y edición del libro del francés, a
cargo de Mariano Moreno, secretario de la Junta.
La
soberanía, esa gran cuestión.
Un
término clave, y un tema debatido y complejo en el proceso
revolucionario era la soberanía. Se la tomaba convertida en una
atribución colectiva. Y no personal, como había sido en la
monarquía en derrumbe. En circunstancias de caducidad de la figura
del soberano esto se complicó por la aparición de “soberanías”
también a niveles locales.
Ha escrito la
especialista en el tema Noemí Goldman: “La asunción de la
soberanía como atributo esencial de un nuevo sujeto soberano, el
pueblo o la nación, fue el gran dilema a resolver a partir de 1810
frente a la generalizada percepción de que España estaba
completamente perdida, que dará inicio en los territorios de América
del Sur al desconocimiento de la Regencia o de las primeras
declaraciones de independencia.”
En
combinación con la soberanía del “pueblo”, juega la “nacional”.
Se producía una identificación de la nación con el Estado y una
concepción del mundo estructurada a partir de Estados soberanos.
Moreno, en
discursos publicados en La Gaceta, órgano oficial de la junta
formada en Buenos Aires, sostenía una concepción de la soberanía
conforme al Contrato Social: “Los vínculos que unen el
pueblo al rey, son distintos de los que unen a los hombres entre sí
mismos: un pueblo es un pueblo antes de darse a un Rey; y de aquí es
que aunque las relaciones sociales entre los pueblos y el rey
quedasen disueltas o suspensas por el cautiverio del Monarca; los
vínculos que unen a un hombre con otro en sociedad quedaron
subsistentes porque no dependen de los primeros y los pueblos no
debieron tratar de formarse pueblos pues ya lo eran; sino elegir una
cabeza que los rigiese o regirse a sí mismos según las diversas
formas con que puede constituirse íntegramente el cuerpo moral”.
Allí se
manifiesta una concepción de la soberanía que ya no pasaba por la
sujeción al rey, sino a través de la asociación de un pueblo para
darse a sí mismo un ordenamiento político y constituirse a la vez
en nación. Se superaban así las teorías de raigambre católica que
sostenían que los pueblos estaban sometidos al monarca por un pacto.
Y que si faltaba el monarca la soberanía retrovertía hacia el
pueblo. El sostén último de ese pacto era la voluntad de Dios.
Así
se pensaba que era el pueblo el que recibía el poder de la divinidad
y a su vez se lo transfería al monarca, con la obligación de éste
de procurar el bien común. No había poder absoluto, sino un rey
puesto allí para servir a la comunidad. Había incluso derecho de
resistencia si el rey cometía abusos que contradijeran el bien
general.
Al
adoptarse la visión rousseaniana ya no decidía la divinidad, sino
el pueblo. Sin mediaciones ultraterrenas ni delegación a una
soberanía que le era ajena.
En un artículo
reciente, Federico Di Pasquale, comenta la posición de Moreno:
“Recurre
al Contrato Social y rechaza la teoría de la sujeción, porque en el
Virreinato jamás existió el pacto entre el pueblo y el monarca,
sino que este último se impuso por medio de la conquista violenta,
manteniendo a las provincias rioplatenses como colonias de su
metrópoli. El depositario real de la soberanía no es otro más que
el pueblo. Los gobernantes sólo pueden ejecutar las leyes
establecidas por la voluntad general y de no ser así, es porque el
pueblo es esclavo o está embrutecido.”
La cuestión de
la soberanía no debe ser interpretada sólo en términos de una
contraposición España-América. En tierras hispánicas la llamada
“Constitución de Cádiz”, de 1812, establecía la soberanía
nacional como principio “y por lo mismo pertenece a esta
exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales”.
Los “liberales” de uno y otro lado del océano coincidían en
ciertas valoraciones.
El cambio
producido en 1810 fue general en lo que hoy es América Latina. Desde
México a Buenos Aires se producen movimientos anticoloniales y
formación de juntas. Había un común sentimiento de soberanía o
soberanías americanas distintas a la española.
Caducadas las
autoridades hispánicas ya no se esperaba una respuesta desde allí
sino una dada por los mismos pueblos, que decidieran por sí mismos.
Una divergencia que nacía era sí esa asunción de facultades era
una solución temporaria frente a la imposibilidad del monarca o un
nuevo orden con alcance definitivo. No tardó en producirse la
decisión por lo segundo.
Las
milicias, el germen de la revolución.
