Se puede hablar de una poesía premonitoria cuando el poeta parece anticipar, prever o intuir eventos futuros, ya sean personales o colectivos, en sus versos.
Esta poesía refleja una especie de presentimiento o advertencia sobre lo que está por venir, expresado a través de símbolos, imágenes o metáforas que sugieren una visión del futuro, consciente o inconsciente.
La poesía premonitoria no es necesariamente un género formal, pero muchos poetas han escrito versos que parecen adelantarse a hechos que más tarde ocurrieron. Algunos ejemplos o casos conocidos incluyen:
Arthur Rimbaud en sus poemas de “Una temporada en el infierno” y «Iluminaciones», propone una visión perturbadora del mundo moderno, anticipando aspectos del siglo XX como la alienación y el malestar social.
William Butler Yeats en su poema «La segunda venida» parece prever el caos y las guerras mundiales que marcaron la primera mitad del siglo XX.
Gabriela Mistral, en varios de sus poemas, parece prefigurar crisis personales o dolores universales, como en “Sonetos de la muerte”, en los que expresa la inevitabilidad de la pérdida.
En muchos casos, la poesía premonitoria se manifiesta a través de una fuerte intuición del poeta, que capta una realidad latente o una tendencia que aún no ha surgido por completo. A menudo, este tipo de poesía se entrelaza con lo místico, lo onírico o lo profético.
Otro aporte, no definido desde la academia, es el del escritor chileno Javier Rojas Aguayo y su libro de poemas «Premoniciones» publicado recientemente, bajo el sello editorial webmediabook.com en el que el autor busca, desde el titular mismo del libro, definir sus visiones premonitorias respecto a la realidad desde su condición humana. O, en algunos casos, desde el sujeto mismo del poema, dejando fluir la voz de los objetos, las especies, los fenómenos y la materia como tales.
El libro, un experimento semiótico – es una edición viva que el autor modifica y cambia según sea activado, tocado o interactuado por los lectores – se puede bajar desde Internet en www.webmediabook.com
Me encontré en el metro con un amigo, dijo que su madre estaba muy mayor y viviendo en alguna parte, sola, a orillas del mar. Tras una fila de gente de guitarras y tatuajes logré entrar al banco, expliqué que mi padre tenía dificultades para acceder a la página virtual, la cajera del banco me dijo que sus padres se habían ido a vivir a Grecia pero que los años les habían quitado el rigor de antaño, esa fuerza e independencia que les hizo querer cambiar la sociedad y que ahora la llamaban por teléfono todas las tardes para que les ayudase a descifrar el nuevo mundo, tan digital y tan adverso. Ayer fui a ver a mi anciana suegra, me hablaba de su gato rubio, el Tarzán, que la viene a visitar cuando ella duerme. Desde una foto en la pared del living me sonreía su marido sueco que en antaño, para callado, me contaba esas aventuras que los hombres les cuentan a los hombres bajo el alero de un whisky. Se sentía grande el departamento, nunca me imaginé que fuese tan amplio.
Una amiga mía se presta a celebrar los noventa años de su madre cantante.
Camino por un Estocolmo futurista para el cual no me preparé, no conozco a sus caminantes, los edificios nuevos brotan queriendo tocar el sol, los trenes cavan túneles hasta las rocas del averno, las esclusas se extienden con puentes dorados y derriban las construcciones que nos vieron borrachos gritando consignas. Los locos que nos advertían del fin del mundo se murieron sin ver el apocalipsis de sus carteles y sus canciones en los teclados, el apocalipsis synth nunca llegó, pocos los recuerdan, difícil no sentirse algo solo y no ser mordido por la nostalgia como un perro atacando a los ciclistas, aunque el pasado fuese pobre y violento ahí había algo de uno, algo propio que se largó sin avisar siquiera.
Brilla el sol en mi ciudad, Estocolmo, capital de Suecia, sopla el viento. En alguna parte la vejez pinta de nieve las sienes de nuestras madres, nuestras tías caminan lento.
Ya no nos corresponde apoyarnos en otros, ahora somos nosotros los robles de los bastones y los libros de los más jóvenes.
Se sostiene el relato propio como un momento en lo profundo del bosque, ahí hay que encender una hoguera, leer bajo la luz y forjar el hierro y la respuesta del hierro ante el implacable paso del tiempo.
