En el centenario de Manuel Sacristán

En el centenario de Manuel Sacristán

Pensamiento 9 septiembre, 2025 Jaime Pastor

A PROPÓSITO DE «SEIS CONFERENCIAS. SOBRE LA TRADICIÓN MARXISTA Y LOS NUEVOS PROBLEMAS».

Manuel Sacristán era mucho más que un filósofo marxista. Era uno de los raros teóricos aparecidos después de la segunda Guerra Mundial que consiguió encarnar el ‘marxismo abierto’ y romper con el dogmatismo y el talmudismo, únicamente dedicados a buscar eternamente citas de los clásicos para demostrar que no hay nada nuevo bajo el sol.

Ernest Mandel1.

La conmemoración del centenario del nacimiento de Manuel Sacristán está siendo objeto de una larga lista de actividades y publicaciones en torno a su trayectoria personal, intelectual y política, como se puede comprobar en Sobre Manuel Sacristán . Una labor muy necesaria ya que, como también manifestamos en nuestro periódico quincenal Combate con ocasión de su fallecimiento 2, fue “el primer marxista de talla excepcional desde la derrota sufrida en 1939”. Un reconocimiento que, a medida que en las décadas posteriores a su muerte se ha difundido su amplia obra, es ya hoy compartido entre ámbitos más amplios de la izquierda alternativa; no sólo aquí, sino también a escala internacional.

Este centenario ofrece una nueva oportunidad para que pueda ser considerado un referente imprescindible por la nueva generación de pensadores y activistas políticos y sociales que, aunque minoritaria, apuesta, como hizo Sacristán, por cambiar el mundo de base. Probablemente, se verán sorprendidos por encontrar en su legado un marxismo abierto, no dogmático y heterodoxo que le permitió jugar un papel pionero en el abordaje de viejos y nuevos problemas, entre ellos el de una crisis civilizatoria que le llevó ya entonces a reivindicar la necesidad de un “socialismo ecológicamente fundamentado”.

Pero, además, y a diferencia de ese marxismo occidental que caracterizó Perry Anderson como desvinculado de la acción política, Sacristán, desde una concepción de la política como ética de lo colectivo, no disoció nunca su labor intelectual de su lucha por todas las causas que consideraba justas. Y siempre lo hizo desde una independencia de criterio, incluso dentro del partido –el PSUC– en el que militó hasta 1979 y, luego, desde la revista mientras tanto y en su diálogo con organizaciones políticas de la extrema izquierda de aquella época durante sus últimos años.

Entre las recientes publicaciones, parece muy oportuna la reedición de Seis conferencias por El Viejo Topo, acompañada de unas muy detalladas notas de Salvador López Arnal, un prólogo de Paco Fernández Buey, escrito en 2005, y un epílogo de Manolo Monereo. Estas ponencias son de especial interés porque tienen que ver con los últimos años de vida de Sacristán en los que, con más empeño que nunca, iba “persiguiendo un ideal: compaginar la vocación científica y la pasión política revolucionaria”, como recuerda Fernández Buey. Un esfuerzo que es fácil comprobar tras la lectura de la transcripción de las mismas, así como de sus respuestas en los coloquios que siguieron a algunas de ellas.

La primera, titulada “Sobre el estalinismo”, de 1978, es una versión más completa de la que en su día apareció en la revista mientras tanto. Tres cuestiones me parecen relevantes de este texto. La primera tiene que ver con la innegable constatación de elementos de continuidad entre la etapa presidida por Lenin tras la Revolución rusa y la que luego transcurrió bajo Stalin, por lo que había que evitar “contentarse con el cuadro ingenuo de un leninismo bueno y un estalinismo malo”. Con todo, a continuación subraya las “diferencias muy visibles” entre ambos, fruto precisamente de la concentración de poder, la represión indiscriminada que alcanzó incluso a la vieja guardia bolchevique, su apoyo en el nacionalismo ruso y al cinismo ideológico que caracterizaron a Stalin. Una tesis que, ante algunas críticas de un sector del público asistente, le llevará a sostener sin ambigüedad alguna que “el estalinismo ha sido una tiranía sobre la población soviética, una tiranía asesina sobre el proletariado soviético y conservar la nostalgia de eso es estúpido y criminal”.