Fue
decisivo el componente militar de la revolución. Se crearon milicias
de alcance masivo en una sociedad de “castas”. En la sociedad
porteña se contraponían la “plebe” y la “gente decente”. El
“bajo pueblo” estaba constituido en parte por jornaleros,
vendedores ambulantes, artesanos pobres, pequeños labradores,
trabajadores del abasto de la ciudad, mucha gente sin ocupación
fija, etc. Esa plebe conformaría el potencial militar de la
sociedad colonial.
Los
cuerpos de milicianos fueron creados en previsión de una nueva
invasión inglesa después de ocurrida la primera, en 1806. En 1807,
ante el nuevo ataque, combatieron y vencieron.
Era
una conformación militar que reflejaba en parte las divisiones de la
sociedad rioplatense. La organización tenía una lógica de
procedencia: regimientos representativos de distintas regiones de
España, un regimiento de Arribeños para los procedentes de las
provincias, Patricios, para los de origen porteño. Y fue además
reflejo de la estratificación étnica, con “pardos y morenos” y
“tercio de indios”.
Se
estima que hubo casi 8000 reclutados sobre una población total de
40.000 habitantes. La cifra se vuelve aún más impresionante porque
el alistamiento era voluntario.
Los
milicianos eligieron a sus propios oficiales. Hubo manipulaciones que
distorsionaron en parte esas decisiones de abajo hacia arriba. Pero
que se estableciera el principio de votación era de por sí un gran
avance. La “plebe” mayoritaria elegía a sus jefes, que podían
ser a su vez “plebeyos”.
La
revolución tuvo mucho de insurrección militar de los cuerpos
armados, sobre todo los “criollos”. En las jornadas de mayo de
1810 las milicias presionaron para alcanzar un cierre del conflicto
que no fuera provirreinal, como el que intentó avanzar en los días
23 y 24. Una pequeña multitud acaudillada por Domingo French y
Antonio Luis Beruti agitó en favor de que se estableciera el
gobierno que luego se llamó “primera junta”. De nuevo la
“plebe”.
El
25 incluyó el alzamiento de milicias insubordinadas a la autoridad
política de la que hasta ese momento dependían. El virrey era
también comandante militar y sus atribuciones no fueron respetadas.
Las tropas se rebelaron y terminó imponiéndose una nueva situación.
El
rey ya no es rey. Ahora manda el pueblo.
El
desencadenante jurídico-institucional de la revolución fue el vacío
de poder ocurrido en la potencia colonial. La revolución se
desenvuelve a partir de que llegan noticias de que casi toda España
estaba ocupada por los invasores franceses.
Lo
que tenía la consecuencia institucional de que la Junta Central que
gobernaba en representación de Fernando VII, el rey cautivo, había
cedido sus atribuciones a otro organismo llamado Consejo de Regencia.
El Estado español había perdido legitimidad y no tenía más poder
que sobre el suelo que pisaba. No se quería reconocer al nuevo
consejo, cuyo origen era más que discutible y no tenía poder
efectivo.
El
“Cabildo Abierto” del 22 de mayo de 1810 correspondió al
llamamiento para poner en debate la inusitada situación que se
presentaba.
Era
una instancia deliberativa de carácter extraordinario. Eso no lo
hacía democrático, ni siquiera representativo. Se convocaba por
invitación, persona a persona. Y se esperaba que fueran vecinos
propietarios (“la parte principal y más sana del vecindario”) y
no gente del “bajo pueblo”.
De
todos modos los convocados se manifestaron en su mayoría por el cese
del virrey y su reemplazo por un órgano colectivo designado en
cumplimiento de esa decisión. La historia del 25 es en parte la de
cómo se quebró la resistencia a la formación de un nuevo gobierno
que no enmascarara la continuidad del orden virreinal. Y desvirtuara
así la votación del cabildo y la voluntad del pueblo armado
expresada en las milicias.
La
primera junta de gobierno, de nueve miembros, expresó distintas
procedencias sociales, nacionales, y diferentes vertientes
ideológicas. La integraron cuatro abogados, dos oficiales de
milicias, dos comerciantes españoles y un sacerdote.
Manuel
Belgrano, Juan José Castelli y sobre todo Moreno, eran expresión de
una mirada radicalizada, partidaria de la ruptura plena con la
monarquía hispánica. Y de la adopción sin cortapisas del principio
de la soberanía del pueblo. En lo coyuntural, encarnaban a la mirada
más intransigente en la represión a las resistencias que despertaba
el nuevo estado de cosas.