Patricio Cameron es el autor del libro de cuentos «La última frontera» publicado por la Editorial Senda en Estocolmo – Suecia en 2013 – https://bokmaskinen.se/boktorget/biblioteket/la-ultima-frontera/
Por Rodrigo Verdugo Pizarro
He leído y releído “Acedia” de Benjamín Castro Espinoza, Editorial Signo, y no he dejado de sorprenderme ante el logrado método de su composición, concluyendo que un texto de tamaña plenitud formal no siempre se consigue inicialmente. Los temas que asedian las cuatro partes de “Acedia” parecen ser la prolongación de ciertas constantes temáticas ya abordadas por poetas como Armando Uribe y Eduardo Anguita, a saber: la muerte, la finitud, la caducidad, las limitaciones, las inautenticidades. Si bien hay un paralelismo temático con estos poetas, hay aquí en esta primera obra una muy marcada Intención de sobreabundar en la angustia y el aburrimiento que nivelan a todas las cosas y a todos los hombres. El poeta Benjamín Castro Espinoza acusa y recusa toda perfecta ecuación entre el sujeto viviente y los objetos vividos. Partiendo de que el hombre es una fracasada recapitulación de la naturaleza, el
hablante lírico encara las insatisfacciones vitales arrojándose en la perspectiva aterradora, (para la mayoría), de la disolución, y el aprehendiendo el efecto disolvente del olvido El poeta va a encarar diversas depresiones espirituales, rebelándose contra todo tipo de onmitud, de mundanismo, y contra toda
exigencia objetiva de la vida. Hay una lucida amargura y un agotamiento
espontáneo que recorren estas páginas, hay la búsqueda de remotas analogías
para enaltecer el silencio o mas bien su concreción material y simbólica en la
figura del monasterio. Por quien, y para quien es la vida, pareciera preguntarse
el poeta en una serie de poemas, sometidos en su mayoría a una máxima
síntesis, y elaborados con un rigor extremo. Son textos que nacen a partir de
una intuición potencial, con mínimos desarrollos que sortean con gran
destreza en algunos de ellos, los peligros del desenlace circular, es decir frente
al peligro de la forma circular, no hay un manejo mecánico, al contrario, los
desenlaces circulares se libran de ser abruptos, cualidad que hay que destacar.
Incidentes interiores y exteriores nutren esta escritura. No hay más
fundamento que el olvido y la muerte, en tanto el olvido aquí es expuesto como limitación cuantitativa de la vida misma. El poeta no busca vencer la
finitud, ni compensar la vaciedad del sentido, menos oponerse a ese tiempo
destructor, ni tampoco a alcanzar una epifanía que lo absuelva de las
convenciones de la temporalidad lineal, se sabe desde antes inmerso en lo
baldío, y en una materia que en términos Agustinianos es negativa en
oposición al espíritu, llegando el poeta a rozar los extremos de un dualismo
interior. De allí deviene cierto ascetismo, o ética extremista, que está muy
presente en varios textos. La vida en su frágil mecanismo vive de espaldas a la
vida misma, a su nadidad, a su primer origen y a su último fin, como la muerte
que está de espaldas a quien escribe sobre ella. Habíamos afirmado sobre el
castigo formal de estos textos, lo cual celebramos porque exponen
escuetamente, el mundo doliente y baldío del autor, existir es estar
sosteniéndose sobre la nada, el ser es para no ser, angustia y no dolor. La nada
tiene la última palabra, no hay garantías de sentido parece decirnos el poeta
Benjamín Castro Espinoza, en “Acedia”, un texto urgente cuya lectura y
relectura es crucial en una época como esta, donde se disimula el absurdo, y se
camufla la angustia.
En el vasto y frío panorama escandinavo, un grupo de exiliados chilenos encontró en Estocolmo un espacio propicio para cultivar una misión singular: la reivindicación del idioma castellano y la cultura literaria chilena, desplazadas pero no silenciadas por el exilio. A diferencia de otros colectivos de expatriados que alzaban sus voces en un grito contestatario desde Francia, Inglaterra, Italia, Estados Unidos, México o Venezuela, el Taller de Estocolmo optó por una estrategia más sutil pero no menos trascendental. Aquí, el desarrollo personal y el esfuerzo colectivo se entrelazaron para formar un aporte humano que, aunque apartado del fragor de la resistencia política abierta, encontró en la profundización lingüística y cultural su más alta expresión.