La segunda cuestión que me parece importante resaltar es que el juicio anterior no impedía a Sacristán, consciente del peso que tenía el estalinismo dentro de los partidos comunistas y del movimiento obrero occidental, reconocer también cómo bajo la “falsa conciencia” de clase que representaba el estalinismo entre muchos trabajadores y trabajadoras en su lucha contra el capitalismo, también “hubo auténtica conciencia de clase, lucha de clase”. Es esta última la que él buscaba disociar de la primera en su diálogo con un sector que en gran parte estaba ligado al amplio espacio político-cultural que ocupaba el PSUC en Catalunya.

La tercera concierne a su reafirmación en la necesidad de acabar con “la identificación del recorte de libertades con la izquierda”, ya que, sostiene, se trata de una “falsedad histórica” derivada de la ruptura que ha significado el estalinismo con la tradición marxista. Una defensa de la libertad que debía ser, por tanto, un estandarte de la izquierda y que, desde una “revisión republicana del socialismo”, tuvo uno de sus mejores desarrollos por uno de sus discípulos, Toni Domènech, como pudimos comprobar en su Eclipse de la fraternidad.

En su segunda conferencia, “Reflexión sobre una política socialista de la ciencia”, en 1979, es importante subrayar su puesta en alerta, a partir sobre todo del debate sobre las armas nucleares, ante el hecho innegable de que “en este final de siglo estamos finalmente percibiendo que lo peligroso, lo inquietante, lo problemático de la ciencia es precisamente su bondad epistemológica”. De ahí que considere que la ciencia moderna, sobre todo la natural, pero también en parte la social (…) revelan lo que se podría llamar una excesividad biológica de la especie humana (…), una capacidad no simplemente social sino verdaderamente orgánica, como la de los dinosaurios, de excederse en relación con la naturaleza hasta el punto de autodestruirse”. En torno a esto, como ya había sostenido en otras ocasiones, Sacristán recuerda cómo ya Marx en El Capital sostenía que “las fuerzas productivas conocidas bajo el capitalismo son, al mismo tiempo e inseparablemente, fuerzas destructivas.

Partiendo de esas premisas, defendió la necesidad de “una política científica de intención socialista clásica”, o sea, “comunitaria y no autoritaria”. Para ello, y después de un interludio discutible sobre política demográfica, se muestra partidario de una “ética revolucionaria de la mesura y de la cordura (…) que dé de sí, por tanto, una política de la ciencia cuerda” en torno a unos cuantos principios concretos: entre ellos, una asignación de recursos que prime a la educación sobre la investigación y, dentro de ésta, la de tecnologías ligeras que fueran intensivas en fuerza de trabajo y poco intensivas en capital.

En la tercera conferencia, “Las centrales nucleares y el desarrollo capitalista”, impartida en 1981 y ya desde su activismo en el Comité Antinuclear de Catalunya, insiste en la necesidad de luchar contra las centrales nucleares, cuya extensión está estrechamente unida a “su relevancia para la construcción de bombas nucleares”. Una cuestión que, como estamos comprobando, sigue siendo de preocupante y creciente actualidad. También aborda el debate sobre el concepto de austeridad, muy controvertido en el Partido Comunista Italiano desde 1975 entre sus distintas corrientes, que ya había tratado en un artículo publicado en 1977 en la revista Materiales3, antecedente de mientras tanto. En esta ocasión aparece un desmarque claro de la interpretación dominante dentro del eurocomunismo cuando señala:

Si hay que revisar los valores ‘abundancia’ y ‘superabundancia’, entonces habrá que revisar también el valor ‘desigualdad’. Sería una relación directa. Al que habla de austeridad habría que responderle exigiendo igualdad desde una perspectiva radical y no de beneficiencia y caridad.