Buenos
Aires aparece sólo como una suerte de gestora inicial de la
conformación de un nuevo gobierno. La Junta se dirige de inmediato,
el 27 de mayo a las ciudades del virreinato, comunicándoles la
formación de la junta e invitándolas a elegir diputados que las
representaran en la capital y se integraran al nuevo gobierno.
La
“invitación” tenía un respaldo coercitivo claro: El envío de
una expedición militar en respaldo de la solicitud de
reconocimiento. Se invoca “… lealtad, celo y amor por la
causa del Rey Fernando…” pero se preparan las armas para la lucha
contra quienes entendieran de otra manera esa lealtad.
Rápidamente se
dispone el envío de las tropas para someter a quienes resisten en
Córdoba, con el ex virrey Santiago de Liniers a la cabeza. La que
seguirá viaje hacia el norte para someter al territorio en esa
dirección. Más tarde se enviarán otras expediciones a Paraguay y
contra la junta de Montevideo.
Un dato saliente
fue la represión implacable de la tentativa contrarrevolucionaria de
Córdoba. Personajes eminentes del orden virreinal, con el triunfador
frente a los ingleses al frente, son fusilados. Una muestra de terror
revolucionario por un gobierno nuevo que se debate por su
supervivencia. Mariano Moreno desde la capital y Juan José Castelli,
quien se pone al frente de la fuerza expedicionaria, quedan
hermanados en el gesto “jacobino”.
La
proclama de Tiahuanaco.
Aunque
efectuada un año después, para el primer aniversario de la
revolución, la proclama de Tiahuanaco resulta un hito fundamental en
el mismo camino de radicalidad de los ideales revolucionarios.
El
lugar para impartirla es significativo: un centro de la cultura
preincaica altoperuana. El texto estaba traducido a las principales
lenguas originarias (aymara, guaraní y quechua) y contenía el
anuncio de la emancipación de los indígenas.
Se
prometía la supresión de cargas laborales serviles y tributos,
otorgamiento de tierras y creación de escuelas. En la memoria de la
revolución obraban variadas rebeliones en la antigua zona incaica.
Un alzamiento Indígena como el de Tupac Katari, en la década de
1780. Y una sublevación criolla en Chuquisaca y La Paz, en 1809.
Quien
la firmó y difundió fue Juan José Castelli, unos de los
“jacobinos” de la revolución. Otro de ellos oficiaba de
secretario, Bernardo Monteagudo. El ala más radical de la revolución
política de Mayo buscaba ampliar su base de apoyo, conseguir
soldados y recursos materiales.
No
tuvo la repercusión esperada. La elite blanca altoperuana, aún la
parte que estaba a favor de la independencia no estaba de acuerdo.
Más allá de su grado de éxito y de cómo incidieran los distintos
objetivos, su emisión marcaba el carácter avanzado de los
revolucionarios No profesaban, al menos no por entero, la visión
eurocéntrica y “blanca” que luego dominará tanto tiempo a
través de las clases dominantes y sus personeros.
Puede
leerse en un pasaje de la declaración:”Así es que,
después de haber declarado el gobierno superior, con la justicia que
reviste su carácter, que los indios son y deben ser reputados con
igual opción que los demás habitantes nacionales a todos los
cargos, empleos, destinos, honores y distinciones por la igualdad de
derechos de ciudadanos, sin otra diferencia que la que presta el
mérito y aptitud: no hay razón para que no se promuevan los medios
de hacerles útiles reformando los abusos introducidos en su
perjuicio y propendiendo a su educación, ilustración y prosperidad
con la ventaja que presta su noble disposición a las virtudes y
adelantamientos económicos.”
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Los
acontecimientos de 1810 fueron representativos de una convulsión que
abarcó la mayor parte de Hispanoamérica. Comprender los sucesos del
Río de la Plata exige articularlos con la mirada continental.
La revolución de
mayo fue un movimiento que tuvo apoyo popular y contuvo trazas
democráticas en su accionar. Desde la conformación de las milicias
a las discusiones sobre la soberanía. Del cabildo abierto a la
proclama de Tiahuanaco. La “lealtad al rey don Fernando VII” se
trocaría en poco tiempo en la guerra por la independencia.
No estaba claro
aún que iba a constituirse la República Argentina. Más bien se
pensaba en un ámbito estatal más extenso, cuyas miras podían
expandirse al resto de la América española. Y cómo mínimo al
antiguo virreinato. No fue así, prolongados enfrentamientos
dispusieron las cosas de otra manera.
Queda el rescate del primer asomo de soberanía popular, autogobierno
e independencia frente al poder colonial. Razones de más para tener
al movimiento de 1810 como un principio inspirador.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.