Este grupo, que no se dejó arrastrar por la marea de las voces «contestatarias», se dedicó a la tarea de preservar y enriquecer el idioma castellano, no como un simple vehículo de comunicación, sino como un baluarte de identidad cultural. En su labor, se percibe un perfeccionismo semántico que busca contraponer la riqueza profunda y matizada del español al racionalismo pragmático de las lenguas que dominan el paisaje cultural europeo. Así, mientras muchos exiliados levantaban sus banderas en las plazas y los cafés de París o Londres, los miembros del Taller de Estocolmo se adentraban en las profundidades del lenguaje, redescubriendo su potencial poético y literario.
Carlos Geywit – Sergio Infante y Sergio Badilla en Estocolmo Suecia
La existencia del Taller de Estocolmo puede entenderse como una forma activa de reinvindicar el castellano que, moldeado en las tierras del Cono Sur, adquiere matices y tonalidades únicas, alejadas del funcionalismo que caracteriza a las lenguas germánicas y anglosajonas. En este sentido, el Taller se erige como una voz que no solo preserva, sino que también enriquece y expande la cultura literaria y poética chilena, presentándola ante un mundo escandinavo curioso y ávido de conocer las culturas de territorios lejanos y exóticos.
El trabajo del Taller se puede ver como una resistencia cultural en sí misma, una respuesta al destierro que, en lugar de dejarse ahogar por la nostalgia o la desesperanza, opta por florecer en un nuevo entorno. Al insistir en la importancia de la lengua y la literatura como vehículos de identidad y resistencia, los miembros del Taller de Estocolmo crearon un legado que trasciende el simple acto de escribir o hablar en español. Su labor fue, y sigue siendo, un recordatorio de que el idioma y la cultura son más que herramientas de comunicación; son expresiones vivas de la historia, la memoria y la identidad de un pueblo.
En última instancia, el Taller de Estocolmo demostró que incluso en los contextos más adversos, como el exilio, es posible cultivar y hacer florecer un proyecto cultural significativo. Su aporte al resguardo y la reivindicación del castellano y la literatura chilena no solo enriqueció a quienes participaron directamente en él, sino que también ofreció al público escandinavo una ventana a una cultura rica y compleja, que, aunque lejana en la geografía, se hizo presente y vibrante a través de la palabra.
El Grupo Literario Taller de Estocolmo fue fundado en la década de 1970 por un grupo de escritores chilenos exiliados en Suecia, tras el golpe de Estado de 1973 en Chile. Entre los integrantes fundadores y activos del Taller de Estocolmo destacan:
Sergio Badilla Castillo: Poeta y escritor, considerado uno de los fundadores y líderes del Taller. Ha sido un promotor activo de la poesía en el exilio y es reconocido por su contribución al desarrollo de la poética en el contexto del destierro.
Carlos Geywitz: Escritor y poeta, su obra se caracteriza por la reflexión sobre la identidad y el exilio, siendo una de las voces más influyentes del grupo.
Edgardo Mardones: Poeta y narrador, Mardones ha trabajado en la preservación y difusión de la cultura chilena en Suecia a través de su labor en el Taller de Estocolmo.
Sergio Infante: Escritor, poeta y académico, su obra ha sido fundamental para el desarrollo de la literatura chilena en el exilio. Infante también ha sido un activo promotor de la literatura chilena en el ámbito académico sueco.
Estos autores, junto con otros colaboradores y participantes a lo largo de los años, han trabajado en el Taller de Estocolmo, un espacio que ha servido no solo para la creación literaria, sino también para la reflexión sobre el papel de la lengua y la cultura en situaciones de exilio y destierro.
El escritor Omar Perez Santiago, también parte de la «armada literaria latino escandinava» publica la siguiente nota en memoria de uno de los integrantes del grupo poetíco.
https://omarperezsantiago.blogspot.com/2008/08/los-ngeles-de-ayer-partimos-camino-al.html?m=1
¿Cuándo utilizar los adverbios terminados en –mente?,
Qué hace un adverbio
Un adverbio es como el punto de sal en una comida. Preguntar cuándo utilizar los adverbios terminados en –mente es como preguntar cuándo utilizar la sal o las especias.
Dices…
Esta comida está rica
y aportas una información clara y suficiente.
Ahora prueba a decir:
Esta comida está muy rica
Es como el puntito de sal o de pimienta. Ese muy adereza la comida que da gusto.
Prueba ahora a sustituir el muy por un adverbio terminado en mente:
Esta comida está especialmente rica
Ya, si lo acompañas con guiño de ojos o asintiendo con la cabeza, el repunte de sal…, digo, el impacto de tu expresión tiene un alcance espectacular. A quien te lee, se le hace la boca agua.