En la cuarta conferencia, “La situación del movimiento obrero y de los partidos de izquierda en la Europa Occidental”, en 1983, ya bajo el gobierno de Felipe González y en medio de la campaña anti-OTAN, se puede comprobar una mirada más crítica de la evolución de los sindicatos europeos, especialmente de la CGIL italiana y de las CC OO en el Estado español –en este caso a partir de los Pactos de la Moncloa-, considerando que están “inclinándose hacia posiciones cada vez más puramente reformistas”. Similar actitud crítica muestra frente a los partidos eurocomunistas, al francés por su participación en el gobierno con el Partido Socialista y su apoyo a la force de frappe nuclear y al italiano por su posición favorable a mantenerse dentro de la OTAN.

Con todo, Sacristán reconoce que se está produciendo un “cambio tecnológico, dominado por el capital y no por los obreros ni por el movimiento obrero organizado [que] está teniendo consecuencias ideológicas de importancia que se reflejan en una disminución de la sindicalización”, si bien se desmarca de las conclusiones que extraen tanto Toni Negri como André Gorz.

No faltan tampoco sus referencias a las corrientes a la izquierda del eurocomunismo a escala europea y en el Estado español, considerando que “el maoísmo, el trotskismo y otras tendencias de izquierda comunista están en franco retroceso, en franca disminución”. Con todo, como bien recuerda López Arnal, Sacristán no tuvo ningún reparo en encabezar un llamamiento, junto con otros compañeros de mientras tanto, a votar a la candidatura Unitat pel Socialisme en las elecciones catalanas de marzo de 1980, en la que participó la LCR 4.

Siguen luego algunos comentarios sobre la revolución y la Guerra Civil española en los que reconoce el papel protagonista inicial del anarquismo en la respuesta al golpe de Estado, si bien concluye que finalmente la población española de izquierda comprendió que “lo que les convencía era la línea del partido comunista”, o sea, la de “primero la victoria, luego la revolución”5. Sin embargo, tras reivindicar el protagonismo del PCE en la lucha contra el franquismo, no oculta sus críticas ante el papel de la dirección de ese partido en el final del franquismo, ya que “con una política tendente a que el Ejército lo aceptara y a desdibujar la imagen combativa, en vez de ganar ha perdido”.

En la quinta conferencia, “Tradición marxista y nuevos problemas”, de 1983, aborda directamente cuestiones relacionadas con el movimiento feminista, el movimiento por la paz y el movimiento ecologista, así como sobre la cuestión nacional. Sería largo comentar todas ellas, tratadas también en otros trabajos, pero lo que quizás se podría destacar más su re-visión de la “tradición marxista” a la luz de esos “nuevos problemas”, viendo atisbos o apuntes de interés en Marx y Engels, pero también la necesidad de una re-visión en positivo de esa tradición. Así, aportaciones como la de su compañera Giulia Adinolfi sobre el feminismo, sin olvidar a Alexandra Kollontai; reflexiones críticas sobre leninismo y gandhismo en torno la violencia y la no-violencia y la apuesta por “un ecologismo socialista sin la tesis fatalista”, así como la defensa del “principio de autodeterminación”, le conducen a propugnar “una convergencia del movimiento obrero organizado con estos grandes movimientos sociales” que apueste por una “austeridad”, en un sentido distinto al empleado por conservadores y socialdemócratas, que sea estoica o epicúrea.

Finalmente, en “Sobre Lukács”, impartida el 30 de abril de 19856, Sacristán comienza considerando que el legado que nos ha dejado este gran pensador marxista es “muy ambivalente”, ya que “se ha movido por líneas bastante distintas, en muchos terrenos”. No por ello deja de reivindicar que sus libros han hecho historia “no sólo en el marxismo sino en toda la filosofía europea del siglo XX”, pese a que acabara reconociendo que su primera obra de referencia Historia y conciencia de clase era idealista. Destaca también que su pensamiento, a diferencia de otros intelectuales de su época, estuvo acompañado de una trayectoria política militante, de la que trató también de extraer enseñanzas, como ocurrió durante la revolución húngara de 1919 y, ya en 1956, con su participación como ministro en el gobierno popular que sufrió la invasión rusa.