Es un ejemplo de cuándo utilizar los adverbios terminados en –mente.
Lo que pasa cuando abusas
Igual que cuando te pasas con la sal: no hay quien se coma lo rico porque lo rico… ha desaparecido. Y a fuerza de insistir te inmunizas ante sabores aberrados y acabas no reconociendo el sabor original. Vas necesitando enfatizar más y más, pero por el camino equivocado.
En lugar de perseguir el verbo adecuado —recuerda que los adverbios modifican el verbo—, te dedicas a poner guirnaldas en un texto que no las necesita. No te digo el efecto que causa en quien te lee: se le añusgan las tragaderas.
Gabriel García Márquez dice en Vivir para contarla:
La práctica terminó por convencerme de que los adverbios de modo terminados en mente son un vicio empobrecedor. Así que empecé a castigarlos donde me salían al paso, y cada vez me convencía más de que aquella obsesión me obligaba a encontrar formas más ricas y expresivas.
También se pronuncia en tono amenazante Stephen King, quien tiene la guerra declarada a los adverbios:
Creo que el camino al infierno está pavimentado con adverbios.
Aunque no se refiere de forma explícita a los que terminan en mente. Pero no vayas a enfadarte con los autores ni a hacerles vudú. A lo que apelan ambos es, simple y llanamente, a la concisión.
Porque cuando cuando abusas de los adverbios terminados en -mente, la lectura se vuelve irritante; además de que no aportas valor a tu texto.
Tienes sal, sí, pero no echas de más ni a cualquier plato; no es que puedes echarla y la echas porque tienes varios paquetes almacenados. Solo pones la necesaria y cuando es necesaria.
El abuso es un error típico de cocineros noveles…, digo, de escritores novatos.
Los adverbios terminados en –mente tienen una cadencia pegadiza
Como la canción del verano, que se mete sin permiso, la tarareas hasta la náusea y terminas aborreciéndola para toda la vida.
Antes de acabar a golpes, puedes tomar algunas medidas:
Úsalos con cautela.
Entrena el oído.
Busca que sean imprescindibles; cuestiónate si añaden algo fundamental.
Prioriza la metáfora, la comparación; la imagen cuya fuerza se basta y se sobra:
Esta comida está como las de mi madre
Esta comida es de restaurante de lujo
Esta comida es de un tres estrellas Michelín
Difícilmente se le hace una mirada extrañada —o desacostumbrada— a lo conocido. Prueba a tomar distancia con tu escrito y a utilizar otras fórmulas:
La tarde se ha cerrado y el aire huele intensamente a lavanda y a romero
Alternativa: La tarde se ha cerrado y el aire se impregna de perfumes: sonata de lavanda y romero
En fin, a gusto del consumidor y en función del contexto.
Cuándo utilizar los adverbios terminados en –mente
Cuando aportan información:
Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar, indefectiblemente, te encontrarás a ti mismo, y esa, solo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.
Pablo Neruda.
Si al sujeto le sigue inmediatamente un inciso:
Revisa, corrige, pásalo por una mirada ajena cualificada. Haz lo que tengas que hacer para que tu texto, finalmente, diga lo que quiere decir.
Para hacer valor de ellos. En el párrafo que sigue, uno de estos proscritos juega un inesperado papel protagonista. Y causa un gran efecto:
Muy probablemente le disguste la diferencia entre el mundo ficticio de las novelas y las miserias cotidianas, entre el aburrimiento y la lentitud de su profesión en la vida real. Probablemente esté desilusionado, y en el fondo alberga un espíritu aventurero. Por lo demás, se parece a Robert de Niro y, para agregar otro ‘probablemente’ a la lista, probablemente lo sabe y no hace nada por esconderlo.
Cómo utilizar los adverbios terminados en -mente¡Oh, no! Otro adverbio terminado en -mente. Cómo podría yo, sin que se ofenda…
En fin, puedes pasar olímpicamente de todo lo que te digo; decir ‘mismamente’, ‘mayormente’, ‘lentamente’, ‘rápidamente’, ‘generalmente’, ‘frecuentemente’, ‘divinamente’ y contabilizar las defunciones de tus socorridos lectores por culpa…Share on X
Y de ahí, sacar tus propias conclusiones.
A mí solo me queda echarle humor y… paciencia.
Propina 1
El escritor que no sabe cuándo utilizar los adverbios terminados en –mente —y cuya demasía lo delata— evidencia un temor: el de no ..
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