Sacristán considera sin embargo que la crítica literario-cultural de Lukács fue siempre “estrecha”, si bien la relaciona con “vivir en aquella campana cultural en que vivían los intelectuales bajo el estalinismo. Sin enterarse de la misa la media”. En su recorrido por su diálogo con distintas corrientes, recuerda su relación con Abendroth o la influencia de Nicolai Hartmann, así como su crítica al relativismo y al “pesimismo histórico” de pensadores como Adorno.

Con todo, es a la etapa post-sesentayochista a la que presta mayor atención, resaltando en las reflexiones de Lukács sus observaciones sobre una “civilización industrial bajo capitalismo por fin logrado”, con el nuevo desarrollo tecnológico, los efectos que está teniendo en la clase trabajadora y el modelo de ocio y de consumo que se va imponiendo, lo que le lleva a insistir en “poner todo el aspecto antropológico, de valores, en el centro de la teoría, no limitarse a la crítica económica del capitalismo”. Un diagnóstico y una propuesta que van acompañadas de una actitud muy crítica hacia la izquierda occidental y, por tanto –según interpreta Sacristán viendo en ello una afinidad con Gramsci– de la necesidad de propugnar como tarea previa la lucha por “la autonomía cultural de la clase y de las organizaciones de clase”. Una tesis, “volver a empezar”, que comparte Sacristán a la vista del panorama que también analiza dentro de las izquierdas en el Estado español conservando, eso sí, “todo el pensamiento científico de Marx y la mayor parte, si no todo, del pensamiento filosófico de Marx”. Una recomendación que, si cabe, sigue estando más vigente hoy en día.

En resumen, un libro que nos ayuda a conocer mejor la última etapa en la evolución del pensamiento filosófico y político de alguien que, entre sus muchas reflexiones críticas sobre la izquierda comunista a construir, mantuvo siempre una recomendación que considero muy actual: “no engañarse y no desnaturalizarse” si se quiere evitar los escollos de una política sin ética y una ética sin política.

Notas

  1. Ernest Mandel, “En memoria de Manuel Sacristán”, Combate, 395, 25/10/1985
  2. Véase los artículos de Pepe Gutiérrez-Álvarez (“Hasta siempre, Sacristán”) y Jaime Pastor (“Sacristán, algo más que un filósofo”) en Combate, 389, 6/09/1985, p. 2 y 390, 20/09/1985, p. 15 respectivamente
  1. “La polémica sobre la austeridad en el PCI”, reproducido en Manuel Sacristán, Intervenciones políticas, Icaria, 1985, vol III pp. 186-195.
  1. Coalición de PT, OCE (Bandera Roja), MC y LCR que obtuvo 33.000 votos y ningún escaño. Se puede consultar el llamamiento mencionado en Combate, 186, 19/03/1980, p. 5.
  1. Una posición que no compartimos ya que consideramos que fue un falso dilema. Como sostuvo Juan Andrade, dirigente del POUM: “Las necesidades del frente han hecho que se concentrasen en el problema guerrero la casi totalidad de las energías y actividades. Ante todo, es fundamental ganar la guerra porque sin ella no hay posibilidad del triunfo de la revolución. Pero tampoco puede presentarse en abstracto el problema de la guerra, como si no estuviera íntimamente ligado al de la revolución. Aplazar los problemas de transformación social, económica, de la revolución es dejar las bases firmes para un retorno el día de mañana a la situación anterior al 19 de julio, o por lo menos a una situación semejante”, “Llevar la guerra hasta el fin significa ultimar la revolución social”, La Batalla, 24/12/1936; reproducido en La Revolución española día a día, Nueva Era y Publicaciones Trazo, Barcelona, 1979, pp. 65-66.
  2. Conferencia que, como también recuerda López Arnal, se celebró en Barcelona, en la Librería Leviatán –promovida por personas vinculadas a la LCR­– y en la que nuestro compañero y amigo Pepe Gutiérrez-Álvarez le acompañó en la presentación.

Fuente: Viento Sur

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